La Evidencia de la Historia

Por Claudio Auteri Ternullo @micedvalencia
La cruz de Cristo es el evento central de toda la historia, y proyecta su sombra atrás y adelante sobre todos los siglos de la existencia de la raza humana. Los que vivieron durante los cuatro mil años antes de la cruz fueron salvos por su virtud, mirando adelante, al sacrificio prometido. Todos los que han vivido después de la venida de Cristo han sido salvos mirando atrás a la expiación hecha en la cruz por Jesucristo el Salvador.Por medio de la historia de la iglesia cristiana en los dos milenios pasados podemos sacar una evidencia poderosa acerca de su valor en el mundo. El cristianismo es practicable, y lo podemos probar por sus resultados. Su crecimiento no ha sido mecánico sino espiritual, y como alguien bien ha dicho: “Construir una casa es una cosa, pero se requiere más tiempo para que crezca un árbol; y construir un hombre es otra cosa, que requiere mucho más tiempo.” El desarrollo de la Iglesia no se hace de afuera, como esculpir una estatua de un bloque de mármol, sino que se hace de adentro, por medio de la operación del Espíritu de Dios en los corazones y vidas de los cristianos.Hemos visto ya que durante la vida de Pablo, antes del año 60 D.C., el evangelio fue predicado en todas partes del mundo entonces conocido (Colosenses 1:6, 23). Tuvo que confrontar el antagonismo de los judíos, el desprecio de las gentes de cultura, las burlas de los filósofos, y toda persecución que Satanás pudo levantar en contra de la Iglesia en todos los países. A pesar de todo, y aun cuando miles de cristianos fueron martirizados por su fe, la sangre de los mártires ha sido la semilla de la Iglesia en todas las edades.El evangelio de Jesucristo ha probado tener capacidad para hacer frente a todas las formas de oposición, ha demostrado que puede satisfacer las necesidades espirituales de toda clase de hombres; nunca ha retrocedido ante los climas, los gobiernos, ni las condiciones sociales o raciales, sino que ha tenido en todos los siglos una fuerza interior que le ha permitido salir triunfante. Ha habido tiempos de decadencia y obscuridad, cuando la lámpara de la verdad parecía estar en peligro de ser apagada, pero siempre ha tenido Dios sus siervos fieles escondidos, y al fin la luz ha resplandecido más que nunca.El apóstol Pablo, por su predicación inspirada, ha sido llamado el creador de la Europa moderna. Mucho debe también Europa a Agustín, Clemente, y Orígenes en el principio; y después a Martín Lutero y sus colaboradores en la Reforma del siglo XVI, después de los siglos de oscuridad bajo el gobierno de la iglesia de Roma.“Lutero dio una nueva dirección al desarrollo subsiguiente de la vida europea. Fue el amo de su edad, y convirtió sus mejores fuerzas en una expresión nueva e importantísima. Escribir la historia de la Reforma y dejar a Lutero fuera del relato es imposible. Concediendo que en el movimiento estaban interesadas grandes ideas, éstas estaban sin embargo centralizadas en la personalidad más fuerte de aquel tiempo, y por medio de esa intrépida fortaleza fueron impresas esas ideas con energía elemental en la imaginación y en el corazón de Europa” (Gordon). Vemos que en todas las edades Dios tiene su hombre, y por medio de él la antorcha es levantada y pasada a otros.Los esfuerzos de enemigos que intentaban siempre destruir al cristianismo pueden muy bien ejemplarizarse en la personalidad del emperador Juliano, quién inició la persecución más severa, y que en su rabia y encono semejaba a Saulo de Tarso. Sin embargo, por cada uno que mataba, diez nuevos cristianos se levantaban. Se dice que uno de los cortesanos preguntó en tono de burla a un ministro: “¿Qué está haciendo ahora tu hijo el carpintero?” y que el cristiano replicó: “Está haciendo en este momento un ataúd para tu emperador.” Juliano nunca fue convertido, pero dicen que murió exclamando: “¡Oh Galileo, tú has triunfado!”Algunos historiadores han intentado probar que el crecimiento del cristianismo se debió a causas naturales, pero eso nunca podrá probarse. La única causa es el poder sobrenatural de Jesucristo, la influencia de sus enseñanzas sobre los hombres, y la potencia de su sangre preciosa para lavarlos de sus pecados y hacerlos nuevas criaturas por el nuevo nacimiento. Nótese lo que él ha hecho en la condición del niño, de la mujer y del esclavo. En cada uno de esos casos de crueldad indecible en siglos pasados, dondequiera que ha resplandecido la luz del evangelio, toda la crueldad y opresión han desaparecido.“La característica sobresaliente de la civilización antigua es que el estado lo era todo, el individuo nada. Ahora, al contrario, el valor del individuo está transformando lentamente nuestros ideales en la vida política, económica y religiosa. En el estado el derecho a votar, en el mundo industrial el derecho a una oportunidad, y en la esfera religiosa libertad para adorar a Dios, son los ideales. Libertad, igualdad, fraternidad, eran ideas extrañas al mundo antiguo; también el derecho de todo hombre para contarse como uno, y el derecho de ningún hombre para contarse como más de uno. El hombre en el mayor estado de barbarie es todavía un hombre; el hombre en la posición más alta no es más que un hombre” (Mullins).Podemos notar ahora la factibilidad del cristianismo en la obra misionera, que es su interpretación verdadera. Comenzó entre los judíos, un pueblo fanático y exclusivo. Jesús había dicho a sus discípulos que saliesen por todo el mundo y predicasen el evangelio a toda criatura, pero estúdiese Hechos 10 para ver cuán difícil era que Pedro siquiera entrase bajo el techo de un romano; y en el capítulo 11 vemos cómo fue criticado por otros cristianos por haberlo hecho. Léase Hechos 11:19–24; 13:1–4, 46–49. En todos los viajes misioneros de Pablo vemos cómo él iba demostrando que el evangelio era un mensaje universal. Después de su muerte, desde Roma, el centro del mundo, se esparció el cristianismo en todas partes de la tierra. Este puñado de predicadores —fanáticos, locos, en opinión del mundo— salieron para obedecer el mandato de su Maestro.El espíritu que animaba a los misioneros en todas las edades se describe así: “El amor de Cristo nos constriñe … somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios … No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, más enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, más poseyéndolo todo” (2 Corintios 5:14–21; 6:3–10).“El misionero debe tener cuatro pasiones: (1) una pasión por la verdad; (2) una pasión por Cristo; (3) una pasión por las almas de los hombres; y (4) una pasión por la abnegación” (Pierson). En este espíritu, miles de los testigos del Señor han salido a todas partes del mundo, hasta los últimos confines de la tierra. Por falta de espacio no podemos mencionar sus nombres, pero en la segunda venida de Cristo brillarán como el resplandor del firmamento, y como las estrellas a perpetua eternidad.Las evidencias cristianas se ven no sólo en las multitudes de almas ganadas por Cristo, sino también en las obras literarias de sus ministros. La Biblia o partes de ella han sido traducidas a más de mil idiomas, y más de cuatro millones de esas porciones son distribuidas cada año en los campos misioneros. Hay miles de orfanatorios, escuelas, y otras instituciones también, donde el espíritu cristiano es manifestado proveyendo cuidado a los cuerpos y las mentes de los que necesitan al Salvador y Sanador.El gran crecimiento en el número de creyentes en los varios campos misioneros es un testimonio que no se puede refutar. En los 200 años entre 1500 D.C. y 1700 D.C. se convirtieron más almas que durante los primeros mil años. Durante la primera mitad del siglo veinte, el número de cristianos en el mundo se ha duplicado, y se dice que en los noventa años pasados el cristianismo ha ganado casi tres veces más que lo que hizo durante los primeros mil quinientos años.Es triste confesarlo, sin embargo, todos los esfuerzos misioneros no han podido alcanzar el aumento de la población del mundo. A pesar de todas las almas ganadas, más de la mitad de los habitantes de esta tierra el día de hoy yacen en tinieblas espirituales, sin Dios y sin Cristo. La única esperanza del mundo está en la segunda venida de Cristo. El vendrá a reinar, y entonces todo lo malo será quitado y serán establecidas la justicia y la paz.
“Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; su fruto hará ruido como el Líbano, y los de la ciudad florecerán como la hierba de la tierra. Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dura el sol. Bendita serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado. Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito su nombre glorioso para siempre, y toda la tierra sea llena de su gloria. Amén y amén” (Salmo 72:16–19).