Con sus más de 240 metros de longitud, el edificio de la estación –que contaba con hotel, restaurante, oficina bancaria, comisaría, oficina de correos, enfermería y otras dependencias–, fue en su época la segunda más grande de toda Europa, únicamente superada por la de Leipzig, en Alemania.
La estación, cuya construcción se inició a comienzos de la década de 1920, se levantó siguiendo un majestuoso y elegante estilo clasicista que seguía los modelos de la arquitectura palaciega francesa, lo que le confería un aire lujoso que aún hoy es posible percibir, pese al notable deterioro del edificio.El recinto se inauguró en 1928 con la presencia del rey Alfonso XIII, el presidente francés Gaston Doumergue y el dictador Primo de Rivera, y en poco tiempo la estación –convertida al mismo tiempo en nudo de comunicación y aduana– fue una transitada zona de paso de pasajeros y mercancías.No pasó mucho tiempo, sin embargo, antes de que aquella actividad se frenara en seco por espacio de varios años. Fue en 1936, con el estallido de la Guerra Civil, cuando Franco ordenó que se tapiara el túnel que conectaba con el lado francés, por temor a la posible llegada de ayuda desde el país vecino. Finalizada la contienda, la circulación ferroviaria volvió a restablecerse, y fue entonces cuando la estación de Canfranc, con su lujoso y elegante edificio principal, se convirtió en escenario de varios episodios de gran trascendencia histórica.
Edificio de la estación, con aires clasicistas | © Javier García
BlancoTras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, y al menos durante los primeros tres años, la parte francesa que quedaba directamente conectada con la estación de Canfranc se encontraba en la zona “libre”, correspondiente con la Francia de Vichy.Esa circunstancia ofrecía algunas facilidades a quienes pretendían escapar de la persecución nazi y buscaban atravesar España para, generalmente desde los puertos portugueses, huir a Inglaterra o América, de modo que Canfranc no tardó en llenarse judíos y exiliados políticos que ansiaban la libertad.Entre éstos fugitivos que luchaban por su vida se contaban varios artistas de renombre, como el pintor ruso Marc Chagall y su familia, de origen judío. Cuando la capital francesa cayó en manos de los nazis, y la situación de los judíos comenzó a volverse desesperada, Chagall y los suyos escaparon de París para librarse de la temible deportación, llegando hasta Canfranc, donde lograron tomar un tren hacia la libertad.
Chagall fue uno de los judíos que recibió la ayuda del periodista estadounidense Varian Fry quien, con el apoyo del Comité Conjunto de Distribución Judío Americano (JDC) y el Comité Internacional de Rescate, logró establecer una red de liberación desde Marsella para ayudar a miles de personas que necesitaban escapar del horror nazi. Muchos de ellos acabarían pasando por la estación oscense.Otro artista judío que también consiguió escapar de las garras nazis gracias a la ayuda de Fry fue el surrealista alemán Max Ernst. El pintor también atravesó la frontera a bordo de un tren que tomó en Canfranc, aunque a punto estuvo de no lograrlo. Mientras estaba en la estación, los gendarmes galos descubrieron que su documentación era falsa. Con los nervios, Ernst dejó caer varias de sus pinturas y, al verlas, el gendarme –al parecer amante del arte–, decidió dejarle pasar.
En noviembre de 1942 los nazis ocuparon finalmente la Francia “libre” de Vichy, y a partir de entonces escapar a través de Canfranc se convirtió en una misión casi imposible. Sin embargo, y gracias a la ayuda del JDC, en diciembre de ese año unos doscientos niños judíos consiguieron atravesar la frontera y utilizar la estación española para tomar un tren y huir del horror. La idea original era salvar a cerca de mil niños, pero la ocupación nazi frustró el plan inicial.
Con Francia totalmente ocupada, la estación de Canfranc, que contaba con aduana y una parte del recinto estaba en manos francesas, se vio a partir de ese momento literalmente invadida por miembros de la Wehrmacht y de la temida Gestapo.La presencia de tropas y policía secreta alemana no se debía únicamente a la importancia como nudo de comunicación del enclave fronterizo, sino que existían otras razones de gran trascendencia para el desarrollo de la guerra.Desde ese momento, los trenes que pasaban por Canfranc ya no iban cargados de pasajeros que buscaban la libertad, sino de mercancías, entre las que destacaba el wolframio español y portugués con el que el ejército alemán blindaba sus tanques. En sentido contrario viajaban también los trenes cargados de lingotes de oro con los que el régimen nazi pagaba los envíos del valioso mineral.Ante la notable presencia de fuerzas alemanas, no es de extrañar que la estación acabase convertida en un auténtico “nido” de espías, en el que se daban cita guardias civiles españoles, gendarmes franceses, nazis, y miembros de la resistencia francesa.Tras la guerra, la estación recuperó su actividad normal en 1949 y siguió funcionando hasta 1970, cuando tras un accidente en un puente del lado francés, la línea entre España y Francia quedó cortada de forma permanente.Desde entonces Canfranc únicamente recibe la visita de trenes regionales que llegan desde Zaragoza y, aunque el edificio de la estación fue declarado Bien de interés Cultural en el año 2002, el recinto sigue a la espera de una restauración que le devuelva el esplendor de tiempos pasados.(Fuentes: Heraldo de Aragón – CAMPO, Ramón J. Canfranc, el oro y los nazis)