Este es el resultado del cuarto seguimiento de varios estudios desde que finalizó el programa, hace 20 años.
"Lo más interesante fue la reducción en el tiempo de las conductas violentas, algo que no habíamos demostrado antes", dijo la doctora Susan Walker, autora principal del estudio y profesora de la Universidad de las Antillas, en Jamaica.
En la década de 1980, el equipo de Walker comenzó a estudiar a 129 bebés jamaiquinos con retraso del crecimiento que vivían en una zona pobre.
Un grupo participó de un programa de estimulación, otro grupo recibió fórmula enriquecida y al tercero se le aplicaron ambas intervenciones. Un cuarto grupo creció sin estas ayudas (grupo de control).
El programa de estimulación incluyó la visita semanal de una mujer que le enseñó a las madres a jugar con sus bebés y a hacerlos participar en las actividades diarias. Además, les dejaba juguetes y libros cada semana.
Para los niños tratados con fórmula, se les entregaba cada semana 1 kilo de fórmula en base a leche para preparar poco menos de 7,5 litros.
Cada intervención duró dos años.
Como en los seguimientos anteriores, Walker halló que los participantes, ahora de 22 años, que habían recibido estimulación materna tenían un coeficiente intelectual mayor: 6 puntos más que los que no habían tenido esa interacción.
"Es un avance importante para algo que ocurrió en la infancia", dijo Walker a Reuters Health.
Los participantes que habían sido estimulados eran además un 65 por ciento menos propensos a participar en peleas y delitos violentos, y rendían mejor en los test de matemática y lectura.
El grupo que había recibido sólo fórmula en la infancia no mejoró en esas evaluaciones 20 años después, comparado con los niños del grupo de control.
Ninguna intervención ayudó a reducir el consumo de alcohol o cigarrillos o el embarazo adolescente, ni extender la educación formal más allá del secundario. Y los participantes conservaron una contextura más pequeña que sus pares, quizás resultado de la malnutrición infantil.
El estudio no analizó la causa de los beneficios en los hijos de mujeres que habían aprendido a jugar con sus hijos. Pero Walker dijo que la interacción habría mejorado la autoestima de los niños. Esto, a la vez, habría colaborado en un mejor rendimiento escolar.
El doctor Benard Dreyer, profesor de pediatría de la Escuela de Medicina de la New York University y que no participó del estudio publicado en la revista Pediatrics, opinó que los resultados demuestran que los beneficios de la estimulación temprana se mantienen por años.
En un editorial, Dreyer escribió que esos programas deberían utilizarse con los niños pobres de Estados Unidos y del mundo en desarrollo. "No es que no sepamos qué hacer, sino que no decidimos hacerlo a gran escala", dijo a Reuters Health.
El estudio tampoco estimó el costo del programa. Para Dreyer, las intervenciones semanales en el hogar serían menos costosas que el cuidado diurno, otra experiencia probada de ayuda para el desarrollo de niños pobres.
Dreyer sostuvo que el estudio de Walker es uno de los pocos sobre intervenciones bien planificadas con seguimiento durante tantos años.
Walker sugiere que la intervención temprana con niños sin condiciones adecuadas de nutrición y estimulación debería ser parte de la atención pediátrica habitual, como las vacunas.
"En ese contexto, en el que faltan juguetes e interacción con el lenguaje, todo lo que se haga para mejorar la calidad de la interacción madre-hijo y el juego es tremendamente importante", finalizó Walker.
Desde | Reuters Health
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