Revista Cultura y Ocio

La escuela catalana tiene muchos problemas, pero el adoctrinamiento no es uno de ellos

Publicado el 16 octubre 2017 por Benjamín Recacha García @brecacha
La escuela catalana tiene muchos problemas, pero el adoctrinamiento no es uno de ellosViñeta de Vergara para eldiario.es

La escuela catalana tiene muchos problemas, como la del resto de España. Pero como la que yo conozco es la catalana, dejaré los problemas de la escuela del resto de España para que los denuncien sus usuarios.

El principal problema de nuestras escuelas es la falta de recursos económicos. La administración trata a la escuela pública con condescendencia. Loa su función social, el valiosísimo trabajo que desarrollan los docentes y el compromiso de las familias. Pero no pone un euro más de lo estrictamente necesario para que los colegios no se caigan a pedazos y que nuestros hijos no estén abandonados en las aulas.

En nuestras escuelas hay graves problemas de segregación por motivos económicos. Los alumnos pobres van a clase con otros alumnos pobres, y las familias ricas huyen de la red pública como de la peste. Libertad de elección lo llaman. Ja.

Muchas de nuestras escuelas públicas (con que fuera una sola ya serían muchas) sobreviven en barracones. Con la excusa de que no hay dinero, la administración gasta millonadas en el alquiler de módulos provisionales para evitar la construcción de los edificios definitivos, y cuando los datos dicen que no hay suficientes niños, cierran aulas y centros.

En nuestras escuelas públicas el abandono de la administración obliga a las familias, a través de las AMPA, a aportar recursos extra que permitan tener unas instalaciones en condiciones. De esta manera, la educación obligatoria está muy lejos de ser gratuita y sólo es de calidad gracias al esfuerzo de las familias y, sobre todo, del profesorado.

Resulta curioso cómo en un país en el que todos estamos (en teoría) de acuerdo en que la docencia es una de las profesiones más importantes, fundamental para construir una sociedad sana, no hay quien deje pasar la oportunidad de criticar el exceso de vacaciones y las bondades del horario de maestros y profesores. Cínicos.

Evidentemente, hay maestros y profesores que no están lo suficientemente preparados para desarrollar una labor tan fundamental. Eso también lo cargo en el debe de la administración. No es posible crear una maquinaria educativa de calidad con el vergonzoso nivel de precariedad laboral que padece la profesión. Las plantillas de las escuelas están repletas de interinos, las bajas se cubren tarde y mal, y (esto es una opinión muy personal) el nivel de formación podría mejorarse.

La docencia es, sin duda, una profesión vocacional, pero me temo que esa premisa fundamental no está lo suficientemente valorada.

Conclusión: los políticos pasan de la educación pública y sólo la utilizan como arma arrojadiza cuando les conviene. Si no fuera por la presión y el compromiso de familias y docentes, el desastre sería absoluto.

Ahora bien, la escuela pública es patrimonio común. Es un bien querido y, aunque a menudo descuidado, nos duele cuando lo atacan de forma mezquina. Suficientes problemas tenemos quienes dedicamos parte de nuestra vida a procurar que nuestros hijos pasen su vida escolar en el mejor ambiente posible y, dentro de las dificultades, con las mejores condiciones posibles, como para tener que soportar los ataques miserables de politicuchos incendiarios.

Estos últimos días, con la excusa de la afrenta independentista, desde sectores reaccionarios de Catalunya, pero sobre todo de la caverna mediática española y sus dirigentes de extrema derecha, han recuperado la vieja y recurrente campaña del supuesto adoctrinamiento que sufren los niños catalanes en la escuela. Dicen que no se les enseña lengua castellana y que se les obliga a comunicarse en catalán. Aseguran que se les transmiten consignas independentistas y antiespañolas, que en la escuela catalana se cultiva el odio a España.

Todo es mentira. Son mentiras repugnantes cuyo único propósito es propagar el odio a Catalunya. Esos seres rastreros, gusanos que disfrutan arrastrándose por el fango, están alimentando el desprecio y el rencor a todo lo que huela a catalán. Esto ya no va de independentismo, es como cuando el PP impulsó la recogida de firmas contra el Estatut y la campaña de boicot contra los productos catalanes.

Ese falso discurso del adoctrinamiento en las aulas, de la supuesta marginación a la que en Catalunya se somete al castellano, está en la génesis de Ciudadanos, el partido que en las últimas semanas se ha revelado como lo que muchos catalanes alertábamos hace tiempo: es la nueva Falange.

Saben perfectamente que todas esas denuncias son falsas. Saben que en las escuelas catalanas se enseña el castellano como cualquier otra asignatura, que no hay adoctrinamiento alguno, que los niños se comunican en el idioma que les apetece, que no se enseña a odiar a nadie, sino todo lo contrario. Las aulas catalanas están repletas de niños cuyas familias tienen orígenes muy diversos, cuyos padres y abuelos son murcianos, andaluces, gallegos, extremeños, manchegos, valencianos, aragoneses, y están orgullosos de esas raíces.

Están plantando por toda España la semilla del odio hacia Catalunya, una estrategia irresponsable que sólo puede traer consecuencias desastrosas para la convivencia. Usar la mentira, premeditada, como arma política es una forma de actuar rastrera, que lo dice todo sobre quien la practica. Son malas personas.

Y, obviamente, la escuela catalana es muy mejorable, claro que sí, pero no porque en ella se adoctrine, sino por todas las cosas a las que me he referido en la primera parte de este artículo.

La inmersión lingüística es, probablemente, la experiencia educativa de mayor éxito de las últimas cuatro décadas. Que el catalán sea la lengua vehicular en la enseñanza es un acierto y un bien del que nos sentimos orgullosos el 90% de los habitantes de Catalunya. Es la garantía de que nuestros hijos al acabar la vida escolar dominarán a la perfección las dos lenguas oficiales del país. No es teoría, es la realidad, son hechos. No hay un solo catalán que haya sido escolarizado en los últimos cuarenta años que no sepa hablar castellano.

En cambio, y a pesar de haber cursado los estudios en catalán, sí hay muchos catalanes que no hablan catalán.

Me atrevería a decir que no hay un solo catalán que se haya hecho independentista por lo que le han enseñado en la escuela. Le damos demasiada importancia a gilipolleces sin base alguna como el adoctrinamiento independentista para “demostrar” la capacidad de influencia de la escuela en nuestros hijos. En cambio, no parece que nos preocupe tanto el resurgir del fascismo, que grupos de jóvenes y no tan jóvenes desfilen por nuestras calles agrediendo al que piensa diferente, haciendo apología de ideologías asesinas. Eso no es preocupante para los politicuchos incendiarios que mienten a sabiendas sobre la escuela catalana.

No sé, tampoco parece que se hayan parado a pensar demasiado sobre la posibilidad de que haya adoctrinamiento en las escuelas religiosas, en esas del Opus, por ejemplo, donde se segrega a los alumnos por sexo, y que cuentan con subvenciones públicas; también en Catalunya, por cierto.

En serio, haceos un favor: no veáis la tele.

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