Las tragedias y las grandes catástrofes hacen brotar el alma oculta de los pueblos y desvelan los valores que atesora. La Historia, que es maestra de la vida, nos enseña en estos días, con una claridad pasmosa, que España está dividida en dos, una con gente sin valores ni méritos, que no merece representarnos, ni gobernar esta nación, y otra valiosa y llena de dignidad y de viejos valores. Es una lección valiosa que nunca deberíamos olvidar: En los palacios está lo peor de España, la que supura, escandaliza, aplasta y delinque amparada en la legalidad, la que cobra impuestos desproporcionados, la que ha hecho engordar al Estado hasta que ya es insostenible, la que beneficia a sus amigos y aplasta a sus adversarios, la que crea y genera frustración y tristeza, cuando su deber es justo lo contrario, el de hacer felices a los ciudadanos. La España de los políticos y del poder es un millón de veces más sucia e indecente que la España de los ciudadanos.
La España sana e ilusionante se ve y deslumbra estos días en el destruido sudeste español, en las tierras devastadas de otras ciudades y pueblos. Allí los vecinos, unidos a miles de voluntarios movidos solo por la generosidad y la entrega, trabajan unidos en la reconstrucción de sus tierras, de sus pueblos y de sus maltrechas vidas, día tras día, expulsando el agua y el barro que ha destruido sus hogares y negocios, ayudados por esa otra España sana que está representada por las fuerzas del orden y la milicia, entre las que destaca la Unidad Militar de Emergencia (UME), la única obra decente de aquel español digno de olvido llamado Rodríguez Zapatero.
Aprendamos lo que la realidad nos enseña y tengamos presente a la hora de votar, el próximo 10 de noviembre, que los candidatos de los viejos partidos que han participado en la construcción de esta España desgraciada, injusta, indecente y mal gobernada, aquellos que aparecen en las papeletas ya elegidos por sus respectivos partidos, no merecen ni nuestro voto ni nuestro respeto.
Francisco Rubiales