Ufff había tenido abandonadito este blog, pero es que no hay tiempo que alcance.Nos quedamos en que el año escolar había terminado, por lo que hablando en tiempos escolares mexicanos, el momento es julio de 1987, no recuerdo a dónde fuimos de vacaciones, tal vez porque lo que pasó después fue mucho más emocionante.
Durante ese año, a pesar de mi gran felicidad, ocurrió la primer gran tragedia de mi vida, en una de las muchas idas a la casa de mi amiga en Cuernavaca, su mamá decidió que peinarme era siempre un problema, y que la mejor solución para ese problema, era cortarme el cabello. Yo que admiraba el cabello largo hasta la cintura de Daniela Romo (y lacio, dado que yo lo tenía más chino que nada), me encontré con el cabello de un niño frente al espejo, para colmo, la tendencia de mi madre a no padecer vergüenzas por mis constantes infulas de gimnasta (y un poco de chango) que por lo tanto me hacía vestir de pants (muchas veces parchados en las rodillas), me transformaron de la noche a la mañana en un niño. Y yo podía actuar como tal, pero nunca quise ser uno. Tal vez pasaba horas jugando futbol o colgada de un árbol, pero tenía una colección gigante de barbies con grandes melenas, muñecos de Rainbow Brite, y durante años, soñaba tener un Nenuco, también jugaba con otras niñas al "Extraño retorno de Diana Salazar" y siempre quise ser una de esas mujeres super atractivas cuando creciera. Así que lloré mi cabellera durante mucho tiempo, pues para cuando ocurrió la tragedia ya me llegaba a media espalda. Por suerte, y como era de esperarse, el cabello volvió a crecer, y el drama terminó.