El bipedalismo implicaba que las madres tenían que transportar sus cachorros, en vez de llevarlos montados en la espalda. Con las manos ocupadas, las mamás necesitaban un compañero que les procurase alimento y las protegiera a ellas y a sus retoños.
Con respecto al agrandamiento de los cerebros hace más de un millón de años extendió la duración de estas relaciones monógamas. Al crecer el tamaño del cerebro, los humanos tuvieron que afrontar un compromiso evolutivo. La pelvis, adaptada al bipedalismo, impone un límite a la cabeza del niño en el nacimiento. En consecuencia, los bebés humanos nacen en un estado de desarrollo más temprano que los de otros primates y su infancia se prolonga lo suficiente para que crezcan y aprendan.
Fisher señala, que el crecimiento del cerebro de los homínidos y los novedosos caracteres de organización que lo acompañaban otorgaron a nuestros predecesores unos extraordinarios recursos para el cortejo mutuo, a través de la poesía, la música, el arte y la danza. Los datos arqueológicos indican que hace 35.000 años los humanos ya se implicaban en conductas de esos tipos. Es decir, probablemente estarían tan enamorados como nosotros en la actualidad.Desde hace millones de años el amor está presente en la raza humana como resultado de la evolución, sentimiento o necesidad un dilema difícil de develar. El amor es el legado de algún ancestro común como el Australopithecus. Por Paola Echecury