El Dúo Dinámico regala a la Comunidad de Madrid los derechos de “Resistiré”, el mejor himno contra el Covid-19 que apoya su lucha encarnizada contra esta enfermedad. La canción, escrita y compuesta por Carlos Toro, se ha convertido, a las ocho de la tarde, en el himno del confinamiento más entonado en los balcones y ventanas madrileñas y de todas las regiones en estos momentos de crisis. Un tema que, por casualidades de la vida o quizás por un determinismo inexplicable, une a todos los españoles; desde la profunda Castilla hasta Madrid, de Sevilla a Oviedo. El Dúo Dinámico la publicó en 1988, dentro de su álbum “En forma”. Al comienzo no fue una canción que atrajera en exceso, pero hoy, tras la explosión de Coronavirus en nuestro país, hace que su repercusión sea mayúscula. “Resistiré” es el título de aquella sugerente letra y música de
Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, hoy una de las composiciones más reconocidas en España. Es la vacuna emocional de una ciudadanía confinada que, desde sus hogares, agradece a los “héroes de los tiempos actuales” su denodada lucha contra la pandemia.Gracias a una iniciativa de Cadena 100, la canción del Dúo Dinámico es también un himno, secundado por 30 cantantes y 20 músicos, que sirve para recaudar fondos para Cáritas en la lucha contra la COVID-19.Por el clima, los españoles pasamos más tiempo en la calle que los ciudadanos de los países nórdicos. Así que es natural que nuestras casas estén menos preparadas para estar mucho tiempo en ellas. “La respuesta fácil es: no —comenta Lluis Comerón, presidente del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España—. Las viviendas no están preparadas para esto porque es algo que, al menos en las últimas generaciones, no hemos vivido. En las últimas décadas se ha puesto énfasis en la calidad del material de la edificación, pero no se ha protegido la calidad inmaterial. El entorno, público y doméstico. Una vivienda puede estar bien materialmente, pero debe tener espacios suficientes, buena iluminación y orientación”... En otros países europeos se regula y en España es incipiente. Desde hace años, proponemos que se elabore una ley de arquitectura y calidad del entorno construido. Fomento dijo que iniciaría el proyecto este año. Nuestro parque de viviendas es más joven que en otros países. En ellos, la reconstrucción empieza después de la Segunda Guerra Mundial. En España, el boom es de los 60. Son edificios que tienen cincuenta o sesenta años ya. Deberíamos estar rehabilitándolos, pero tradicionalmente hemos ido por detrás de Europa, que rehabilita alrededor del 2% del parque anual. Que el grueso de las viviendas españolas se construyera en los años 60 y 70 influye en cómo son muchas de ellas. En general, los arquitectos españoles han priorizado el salón frente a los dormitorios. El conocido arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza, que antes de hacer obras como Torres Blancas y la torre del Banco de Bilbao trabajó para el Instituto de Vivienda madrileño, diseñaba pisos con “celdas mínimas” porque decía que el dormitorio era solo para dormir. La mayoría de metros iban al salón, el espacio social… Con el tiempo, ciertas cosas han cambiado. Como los cuartos de los niños, a quienes el enclaustramiento afecta significativamente. “Ya no nos circunscribimos al dormitorio mínimo de seis metros cuadrados, que quizá era bueno para hace una generación", continúa Comerón. “Ahora tenemos niños que miden 20 centímetros más y que tienen en su cuarto el escritorio, su puesto de trabajo”.
Analía Plaza / Raúl Sánchez / Ana Ordaz sostienen que si hay un bien preciado estos días de encierro es la terraza, la azotea o el balcón. Desde la azotea de su pequeño piso en Vallecas, Naiara ve a sus vecinos salir a las suyas, aplaudir a las ocho de la tarde o simplemente a estar. Y le resulta curioso que, en estas zonas, que en algún momento estuvieron fuera de la ciudad, las casas tengan terraza. “En el centro, la gente está agobiada porque no hay luz. Estamos acostumbrados a hacer vida en la calle y, mentalmente, salir a la terraza es como estar en ella”. Quienes vivan en un piso de los 60 ó 70 probablemente disfruten de una, aunque en muchos casos los dueños las hayan cerrado. En un documental de 1972, producido por el Ministerio de la Vivienda, se ve cómo casi todos los bloques construidos en el franquismo las incluían. “A partir de los 60, se pusieron muchas terrazas”, añade el arquitecto Fernando Caballero, director de la revista Urban Affairs. “Pero la gente las cerró para ganar una habitación y, ante la falta de demanda, dejaron de hacerse”. Antes de las terrazas hubo balcones, presentes en edificios del centro de las ciudades. “Las fachadas de principio de siglo y de los años 20 tienen ventana vertical y un pequeño balcón”, prosigue explica Inmaculada Stanich, arquitecta y gestora de proyectos. “Se hacían ventanas de suelo a techo para que entrara la mayor luz posible. El balconcito se ponía para que la gente pudiera salir, sentir la calle y hablar con los vecinos. Además, las estructuras de fachada de madera y ladrillo no daban la posibilidad de poner ventanas horizontales”. Los balcones son ahora la envidia de estadounidenses y de nuestros vecinos europeos, cuenta Caballero, que vive y trabaja en Frankfurt. “En edificios antiguos de Alemania son anecdóticos por el clima. Pero ahora que la gente los ve cuando hace turismo se demandan. Edificios antiguos como el mío los están acoplando”.
Los pisos interiores y oscuros son —según “La España encerrada”, reportaje publicado en Eldiario.es el pasado 23 de marzo— de los peores preparados para pasar días enteros sin salir. “Las viviendas de principios del siglo XIX se metían hasta el fondo del edificio como si fueran serpientes. Tienen exterior el salón; el resto se distribuye en pequeños patios interiores”, apunta la arquitecta Stanich. “¿Qué han hecho los inversores para hacer vivienda nueva? Dividirlos. No son casas pensadas para ser de interior: los patios son muy pequeños, no son corralas. Suelen ocuparlas estudiantes o gente que pasa mucho tiempo fuera”. Los patios interiores se siguen haciendo, aunque las normativas cambian. “Las normas de habitabilidad y salubridad garantizan unos patios que yo diría que son dignos para un uso cotidiano”, añade Comerón. “Pero hay una cuestión de mirada más larga, de sostenibilidad y ahorro de energía. Por ejemplo: es más eficiente una vivienda que pueda ventilar en sus dos fachadas. Eso requiere una transformación en la ciudad”. Aunque los planes de ensanche de Madrid y Barcelona nacieran con la idea de ser manzanas con grandes y verdes patios en el interior, la realidad y el precio del suelo los convirtieron en algo más apretujado. En Madrid, por ejemplo, apenas quedan un par de manzanas del barrio de Salamanca con árboles dentro. Desarrollos contemporáneos, como los de los PAUs, sí se componen de urbanizaciones cerradas con piscina y jardín en su interior. “Algo muy alemán, a diferencia de las ciudades españolas, son los árboles en patios interiores. También hay muchas casitas con jardín y barrios de baja densidad, que en España son de clase alta y en Alemania más transversales”, considera Caballero. “Aquí será más llevadero. Hay más contacto con la naturaleza. En los edificios de pisos ahora mismo la gente se tira de los pelos”. Todos los arquitectos consultados coinciden en que, si se prolonga, esta situación cambiará de algún modo la forma de diseñar viviendas en el futuro. “Si todo el mundo se sube al carro del teletrabajo, se replantearán cosas”, continúa Caballero. “Probablemente las casas empiecen a incluir un pequeño espacio de 'home office'. También hay una especie de consenso en urbanismo de que la ciudad compacta del centro es en la que más se socializa. Pero para pasar la cuarentena la ciudad poco densa es más llevadera”. “Hay que adecuar el parque a las necesidades no solo energéticas, sino funcionales y de calidad de vida”, concluye Comerón. “La renovación debe ser más profunda que cambiar fachadas. El reto es mayor. Una de las cosas buenas que quizá nos deje esto es que le empecemos a prestar mayor atención”.
Marta Nebot escribió, en Publicó del pasado 25 de marzo, el artículo “¿Del miedo a la revolución?” en el que confesaba que si había algo que le asustaba más que morir era encontrarse sola en esos momentos. “Así que creo que la peor condena de muerte posible es la que impone este virus cruel y, por lo tanto, que es el peor final que puedo imaginar tanto para los míos como para el resto. De hecho, es tan así, que, si me dejo, el terror me paraliza. Al principio lo hacía, aunque no me dejara; ahora ya sé de lo que es capaz y me dedico a intentar dominar a la bestia. Esto no es más que eso, un intento de hacer lo mejor posible con nuestras vidas después de haber mirado a los ojos al abismo. En esta batalla, he descubierto que abrir el foco me ayuda a ver la foto más amplia y que, el verme más pequeña, frena el temblor que, como aleteo de mariposa, se me ha instalado en las venas, como un escalofrío discontinuo que no descansa. También es cierto que, en esa foto más grande, pronto he visto claro que no hay certezas en esta desgracia; que cuando de verdad sepamos cómo y sobre quiénes actúa este mal será cuando juntemos todos los datos, pasada la tormenta, y se contrasten con calma; que ahora hay estudios y contraestudios circulando sin parar, cuyas conclusiones no concluyen casi nada o, lo que es lo mismo, que la comunidad científica solo dicta ciencia cuando llega a algún final y esto, todavía, no acaba. De momento, la única verdad es que, de repente, ha llegado algo que, en el sentido más serio, el de debida o muerte, iguala; algo que dispara al corazón del individualismo, a la falacia del sálvese quien pueda, a la mentira que es la soledad absoluta”… Sin embargo, conviene tener presente que no es el virus lo que más mata; es la precariedad del sistema sanitario ante una avalancha. Cuando termine todo esto tendremos que preguntarnos cuantos murieron no de Coronavirus sino de no tener la suerte de llegar a cuidados intensivos cuando tenían un aparato disponible para ayudarles a respirar cuando no pudieron. La suerte esta vez está más que echada. (…) Y, cuando acabe todo esto, ¿por qué no salir cada Noche Buena, a la hora del discurso, a la terraza, a pedir cacerola en mano un referéndum sobre la monarquía, que ya está apestando?
Es cierto que, de vez en cuando, podemos respirar yendo al súper, a la farmacia o a por el pan si no podemos ir a trabajar, pero que no podemos llevar con nosotros a nuestros hijos. Hasta el punto de que vemos más necesaria la salida de un perro para defecar (algo muy conveniente) que la de un niño para respirar, para caminar diez minutos, para que la vista pueda llegar más allá de cinco metros. Así lo explica Hugo Martínez Abarca en Cuartopoder.es: “Se ha dado por hecho hasta el punto de que no ha parecido necesario ni explicarlo: quienes tenemos hijos e hijas pequeños debatíamos en los chats posibles interpretaciones a cada nuevo decreto de medidas enclaustradoras y qué implicaciones tenían para los niños: ¿si las salidas a la calle incluían ‘el cuidado de los menores’ o permitía darles un paseo? Finalmente, no. Nunca nadie consideró conveniente aclararlo. Las personas con necesidades especiales pueden salir (¡faltaría más!) pero se asume que los niños no tienen necesidades: plantearlo sitúa al padre o madre preocupado como uno de esos jetas a los que hay que gritar desde el balcón porque no entienden la gravedad de la situación. (…) En esta crisis hemos visto con extraordinario dramatismo el desprecio a los dos polos de edad a los que hemos concedido tácitamente una ciudadanía de segunda. No hace falta revisar lo que han tenido que padecer (guerra, dictadura, pobreza, incertidumbre) quienes hoy son ancianos, lo que han tenido que pelear para conseguir los avances que disfrutamos nosotros sin necesitar ese recorrido. Ni hace falta lamentar que los niños actuales sacarán adelante el mundo que les dejamos tremendamente destrozado y en el que nosotros envejeceremos. No hace falta porque no son valiosos en función de nosotros, las personas de edades intermedias: lo son por sí mismos. Son ciudadanos plenos, absolutos, cuya vida, cuya salud, cuya libertad y cuyos derechos tienen que estar en primera línea”.
El mismo lunes, 30 de marzo, se confirmaba también el positivo del director del Centro de Coordinación de Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, epidemiólogo que guarda cuarentena en su domicilio tras el resultado de las pruebas a las que se sometió. Simón, el rostro más reconocible del Gobierno durante la crisis sanitaria, presentaba el domingo un pico de fiebre y se sometió al test para ver si era uno de los afectados por la Covid-19. La primera prueba dio positiva y la segunda, la necesaria para confirmarlo del todo, también dio el mismo resultado. Según la doctora María José Sierra, que ahora sustituye a Simón en las comparecencias públicas, “está muy bien” y haciendo aislamiento domiciliario. Simón solo había dejado de comparecer el pasado 21 de marzo, cuando también se le hizo la prueba al presentar algunos síntomas. Entonces, el responsable del Ministerio de Sanidad dio negativo. Simón reapareció después en la comparecencia en La Moncloa y pidió disculpas por haberse hecho el test antes que muchos ciudadanos que lo estaban esperando, pero explicó que, dado que era una de las personas que “más contacto social” tenía en España en esos momentos, se consideró importante valorar si podía ser de alto riesgo o no.
Los escoltas y personal de seguridad de la Casa Real han roto, según informa Vanitatis, su habitual silencio, denunciando su precaria situación con la crisis del coronavirus. No se trata del personal que atiende la seguridad de los reyes Felipe VI y doña Letizia, sino de quienes están encargados de las infantas Cristina y Elena, las hermanas del monarca. A la falta de medios para protegerse del virus, denuncian que el confinamiento de las hijas de Juan Carlos I les ha convertido en una especie de servicio doméstico que hace labores como ir a comprar pizzas a restaurantes o a recoger zapatos a Zarzuela. Estos escoltas denuncian que “hemos vivido muchos momentos con esta familia, incluso en las situaciones más difíciles, pero ahora hablamos de nuestra salud, de nuestras vidas. Los escoltas hacemos lo mismo, las mismas horas y en los mismos lugares, sin prevención ninguna”, denuncian, sin apenas material de protección, que no ha llegado hasta este martes. “Pedimos a los superiores que nos protegieran y lo único que hemos conseguido, muy poco a poco, es algunas cajas de guantes, gel y mascarillas”, señalan. En el caso de la infanta Elena, aseguran que ha sido su padre, Juan Carlos I, quien le ha tenido que pedir que se quedara en casa. “Ha estado saliendo hasta el último momento, incluso se fue de cacería, y ahora son los escoltas quienes hacen esas gestiones personales”, comentan al citado medio. La infanta Elena tiene a su servicio un total de 20 escoltas, de los que entre cuatro y seis están encargados de tareas estáticas, en “puntos de espera”, el término para quienes están en la puerta del domicilio las 24 horas del día. Los demás se consideran escolta activa, que la siguen en coche y por la calle, pero con la situación actual, se encuentran confinados en una habitación de 10 metros cuadrados, con un sofá y una tele, a la espera de sus órdenes. “No han aportado soluciones, no se han formado grupos estancos para que al menos no estén todos allí, mezclados”, denuncian los agentes, que proponen que “se podría, además, reducir servicios. No hace falta tener a toda la escolta trabajando, o incluso anularlos unos días”. Y señalan que, con la situación actual, sus labores se han reducido a pasear al perro, ir a comprar, y hasta “han tenido que ir a Zarzuela a buscar unos zapatos”. Por el contrario, ponen el ejemplo que está dando la infanta Margarita, hermana de Juan Carlos I, que tiene seis escoltas asignados, pero ha hecho un ‘prescinde’, que es como se conoce al permiso que ha dado a sus agentes para que no trabajen. “Cada mañana la llaman para ver si necesitan algo y ya está, como mucho han ido un día a la compra”. Lo mismo ocurre con Irene, la hermana de la reina Sofía, que vive en Zarzuela, pero ha prescindido de su escolta en estos duros días.
Luis Eduardo Aute, genio de la canción de autor en España y en muchas otras disciplinas artísticas, falleció ayer en Madrid, a los 76 años de edad. En diciembre de 2018 recibió un homenaje multitudinario en el que participaron numerosos artistas como Víctor Manuel, Jorge Drexler, Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat, o Joaquín Sabina, entre otros. Entre su amplio repertorio de canciones, su tema más reconocido es Al Alba, un canto de despedida que ha quedado vinculada a los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975, las últimas ejecuciones del franquismo. “Yo quería hacer una canción sobre un fusilamiento. Pero no terminaba de pillar la perspectiva. Empecé a hacer otras canciones, canciones de amor. De repente, apareció ‘Al alba’, una canción de amor, de una despedida radical. Pero la iconografía de la canción sugería que el narrador se despedía de su amor porque lo van a fusilar. Rosa León, arriesgando el pellejo, dedicó la canción a los condenados a muerte en sus conciertos. A partir de ahí, la canción quedó vinculada a los fusilados el 27 de septiembre de 1975”, recordaba el propio Aute en una entrevista en El Español. A dos meses de la muerte del dictador Franco, aquellas últimas ejecuciones tuvieron en contra a los miembros de los diferentes grupos antifascistas españoles y muchas voces internacionales, como la del Papa Pablo VI, quien pidió clemencia para los sentenciados, pero no fue escuchado. La canción escrita por Luis Eduardo Aute se convirtió en un canto de protesta y libertad, recordado sobre todo en la voz de Rosa León, aunque la versión del propio Aute y la que años después haría José Mercé también están entre las más conocidas por el público.
Fotomontajes, imágenes y fotos sorprendentes:
Reinar es decretado servicio esencial por lo que el rey seguirá haciendo nada.
Karlos Arguiñano, al frente de su programa de cocina, ha vuelto a dar muestra de que no tiene pelos en la lengua. “No hay que estar todo el día oyendo las noticias. Unas noticias que terminan agotando. Que sepáis todos que, en las televisiones, hay multitud de programas además de la información”, ha advertido Arguiñano, desde su programa de Antena 3. El cocinero ha recomendado a sus espectadores que ver “un par de veces al día la información es más que suficiente” porque “todo es repetitivo” y “terminan llenándote la cabeza”. Par evitarlo, Arguiñano ha recomendado apagar la televisión y ha pedido a sus seguidores que se vayan a jugar al parchís o a la oca.
“Entramos en nuestro vigésimo segundo día de nuestro confinamiento —escribe mi amigo Antonio Casero, desde Menorca—. Seguiremos hasta vencer a esta pandemia aunque echemos de menos tantas cosas que disfrutábamos con toda la familia y con los amigos. ¿Cómo luchar por ese extraño futuro que nos aguarda? Pienso que hay que tener esperanza, y esta no es un premio ni un regalo de los de arriba, es algo que se consigue a base de resistir y organizarse, asumiendo alternativas que den respuestas a los problemas que nos iremos encontrando”.El humor en la prensa de esta semana: El Roto, Eneko, Pat, J. R. Mora, B.Vergara, Manel F, Atxe, Javirroyo, Enrique, Ortifus…
Pep Roig, desde Mallorca, sugiere: Fantaseo, El merecido aplauso, El origen, A la contra, Aprovechando la ocasión…
Los vídeos de esta semana: El equipo del Hospital La Paz de Madrid canta ‘Resistire’