Os lo dije. Que ellos no iban a cambiar nunca. Era terminar los pocos días de la reunión familiar que consiguió ser de alguna forma uno de los momentos más vistos por la comunidad internacional y empezar con los lanzamientos de misiles que alcanzaron los 155 kilómetros desde Wonsan. Las hostilidades continuas entre ambos países han vuelto y la pantomima del régimen norcoreano de una falsa esperanza que transmite a los habitantes norcoreanos una y otra vez por la televisión o la radio será constante. Mientras tanto, el número de personas que esperan esa oportunidad de ver a su familiar residente en el norte sigue disminuyendo de manera preocupante.
Las estimaciones hablan que los solicitantes que no consiguen ver a sus hermanos, cónyuges o padres y que fallecen son unos tres mil anualmente. Para ellos, el tiempo quizá es el mayor adversario para aquel reencuentro que ahora parece tocar solamente a unos muy pocos. Algunos, ya desesperados, intentan subir a las montañas más elevadas para intentar ver las aldeas que están siendo desaparecidos por la orden del régimen. La seguridad cada vez les traiciona y el pánico les cubre diariamente para que el dolor sea un objeto más que acostumbrado. Se preguntan. Porque el sufrimiento no tiene su fin a pesar de haber pasado más de sesenta años. Que culpa tienen ellos y que para ellos, quizá, el acercamiento sea la última estación para encontrar la felicidad. El diario de Corea del Norte