«Aprender a discutir, a refutar y a justificar lo que se piensa es parte irrenunciable de cualquiera educación que aspire al título de “humanista”. Para ello no basta saber expresarse con claridad y precisión (aunque sea primordial, tanto escrito como oralmente) y someterse a las mismas exigencias de inteligibilidad que se piden a los otros, sino que también hay que desarrollar la facultad de escuchar lo que se propone en el palenque discursivo. No se trata de patentar una comunidad de autistas celosamente clausurados en sus “respetables” opiniones propias, sino de propiciar la disposición a participar lealmente en coloquios razonables y a buscar en común una verdad que no tenga dueño y que procure no hacer esclavos.»
Fernando Savater. El valor de educar.
En los sesudos – y caros – seminarios de Recursos Humanos, es norma empezar preguntando por las razones de insatisfacción en el trabajo; y, en una proporción sorprendente, la mayoría de los intervinientes se lamentan por la falta de comunicación: “no hacen lo que pido”, “no se me atiende cuando tengo un problema”, “nadie me tiene en consideración si expreso una idea”...El problema es lo suficientemente grave como para haber hecho de la consultoría en comunicación un negocio próspero. En cualquier ciudad hay un amplio surtido de cursos de oratoria, técnica escrita, o incluso habilidades de lectura rápida. Sin embargo, apenas si se tiene en consideración lo que es la clave de la comunicación eficaz: la escucha activa.
Hay más: para escribir y leer me valgo conmigo mismo, pero para escuchar hace falta que seamos dos, y la cosa se complica. El ejercicio de este arte – porque de un arte se trata – a menudo es impredecible, y es necesario adaptarse a las circunstancias: los otros son muchas veces repetitivos, aburridos o soberbios, y apetece desconectar de lo que nos dicen, dejando si acaso un pequeño rastro de consciencia por si se nos pregunta. Nos convertimos en “escuchadores” de mirada bovina, en apariencia atentos, pero en realidad ausentes. ¿Cómo hemos desarrollado esta tendencia a la sordera amable?
Primero, lo hemos dicho, no recibimos formación alguna en la escucha, a la que consideramos como una facultad innata. Pero, además, durante los últimos decenios hemos descubierto una forma nueva de escucha solitaria y despersonalizada: la televisión y la radio.