Uno de los aspectos más destacados de La estación de las mujeres es su notable manejo de lo trágico y lo cómico en una misma historia. Se trata de la vida de cuatro mujeres en un pequeño pueblo de India, una forma de existencia a la que los occidentales rara vez nos asomamos y que está marcada por un patriarcado feroz que no permite fisuras en su dominio absoluto. La lucha privada de estas mujeres se basa ante todo en buscar pequeños espacios de libertad en una sociedad asfixiante en la que todos se conocen y cualquier acción inconveniente puede suponer el ostracismo, por lo que su lucha debe ser silenciosa en un poblado en el que los ancianos deciden incluso si es conveniente instalar un televisor comunitario o no. Ni que decir tiene que la mayor parte de las otras mujeres contribuyen con entusiasmo a la perpetuación de ese estado de cosas, denunciando públicamente, si es preciso, a la que se sale de la norma. Pero la naturaleza humana siempre acaba imponiéndose y esos hombres devotos son los mismos que acuden entusiasmados por las noches a las sesiones de canciones y bailes eróticos protagonizados por una de las muchachas, Biji, que también se prostituye y se ríe del poder establecido porque conoce la verdadera condición de los hombres. A destacar las escenas musicales protagonizadas por Biji, rodadas con desenfreno, casi como si fueran vídeos musicales, pero que encajan muy bien en la trama y nos acercan más si cabe a una cultura que nos es extraña y que resulta ser mucho más rica que las imposiciones de los hombres santos que gozan del poder.