En el año 1.928 no se había construido la Escalerona, carros de bueyes circulaban por el Muro y la gente caminaba con “madreñes” sobre un firme penosamente urbanizado. Faltaban años para que viese la luz Alejandro Pumarino, aunque sus progenitores ya pululaban por este mundo, que cambió más en los últimos cincuenta años que en todo un milenio. Muchas veces me apetecería sumergirme en aquel Gijón antiguo para recorrer las calles que aún no existían y los edificios que ya no están; la perspectiva viene dada por los años, para los que una vida es insultantemente corta.