LA ESCUELA
La senda es invisible; por eso el primer precepto para aproximarse a ella es la humildad. Aquel que aprendió a pasar por el mundo sin hacer alarde logra percibir sus senderos. Escucha, caminante, la voz que resuena en silencio en la consciencia de quienes los descubren:
Cultiva la aspiración de partir al encuentro del mundo ardiente y verás, en medio del fuego, una luz que te llama. Síguela, sin temor ni reservas. Ella te revelará caminos y desvíos, y te hará ver la diferencia entre ellos para que puedas nutrirte de sabiduría, fortalecerte y elegir acertadamente tus sendas.
El caminar por mundos invisibles pedirá de ti profundización de la vigilancia. Al proseguir, sabrás que cada instante tienen el valor de la eternidad y cada señal encierra todas las indicaciones. En el mundo ardiente, desde el principio todo es revelado, aunque las verdades se volverán más amplias a medida que puedas abarcarlas con la consciencia.
Deja que tu corazón se inflame y que la voluntad de vivir por el Bien colme todo tu ser. El Bien es la esencia del fuego, y cuando aprendas a conocerlo y a amarlo, dejarás de temer su acción liberadora y de lamentarte por ella.
No se alcanza la Escuela sin pasar por el anillo de fuego; encontrarás apasibles paisajes antes de él, pero detrás de sus llamas se esconde inigualable belleza. Supera, pues, el miedo de ser quemado por ellas. Une la humildad y la armonía, y no habrá obstáculo capaz de detener tu marcha.
El empeño para proseguir no debe ser reducido, pero ten en cuenta que es en vano querer descubrir la morada del Omnipresente. En todos los puntos puedes encontrar la afabilidad de su presteza, la prontitud de su auxilio; cuando se penetran mundos de realidad no se ven centinelas en sus portales, la unidad de consciencia disipa la posesión y, con eso, la paz se instala sin rivalidades.
Fuente: Bases del Mundo Ardiente, de Triguerinho