La eternidad recuperada. Arthur Rimbaud cumple 166 años

Publicado el 20 octubre 2020 por Apgrafic
Fotografía de la serie 'Arthur Rimbaud en Nueva York', 1978-1979, de David Wojnarowicz*

"Es como si hubiera renunciado al amor", escribe Henry Miller en su genial ensayo sobre Rimbaud, "El tiempo de los asesinos" (1965), a propósito de la renuncia a la poesía de este detective salvaje cuando apenas tenía 20 años. Sin dar ninguna explicación, el más precoz de todos los rebeldes salió un buen día de casa, y no volvió más. ¿Por qué? Ni el mismo poeta hubiera sabido responder. 

Miller también escribió en su ensayo: "Si la misión de poesía es despertarnos, hace tiempo que deberíamos haber sido despertados". Por eso, invitamos a cuatro escritores para que nos cuenten sus visiones sobre el eterno adolescente que cumpliría hoy, martes 20 de octubre del 2020, 166 años. 

ALGO DE INOCENCIA SALVAJE Y SACRO HEDONISMO
Por Ximena López Bustamante. Comunicadora, directora de la revista Verboser 

Basta de palabras. Nos oyen, acaso, ¿los muertos?, ¿A qué le llaman paraíso?, ¿Cuándo acabará la temporada en el infierno? ¿El vacío dura para siempre? Tal vez esas mismas preguntas se hizo el poeta allá por 1870, cuando decidió huir de casa y perseguir el sabor a libertad.

Ya todo se ha dicho del niño terrible, desde biografías religiosas donde se le cataloga como un ángel sabio (Rimbaud- Jacques Riviére) hasta una visión oriental donde el amante de Paul Valerie anunciaba la existencia de otras vidas (Rimbaud, le voyant - Roland de Réneville). Una bestia inocente como animal de domingo, así fue Arthur en su vida de paganía beatificada y disfrute del fuego alimentado por poesía maldita ardiendo en la virginidad gozosa de un pagano de raza inferior. No en vano repetía con frecuencia: “somos raza inferior por toda la eternidad”; “El infierno no puede atacar a los paganos. ¡Esto sigue siendo la vida!”.

El dolor eterno, la extraña incoherencia y el innato hedonismo fueron estrellas y cruces de un Rimbaud que desde entonces daba señales de estar adelantado a la época. Albert Camus, bien lo definió como “el más grande de todos” y Patti Smith como "el primer poeta punk”.

La certeza intuitiva de lo desconocido con el más purísimo amor reflejada en sus textos, donde visibilizar el dolor del ser y la inconformidad sobrehumana se vieron comprometidas. Series de dulces locuras y revolución trascendiendo en el lector/a.

Hay un dichoso misterio en la libre conducta del hombre, la eternidad. En definitiva, ese misterio lo resolvió el vidente Arthur Rimbaud (1854-1881).

TRAFICANTE DE ESCLAVOS EN EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
Por Hans Alejandro Herrera. Director Grupo Lobo

Es 1887 y en Adén, Yemen, un ex poeta se pudre en una vida exótica como traficante de armas. Su única aspiración, como todos, es hacer bastante dinero. Son frecuentes sus viajes por el desierto de Somalia y sus amoríos con las nativas, a alguna la ha comprado en el mercado regateando su precio en cabras. "No he encontrado lo que buscaba", escribe decepcionado en sus cartas, pero todavía tiene ánimos de explorar tierras pobladas de salvajes que castran a los viajeros. Planea una gran obra, el mapa de Abisinia. Vive en un jardín de bananos. Pasan los meses y los negocios no avanzan. Tiene 29 años y siente que está envejeciendo "muy rápidamente en estas estúpidas profesiones". Vende moca, café, marfil y, claro, armas. "Alto, demacrado, canoso en las sienes", así lo describe un explorador italiano de la época. En París, la reciente publicación de una obra desmerecida comienza a rumorearse entre la crema y neta parisina. La gente se pregunta qué fue de ese poeta que desertó cumplidos los 20 años. En África, el joven viejo habla árabe y negocia con los compradores de armas. "Estoy muy aburrido siempre, ¿no es miserable esta existencia sin familia sin compasión intelectual?", comenta a los suyos. En Adén el calor es insoportable y extraña hasta la muerte. Desde la azotea de su casa contempla de noche las estrellas y desea un hijo "para educarlo según mis leyes". Está lleno de piojos y ha matado a todos los perros de la calle. En París no dejan de hablar de un poeta niño, dicen que está en América, que se suicidó, que nunca existió. En Adén, un traficante de armas francés confirma todas las noches que "la soledad es cosa mala". ¿Poemas? No, gracias. Vendo armas.

RIMBAUD PERSONAL
Por J. J. Maldonado. Escritor

Como se sabe, Arthur Rimbaud tuvo un paso turbulento e imponderable en la historia de la poesía moderna. Cada vez que pienso en ello, traigo a la mente esa imagen nunca más exacta que presenta Pierre Michon en su deslumbrante Rimbaud, el hijo. Para Michon, el arribo de Rimbuad a la poesía es comparable al ingreso de un caballo desbocado al púlpito de un templo en plena homilía: una acción siniestra pero a la vez llena de belleza.

Es muy lógico que la irrupción de un caballo loco dentro de una iglesia sea algo breve y que esa brevedad –esa cosa aparentemente accidental– quede grabada en la memoria de los hombres y, quizá, las transforme para siempre.

Sí, quiero pensar que ese es el caso de Rimbaud, al menos de mi Rimbaud personal, fiera incontrolable que alteraba un contexto solo para abandonarlo al poco tiempo e irse de inmediato a perturbar otro y luego otro y así sucesivamente. Esta es pues la única manera que puedo entender su paso posterior por el tráfico de armas, la minerología, la venta de esclavos o la fotografía, en donde capta imágenes tan siniestras que solo parecen extraídas de El corazón de las tinieblas o, de su versión pop, Apocalypsis Now. ¿Quién lo habría creído? Lo siniestro, una vez más, convertido en belleza.

Es precisamente en esta alteración del orden de las cosas en donde radica la esencia de Rimbaud, su “Yo es otro”. Un caballo maldito, demencial, cuyo único destino es ser sacrificado para salvarnos de su furia.

MI BOHEMIA (FANTASÍA)
Por Diego Arévalo. Editor

Estaba pensando en el texto sobre Rimbaud cuando la moto patinó y me arrastré con ella algunos metros en línea recta. No me pasó nada pero sucedió delante de un carro de policía. Uno de los uniformados me ayudó a levantar el vehículo, lo estacionó a un costado y me pidió documentos. Minutos antes había salido de mi buhardilla chorrillana, lugar en el que había pasado la noche sobre un catre de madera sin colchón, dentro de mi funda para tabla de surf. Antes de eso había estado bebiendo y drogándome en la casa de mi gitana, quien vive a unas cuadras. Fueron sus labios los que me anunciaron que, un buen amigo y yo, habíamos ganado un financiamiento para volver a sacar a luz la obra de una poeta olvidada. También estábamos con otro amigo suyo, el típico dealer mil oficios que sabe más de la vida que cualquiera sin haber leído un solo libro. Le caí en gracia y, minutos antes del toque de queda, me regaló un tour por el barrio y paseamos a la espalda de la iglesia San Pedro, lugar en el que se mueve la merca del distrito. Mi guía se llama Jesús, y la primera vez que lo vi estaba trabajando la madera. Antes de esto, al atardecer, el malecón lleno de sol era una fiesta: burbujas de agua, cometas, ambulantes vendiendo algodón y manzana dulce, parejas, grupos de amigos, familias enteras en su día de feria paseando alegres, cohabitando con visiones de miseria. Pero mucho antes de todo esto ya había recuperado un sentir adolescente: bajar a pie al mar con el wetsuit puesto y mi tabla bajo el brazo. Fue surreal tener toda la playa de Agua Dulce (Triángulo) para mí solo. O al menos para mí y los militares y sus fusiles.

No me persigné cuando estuve a punto de arrojarme al mar, pero recité en mi cabeza el siguiente salmo del poeta a la naturaleza:

¡La hemos vuelto a hallar!
¿Qué?
— La Eternidad.
Es la mar en armonía
con el sol.

* Las imágenes que ilustran cada texto pertenecen a la serie 'Arthur Rimbaud en Nueva York', 1978-1979 de David Wojnarowicz.