La esperanza murió con él

Publicado el 27 octubre 2015 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Luis, sordo de nacimiento, era un muchacho idealista y trabajador, poeta desde que aprendió a escribir.  Como compensación natural a su sordera, Luis poseía una sensibilidad muy grande ante todo lo que percibían sus otros sentidos. Su memoria era magnífica y sus ojos podían ver cosas sutiles que otros no percibían: estados de ánimo, lenguaje corporal avanzado, síntomas de enfermedades mentales. Por eso decidió estudiar psicología, para ayudar a otros con el don que la naturaleza le brindó.

Cierto día, mientras leía, a Luis le llegó una idea. Se puso a pensar en todas las cosas que lo hacían feliz y en todas las cosas que estaban mal en el mundo. Se hizo evidente para él que lo que más feliz lo hacía era el arte, nunca lo había pensado de esa forma. Decidió entonces aplicar lo que el escritor del libro aconsejaba: lanzar una bola de nieve hecha de alegría para que vaya bajando y se haga cada vez más grande, y que al chocar explote y reparta la alegría acumulada a todo aquel que se cruce en su camino.

Luis pensaba día tras día qué clase de bola de nieve lanzaría. Pensó mucho. Realizó una sistematizada búsqueda de algo que pudiera hacer feliz a muchas personas, algo potente que toque los corazones e inicie el crecimiento de su bola. Averiguaba, leyendo mucho. Meses pasó así y Luis no hallaba su respuesta.

***

Luis se tomó muy en serio su tarea de la bola de nieve. Casi seis meses pasó investigando la esencia humana misma y el concepto de felicidad, un estudio profundo de filosofía. Hasta que llegó a la conclusión de que para iniciar un ciclo de alegría pura, blanca como la nieve, debía librar sus intenciones de todo ego. Debía ser algo desinteresado y de corazón. Entonces, decidió darle a los demás algo que ni siquiera él mismo no pudiera darse. La investigación lo llevó a hacer un estudio sobre las piezas musicales más bellas del mundo. Estudió el concepto de música, aprendió incluso a leerla. No quería cabos sueltos en su metafísica labor. Pensó que si Beethoven pudo, él también podría, al menos entender la música.  Y en eso pasó un año más.

***

Luis ya tenía todo preparado: un radio con un playlist de las mejores piezas de música clásica jamás creadas. Su meta era llenar de música todas las estaciones de tren de su ciudad, y así tocar los corazones estresados de la gente que pasaba. En la primera estación en que lo hizo, su emoción fue notoria. Tocaba el radio con su mano, para al menos sentir la vibración de la música. Pensaba en lo afortunados que eran los demás por tener el sentido del oído, y de poder apreciar el que consideraba el más bello arte. Sentía envidia sana hacia ellos.

Sin embargo, para sorpresa de Luis, nadie le prestó ni la más mínima atención. No importaba si era hombre o mujer, joven o anciano, simplemente a nadie parecía importarle el bello concierto que él le estaba regalando a sus oídos. Nadie se detenía ante él. Esta vez su sensibilidad le salió cara: vio los rostros llenos de egoísmo, ensimismados en la miseria cotidiana, indiferentes ante la belleza. Esperaba ver rostros despertando a la realidad, reaccionando ante la belleza, pero solo vio la decadencia humana impregnada en todas las almas que pasaban frente a él. Esa escena se repitió en cada una de las veintiún estaciones de su ciudad.

Abatido, se retiró a su hogar a meditar en qué fue lo que salió mal.

***

Luis se tomó el mismo tiempo que la vez pasada, estudiando profundamente la filosofía para hallar su respuesta. Casi seis meses pasaron. Luis concluyó que este mundo estaba plagado sin remedio por el egoísmo, la maldad y la indiferencia. Creyó entender, al fin, en qué se equivocó. Luis se quitó la vida luego de concluir que este mundo no tiene salvación alguna.

Por Donovan Rocester

donovanrocester.wordpress.com