Liberio es un monje que ha dedicado gran parte de su vida —como la etimología de su nombre nos está indicando de forma simbólica— a los libros, a los que ama de forma absoluta. Cuando ronda los veinte años, ha de llevar el Apocalipsis en su memoria a un lejano convento aislado por la nieve: sólo cuando pueda abrirse paso y llegar hasta allí dispondrán sus hermanos en Cristo de una copia fiable del sagrado texto. El muchacho, animoso, emprende el largo viaje guiado por la generosidad y por su alto sentido del deber; pero ignora que un enemigo le espera en el camino: se trata del diablo que, disfrazado, pone ante el bibliófago Liberio una tentación durísima: “Te dejaré leer todos los libros del mundo si me dejas ir a mí a dictar el Apocalipsis del Evangelista”. Y aún recibirá en los años siguientes otras dos nuevas tentaciones, ambas relacionadas con el mundo de los libros, a las que también opondrá su tenaz resistencia.Pero la soberbia anida lentamente en el alma de Liberio y le hace concebir la idea de escribir su propio libro, que quizá le permita ser “alabado más que nadie por todas las gentes del mundo, presentes y venideras”. El problema es que, cuando se pone a la labor, experimenta una amarga anquilosis: apenas consigue pasar de la primera frase. No es que no sepa escribir, o que le falten ideas, argumentos o recursos para abordar esa tarea, sino que, cada vez que elige unos verbos, hilvana unas palabras, adhiere unos adjetivos o escoge un orden sintáctico determinado, le desazona descubrir “que aquella frase ya había sido escrita, recordando, con hondo pesar suyo, de qué libro, y en qué lugar, incluso cuándo, lo había leído y memorizado”. En esas condiciones, su pluma queda bloqueada durante meses, y la obra no avanza.El diablo, no obstante, aún no ha dicho su última palabra. E intervendrá en la vida de Liberio de un modo infinitamente sutil… y catastrófico.De esta novela corta de Santiago, publicada en 1986, se llegó a rodar un largometraje en el instituto nacional de bachillerato de Cieza: profesores, alumnos, conserjes, administrativos, lectores y críticos, coordinados por Bartolomé Marcos Carrillo y con aportaciones tan entusiastas como la del exquisito poeta Aurelio Guirao participaron en él. No es mal momento para recordar novela y película.
Liberio es un monje que ha dedicado gran parte de su vida —como la etimología de su nombre nos está indicando de forma simbólica— a los libros, a los que ama de forma absoluta. Cuando ronda los veinte años, ha de llevar el Apocalipsis en su memoria a un lejano convento aislado por la nieve: sólo cuando pueda abrirse paso y llegar hasta allí dispondrán sus hermanos en Cristo de una copia fiable del sagrado texto. El muchacho, animoso, emprende el largo viaje guiado por la generosidad y por su alto sentido del deber; pero ignora que un enemigo le espera en el camino: se trata del diablo que, disfrazado, pone ante el bibliófago Liberio una tentación durísima: “Te dejaré leer todos los libros del mundo si me dejas ir a mí a dictar el Apocalipsis del Evangelista”. Y aún recibirá en los años siguientes otras dos nuevas tentaciones, ambas relacionadas con el mundo de los libros, a las que también opondrá su tenaz resistencia.Pero la soberbia anida lentamente en el alma de Liberio y le hace concebir la idea de escribir su propio libro, que quizá le permita ser “alabado más que nadie por todas las gentes del mundo, presentes y venideras”. El problema es que, cuando se pone a la labor, experimenta una amarga anquilosis: apenas consigue pasar de la primera frase. No es que no sepa escribir, o que le falten ideas, argumentos o recursos para abordar esa tarea, sino que, cada vez que elige unos verbos, hilvana unas palabras, adhiere unos adjetivos o escoge un orden sintáctico determinado, le desazona descubrir “que aquella frase ya había sido escrita, recordando, con hondo pesar suyo, de qué libro, y en qué lugar, incluso cuándo, lo había leído y memorizado”. En esas condiciones, su pluma queda bloqueada durante meses, y la obra no avanza.El diablo, no obstante, aún no ha dicho su última palabra. E intervendrá en la vida de Liberio de un modo infinitamente sutil… y catastrófico.De esta novela corta de Santiago, publicada en 1986, se llegó a rodar un largometraje en el instituto nacional de bachillerato de Cieza: profesores, alumnos, conserjes, administrativos, lectores y críticos, coordinados por Bartolomé Marcos Carrillo y con aportaciones tan entusiastas como la del exquisito poeta Aurelio Guirao participaron en él. No es mal momento para recordar novela y película.