Los ríos y los pantanos no se limpian y cada año los embalses acumulan menos reservas, aunque se llenen. Caen cuatro gotas y las ciudades y campos se inundan porque los políticos no gastan dinero en limpiar los cauces de los ríos. Este año, el río Ebro ha inundado miles de hectáreas y ha amenazado a pueblos y ciudades con destruirlos, al mismo tiempo que arrojaba al mar más agua de la que el país consume en todo un año, sin que una sola gota de ese agua desperdiciada fuera reconducida hacia la cuenca del Segura y toda la España sedienta del sureste.
Los políticos, ineptos, egoístas, codiciosos e ineficaces, son la peor peste de nuestro tiempo. La inutilidad del Estado llega tan lejos que no sabe administrar una justicia justa, ni legislar en base al interés general, ni respetar la voluntad popular.
La ciudadanía le pone el listón tan bajo a los gobernantes españoles, que al poder llegan demasiados mediocres, mentecatos y tipos sin escrúpulos. Se le exige más a un barrendero o a un camarero (estudios, idiomas, limpieza penal, etc.) que a un político, al que no se le exige absolutamente nada. Los ciudadanos están siendo saqueados y acribillados con impuestos injustos, mientras la riqueza huye del país por problemas de codicia fiscal, ineficacia administrativa y mal trato a los emprendedores.
Mantener en el poder a la actual clase política española es un suicidio porque es evidente que su labor dispara los problemas y destruye la nación. Los ciudadanos no quieren que sigan funcionando las autonomías, pero los políticos las mantienen en contra de la voluntad popular. Los ciudadanos no quieren que los partidos políticos se financien con dinero público, pero los políticos mantienen esa financiación porque les conviene a ellos. Los ciudadanos no quieren impuestos tan altos y exigen el adelgazamiento de un Estado preñado de políticos ociosos a sueldo del Estado, imposible de financiar salvo que se cobren impuestos desmesurados, pero la clase política, en contra del interés general, mantiene esa y miles de otras canalladas, como la politización de la Justicia, la impunidad de los políticos y mil formas y modalidades de corrupción y abuso de poder.
España es una cloaca porque los ciudadanos son incapaces de utilizar el poder que les resta, que es poco, para expulsar del poder a semejantes ineptos y parásitos.
La desigualdad, la baja calidad de los servicios públicos, las diferencias que existen entre las distintas regiones, la injusticia reinante, la arbitrariedad, el abuso de poder y la corrupción galopante, a la que nadie pone freno, son dramas que el pueblo español tiene que sorportar porque su clase política, con bajeza y suciedad, se lo impone.
La independencia de Cataluña, uno de los conflictos más peligrosos y graves padecidos por España en los últimos dos siglos, ha sido obra de una clase política pervertida y corrompida, que ha permitido, durante décadas, que la insumisión, la corrupción y el odio a España funcionaran a pleno pulmón en Cataluña. En lugar de aplicar la ley, los dos partidos más fuertes de España, el PSOE y el PP, han cedido poder y han cerrado los ojos ante los delitos del nacionalismo, únicamente porque necesitaban sus votos para mantenerse en el poder.
Es casi imposible encontrar semejante bajeza en ningún país del mundo desarrollado y para encontrar barbaridades semejantes hay que posarse sobre estados casi fallidos de África o Asia.
La sequía que nos amenaza demostrará que los políticos, cada día más ávidos de dinero porque millones de euros desaparecen ne las sucias cloacas de la corrupción y el despilfarro, no han tomado medida alguna para evitarla, a pesar de que hace dos décadas otra sequía puso de rodillas a la sociedad española.
España es un país maltratado por sus clases dirigentes, sobre todo por una clase política que es de las peores del planeta. El día que sus ciudadanos se den cuenta de que su peor enemigo es el que les gobierna y al que ellos mismos votan, tal vez el destino cruel de este pobre país empiece a mejorar.
Francisco Rubiales