La Evidencia de la Experiencia

Por Claudio Auteri Ternullo @micedvalencia
Hemos estudiado algo de la experiencia del apóstol Pablo, y en otros capítulos hemos notado varias veces la evidencia poderosa que tenemos cuando podemos decir a un incrédulo: “Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.” Siendo ésta la evidencia más poderosa, que nunca se puede negar ni contradecir, vamos a meditar en ella un poco más en éste nuestro último capítulo, para fortalecer nuestra fe y habilitar aun a los que son niños en Cristo a ser testigos valientes de él.El apóstol Juan cita su propia experiencia cuando dice: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1:1–3).Policarpo, discípulo de Juan y después obispo de Esmirna, expresó su testimonio así antes de su martirio: “Oh Señor, Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bendito Hijo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de ti, el Dios de los ángeles y de las potestades y de toda criatura, y de toda raza de los justos que viven delante de ti, te doy gracias porque me has considerado digno de este día y de esta hora, para tener parte en el número de tus mártires en la copa de tu Cristo, para la resurrección en la vida eterna, tanto del alma como del cuerpo, por medio de la incorrupción impartida por el Espíritu Santo, entre quienes ojalá sea aceptado ante ti en este día como un sacrificio rico y aceptable según tú, el fiel y verdadero Dios, lo has predestinado, lo has revelado de antemano y lo has cumplido ahora.“Por lo cual también te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico junto con el eterno y celestial Jesucristo, tu Hijo amado, por quien a ti, con él y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y por todos los siglos. Amén” (Wace).Estas últimas palabras del anciano obispo merecen atención especial. El había servido al Señor Jesucristo por más de ochenta años con toda la devoción de su ser, había sufrido muchas persecuciones, y ahora estaba a punto de ser echado a las fieras. Pero sus palabras no son las de un seguidor alucinado de fábulas ingeniosas. Al contrario, son una canción de victoria, llena de esperanza y de confianza firme que pronto iba a ser coronada con la gloria eterna.Martín Lutero, el gran reformador de Alemania, escribe así de su propia experiencia en el evangelio: “En cuanto a mí mismo, aun cuando no puedo vanagloriarme de un gran acopio de esta gracia (porque siento profundamente mi estrecha deficiencia) confío sin embargo en que de las grandes y variadas tribulaciones bajo las cuales me he sentido, he adquirido de la fe un cierto dracma; y que puedo por lo mismo hablar de ella, si no con más elocuencia, sí con más substancialidad que cualquiera de aquellos sutiles eruditos que lo han hecho hasta aquí en todas sus laboriosas disputas.”El doctor Brown, citando los testimonios de unos científicos acerca de su fe en Jesucristo, exclamó: “Tal testimonio iguala en valor a volúmenes de argumentos.”A los que buscan a Dios y sienten necesidad de un Salvador, no es nuestro primer deber exhortarles a usar sus poderes intelectuales e investigar las evidencias cristianas. ¡No! Lo primero es decirles: “Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él” (Salmo 34:8). Cuando Natanael preguntó a Felipe con incredulidad: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” la respuesta fue: “Ven y ve.” Todos los que han venido a Cristo con arrepentimiento y fe han hallado en él todo lo que anhelaban o necesitaban para esta vida y para la eternidad. “Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (Juan 4:41, 42).“El investigador encuentra la verdad cuando encuentra a Cristo; su pesquisa por la verdad continúa después de eso tras el significado de Cristo. La fe no es la antítesis del pensamiento, sino sólo de la vista. La fe es un acto de la voluntad que nos relaciona con nuevas realidades, nuevos objetivos. Actúa como si estuviera presente el Cristo invisible, y no te encontrarás con la vacuidad” (Mullins). Procuramos pues, traer a cada alma, sea grande o pequeña, a un contacto personal con Cristo. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).Un borracho consuetudinario fue convertido y se regocijaba en su Salvador. Cuando un compañero ateo le dijo que esa nueva religión era un engaño, el cristiano contestó: “Gracias a Dios por el engaño; él ha vestido y calzado a mis hijos, y les ha dado pan. Ha hecho de mí un hombre, y ha puesto gozo y paz en mi hogar, el cual había sido un infierno. Si éste es un engaño, ojalá que Dios lo mandara a los esclavos del vino en todas partes, porque su esclavitud es una espantosa realidad.”El doctor Mullins hace notar cuatro cosas que vemos siempre en la evangelización, y que prueban el poder del mensaje:(1) Gana hombres a la vida religiosa por la predicación.(2) La predicación de un conjunto de verdades, todas las cuales están conectadas con Cristo.(3) La producción de resultados inmediatos en la conversión de los hombres.(4) La permanencia de los resultados morales así obtenidos es la prueba de la realidad de la transformación moral efectuada en la conversión.Todo el poder está en Cristo, y sólo por él se consigue el éxito.Así hemos visto que en la esfera intelectual, en la esfera moral, en la esfera espiritual, en la dirección de la vida práctica, y en la historia de la iglesia, CRISTO es el todo y en todos. Todas las teorías, conjeturas e hipótesis de los hombres han fracasado, pero él siempre logra la victoria.David describe de manera hermosa el resultado de su investigación de las evidencias en el mundo interior: “Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia, y tu fidelidad alcanza hasta las nubes. Tu justicia es como los montes de Dios, tus juicios, abismo grande. Oh Jehová, al hombre y al animal conservas. ¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas. Serán completamente saciados de la grosura de tu casa, y tú los abrevarás del torrente de tus delicias. Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz. Extiende tu misericordia a los que te conocen, y tu justicia a los rectos de corazón” (Salmo 36:5–10).