Por culpa de unos partidos que deberían estar proscritos, no sólo por la corrupción que los invade, sino también por el nefasto balance que sus gobiernos ofrecen a los españoles, España es hoy un país problemático, sin prestigio y considerado por sus socios europeos y occidentales más como un lastre que como un activo.
España ocupa uno de los primeros puestos en el ranking mundial de casi todas las miserias y suciedades: corrupción, consumo y tráfico de drogas, refugio para mafiosos, recepción de dinero criminal, blanqueo de capitales, baja calidad de la enseñanza, fracaso escolar, alcoholismo, prostitución, trata de blancas, desprestigio de los políticos, baja calidad de la democracia, impuestos desproporcionados, desempleo, avance de la pobreza, falta de oportunidades para los jóvenes, politización de la Justicia, burocracia... y un largó etcétera.
Cuando murió el dictador Franco, en 1976, España era el país menos endeudado de Europa, junto con Luxemburgo, y ocupaba el décimo puesto mundial en potencia industrial. Era un país con uno de los índices de delincuencia más bajos del mundo y el que menos impuestos pagaba de toda Europa. Sus cárceles estaban vacías y sus trabajadores podían comprar una vivienda con lo que ganaban en dos o tres años de trabajo. Hoy, para pagar un piso se necesita toda una vida y los hijos del propietario deberán, probablemente, seguir pagándolo, si no se los ha arrebatado el banco antes por falta de pago.
Los gobernantes han convertido el país en un inmenso parque temático de la corrupción, con escándalos que diariamente estallan en los medios de comunicación y avergüenzan a todos sus ciudadanos, menos a la clase política, que se ha acostumbrado a nadar en el lodo y los excrementos. El independentismo no existía apenas hace tres décadas y los que había en Cataluña cabían en un autobús, pero ahora esa región amenaza seriamente con romper la unidad de un país que llegó a ser la primera potencia mundial durante dos siglos, cuando contaba con buenos gobernantes y con un pueblo educado para la grandeza.
Cualquiera con inteligencia y decencia creería que los dirigentes y militantes del PSOE y del PP, autores y responsables del gran desastre y de la terrible decadencia de España, estarán pidiendo perdón a los españoles por haberles llenado de desgracia y dolor, pero no sólo no es así sino que, arrogantes y envalentonados, siguen exigiendo gobernar y presentándose a las elecciones con apoyos mayoritarios.
La situación lleva a pensar que la peor de las fechorías realizadas por los grandes partidos españoles, mayor incluso que la corrupción, ha sido haber degradado y envilecido a la sociedad, convirtiéndola, con la ayuda de las escuelas, universidades y la televisión, en un pueblo de borregos torpes y sometidos, incapaz de rebelarse contra las injusticias que padece, los estragos que soporta y el bajo nivel de liderazgo que tiene que aguantar.
Los pocos españoles conscientes del desastre e indignados con la miseria y mezquindad de sus políticos sólo sueñan con que el pueblo adquiera un día conciencia de su profunda desgracia, se alce y se sacuda a los parásitos que están arruinando la patria, dejándola sin riqueza, sin dignidad y sin futuro.
Francisco Rubiales