Revista Arte

La Espiritualidad y la Sensualidad serán dos cosas que sólo el Arte podrá, si acaso, contemplar.

Por Artepoesia
La Espiritualidad y la Sensualidad serán dos cosas que sólo el Arte podrá, si acaso, contemplar.La Espiritualidad y la Sensualidad serán dos cosas que sólo el Arte podrá, si acaso, contemplar. La Espiritualidad y la Sensualidad serán dos cosas que sólo el Arte podrá, si acaso, contemplar. La Espiritualidad y la Sensualidad serán dos cosas que sólo el Arte podrá, si acaso, contemplar.
Fue el filósofo Kant quien distinguió la Sensualidad de la Belleza. Es decir, de las cosas que pueden ser recibidas por los sentidos, propias de ellos, que deleitan y placen por igual; de aquellas otras cosas que, únicamente, se percibirán por el intelecto pero que serán reelaboradas dentro de un lugar autónomo -¿espíritu?- y sin condicionamientos -interés, fines, necesidad- de ninguna clase. La Belleza estética distinta del Placer estético. Esto vino a situar entonces cada concepto en su sitio, y elevar aún más el Arte a una categoría superior a cualquier otro campo de posibles sensaciones o experiencias que los seres humanos pudieran obtener. Impresiones que se pudieran percibir ante el fragor de otras muchas cosas de la naturaleza, elementos que ahora pudiesen ofrecer también armonía, equilibrio, estímulo, arrobamiento, seducción o belleza.
Es confuso, y así fue durante toda la historia hasta Kant. Por esto el Renacimiento no pudo más que ejercer un revulsivo grandioso a la experiencia mística -expresión de sensaciones involuntarias ante un poder sobrenatural- ante la contemplación de cualquier Arte; por eso el Barroco utilizó el Arte para llegar a inspirar sensaciones de identificación placentera con mensajes, por entonces -la Contrarreforma-, absolutamente espirituales. Quizá por esto, todo el Arte posterior al filósofo alemán -desde el Romanticismo hasta el Surrealismo y más allá- pudo así llegar a justificarse en niveles más elevados y menos viscerales -con los sentidos menos predispuestos a lo solo emocional que nace de lo más sensual-, más elaborados en conceptos, en ideas que separaban el placer sensitivo en exclusiva de otro placer más intuitivo, más desarrollado hacia modos de entender el mundo, de comprender la Belleza ahora aislada de sus principios originales más clásicos grecorromanos, separada de su sola sensación y llevada así hasta lo moral, lo conceptual, lo histórico, lo social, lo psicológico, o lo existencial.
Acteón fue un personaje mitológico malogrado. Absolutamente llevado por su fruición deseosa y sensual de admirar la belleza desnuda de la diosa Diana -Artemisa griega-, se entregó una vez a la audaz intención de hacerlo, a pesar de profanar los deseos de la diosa de no ser jamás vista. Así que, al descubrirla, no pudo Acteón más que detenerse, acercarse y mirar, llevado ahora por una inevitable pulsión y una despiadada curiosidad. Su vanidad también contribuiría a dejarse llevar por su deseo. ¿Qué belleza no dispondría además de semejante actitud ante otra? Pero la diosa no le perdonó, lo transformó añadiéndole la cornamenta propia de los ciervos, aquellos animales a los que él, como cazador, persiguiese sin descanso. Luego sus propios canes, los perros que le ayudaran en su caza, lo devorarían creyendo así que era una de las presas tan grandiosas que abatieran otras veces.
En esta mitología se reflejará la oposición entre la actitud de la contemplación de la Belleza divina -de la mística-, de esa clase de belleza que llevará al sujeto a satisfacer esa parte autónoma o espiritual de su ser, frente a la materialización de esa Belleza, y que el Arte lo expresará con la desnudez más sensual y voluptuosa que el autor manierista Giuseppe Cesari (1568-1640) lograse ya en 1606 en su obra Diana y Acteón. Y es así como el Arte será lo único que pueda conciliar Belleza y Espíritu. No es posible traspasar los elementos sensuales de nuestra naturaleza y acercarlos a la divina emoción de lo espiritual. Es imposible. Son esferas diferentes. Únicamente, el Arte es capaz de lograrlo desde sus propias formas peculiares y ajenas a lo real. Porque la esfera estética, entendida ésta desde el siglo XVIII en adelante, no puede ser llevada al ámbito de la realidad. Como la imaginación, el campo estético es totalmente irreal; no subrreal, que es otra cosa diferente y se consiguió por el Arte con el surrealismo.
Ante la contemplación de la obra de Jean-Jacques Henner (1829-1905), Magdalena penitente, podemos acercarnos si acaso algo a la manera en que el Arte, sólo el Arte, es capaz de enlazar juntos en otra esfera los dos mundos separados, el mundo de la Sensualidad y el mundo de la Espiritualidad. Aquí alcanzaremos a vislumbrar, gracias a la genialidad del artista, parte de esa virtualidad imposible. Porque será la combinación de intelecto y sentido lo que nos llevará a enjuiciar, sin confusión, sin error o sin connotación parcial, lo que la representación de la Belleza más sensual sea capaz de llevarnos ahora a poder sublimarla, para alcanzar así otra, muy levemente, y de la que no habrá más salida ya que la suprema virtud de lo inasible, de lo trascendente, o de lo misterioso.
(Óleo del pintor Jean-Jacques Henner, Magdalena penitente, 1878, Museo de Bellas Artes de Mulhouse, Francia; Obra El sombrero negro, 1900, del pintor impresionista británico Philip Wilson Steer (1860-1942), Tate Gallery, Londres; Lienzo del mismo pintor británico, El espejo, ca. inicios siglo XX, Galería de Arte de Aberdeen, Escocia; Óleo del pintor manierista Giuseppe Cesari, Diana y Acteón, 1606, Museo de Bellas Artes de Budapest, Hungría.)

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