La eterna crisis

Publicado el 13 enero 2017 por Carlosgu82

España está en crisis. ¿Cuándo no lo ha estado? Quizás sería más apropiado afirmar que la crisis española se ha intensificado desde hace unos años, porque, que yo recuerde, siempre hemos padecido algún tipo de recesión económica.

Tejido industrial y empleo van íntimamente ligados. Pero tejido industrial es una quimera en un país que abrazó una profunda reconversión industrial a principios de los 80. Cuando digo reconversión quiero decir destrucción inconsciente (o consciente, vaya usted a saber) de las escasas industrias que poseía el territorio. Con la escusa de una productividad costosa, minas, astilleros, siderúrgicas y otros sectores pasaron a la historia. Para empeorar el panorama, decidió malvenderse al capital extranjero la producción de azúcar, vino y aceite entre otros, un gravísimo error en una nación donde la agricultura jugaba un papel preponderante. A cambio, los gobiernos se han centrado en el sector servicios, convirtiendo España en un país de teleoperadores, recepcionistas y asistentes mal pagados. Hay una máxima en economía: el poder adquisitivo genera consumo, y el consumo reclama la fabricación de los productos demandados por dicho consumo. Ahora bien, ¿dónde está el poder adquisitivo en una masa social de mileuristas (en el mejor de los casos)? Si además deslocalizamos la producción, cediéndola al gigante chino, ¿qué pasa con el empleo?

Cierto es que la avaricia empresarial carece de límites. Un ejemplo es el de Amancio Ortega, uno de los empresarios más ricos del planeta. El señor Ortega, con su creciente fortuna, podría haber empleado a miles de sus compatriotas. No lo ha hecho, prefiriendo que los artículos que comercializa se fabriquen en otra parte. Sin embargo, los españoles llenamos sus tiendas y, con ello, su cuenta bancaria. Piensen bien en ello.

Volviendo al título del artículo, España padece una eterna crisis. Cuando yo estudiaba en la facultad, hace ya muchos años, el sueño de la inmensa mayoría de jóvenes era aprobar una oposición, ya que sólo el funcionariado ofrecía una estabilidad laboral ausente en otras ocupaciones. Un país de funcionarios equivale a un país ineficiente. En España hay diez veces más funcionarios que, por ejemplo, en el Reino Unido, cuya población supera con creces la nuestra. De hecho, en España hay más senadores que Estados Unidos, algo difícil de entender en una sociedad avanzada. El resultado es un gasto público que ha de mantenerse a base de castigar a la clase trabajadora. Poseemos diecisiete autonomías o, lo que es lo mismo, diecisiete parlamentos con sus correspondientes diputados, secretarios, administrativos del estado, funcionarios asociados etc. Insostenible. Insostenible y ridículo, en tanto en cuento no existe una razón histórica para algunas autonomías. Mientras se debate en el congreso la edad de jubilación, así como los años de cotización necesarios para acceder a un subsidio, nuestros políticos sólo precisan dos legislaturas, DOS, para garantizarse una paga íntegra (por cierto, muy jugosa). Este es el único punto en el que gobierno y oposición parecen estar completamente de acuerdo.

Otra cuestión sería la tasa de desempleo real. Si consideramos los millones de españoles que viven y trabajan en otros países, más por necesidad que por placer, o aquellos que ya ni siquiera se molestan en fichar en el Inem, el número de parados alcanzaría cifras desorbitadas. Por fortuna para quienes nos malgobiernan, apenas existe una revuelta social que podría revertir la situación. Lejos quedan los piquetes de las cuencas mineras, las grandes huelgas generales, los enfrentamientos en los astilleros… Los Romanos inventaron el “pan y circo”; el gobierno español, más sibilino, lo ha sustituido por el “circo sin pan”, todo un avance en las teorías de Maquiavelo. A ello se han sumado los medios de comunicación, unos medios totalmente manipulados, y, por supuesto, los ayuntamientos, cuyo gasto en festividades supera de largo el gasto en la promoción del empleo. La televisión no debate la situación actual como debiera, prefiriendo centrarse en los Madrid-Barça o la vida de algunos privilegiados. Por su parte, la justicia, clara representante de la indolencia del funcionario medio, protege y ampara a quienes han robado del erario público. No serán los Pujol, ni los Urdangarines de turno, los que pisen la cárcel; serán otros desgraciados con delitos infinitamente menores. En esto consiste nuestra crisis. No se trata sólo de una crisis económica sino también de una crisis de valores, una crisis social, una crisis de ideas, una crisis integral.

Paradójicamente, sólo se declaran en huelga quienes mejor viven: controladores aéreos, maquinistas de Renfe, empleados del metro… En otras palabras, las huelgas tienen por objeto castigar los mismo ciudadanos que financian a los huelguistas. ¿Cuántos diputados viajan en el metro o en un vagón de cercanías? ¿Cuántos españoles cobran 3000 euros al mes por manejar una palanquita durante 5 horas al día?

Recuerdo los paros en la sanidad pública. En Madrid, los médicos y enfermeras de los principales hospitales cortaban la Castellana para manifestar descontento en lo referente a sus condiciones contractuales. Al mismo tiempo, dichos sanitarios recogían la firma de la ciudadanía como apoyo a su causa. En agradecimiento, el pago ha sido aumentar las listas de espera, dejar morir a algún que otro inocente a las puertas de un hospital sin dignarse a prestarle socorro (véase lo ocurrido recientemente en el hospital Quirón). Oímos, en boca de los médicos, que la alta carga de trabajo es la justificación a tanto desmán. Presenciamos, día tras día, multitud de sanitarios bebiendo café en las cafeterías de los centros hospitalarios, y eso cuando no están fumándose un cigarrillo en la calle. Luego, por las tardes, se van a trabajar a centros privados, contradiciendo lo de la carga laboral. El suyo no es un juramento hipocrático sino “hipócrita”, si bien hay excepciones como en todo.

Otro asunto es el de la moderación salarial, pregonada por todo aquel que no sólo gana cantidades desmesuradas sino que se sube la nómina al comienzo de cada año. En definitiva: salarios bajos para la masa, ausencia de tejido industrial, deslocalización… ¿Cómo pensar en un futuro sin desempleo, en un futuro cuyo consumo exija una contratación extensa a fin de satisfacer la demanda? ¿Dónde se esconde el dinero que hemos pagado a la banca con el fin de rescatarla? Porque el rescate tenía por objetivo aportar la suficiente liquidez, a los banqueros, para invertir en PYMES. Otra mentira en el haber del gobierno.

No quisiera extenderme en este primer artículo, pues pretendo escribir una serie similar como denuncia permanente. Por el momento, baste dejar claro que la crisis, nuestra crisis, no tiene visos de superación. Nunca los tuvo. A toro pasado, la década de los 90, con aquel desempleo en torno al 10%, nos parece una década idílica. Pues no. Un 10% de parados es algo inaceptable en la mayoría de economías europeas, o en la Norteamericana. Señor Aznar, a ver si le entra en la cabeza, máxime cuando el trabajo que creó se circunscribió, casi exclusivamente, a la especulación inmobiliaria.

Sí, la eterna crisis.