Nadie puede proteger ni defender lo que no tiene. La fe que Judas nos exhorta a defender con tesón fue entregada a los santos, y ellos la han dado a nosotros en las Santas Escrituras (Judas 3). Vamos pues a mirar algunas de las verdades cardinales de nuestra fe, y a notar cómo ellas han sido defendidas durante los siglos pasados. Los argumentos principales para probar esas verdades son los mismos hoy que en los días de los padres apostólicos, quienes se valieron de ellos en sus escrituras; pero cada siglo de experiencia añade más fuerza y más claridad a ellos.Puede haber dos clases de evidencia, a saber: evidencia demostrativa (como las pruebas matemáticas), y evidencia moral. Es claro que no se puede usar la primera clase para verdades espirituales, pues los argumentos en defensa del evangelio son siempre morales. Hay dos clases de esta evidencia moral, es decir, la exterior y la interior. Las pruebas exteriores se basan en el testimonio y el razonamiento. Las pruebas interiores se basan en las experiencias del cristiano. Su religión es de la cabeza y también del corazón.Estúdiese Romanos 1:18–25 para ver que en un tiempo los hombres conocían a Dios; pero a causa de la entrada del pecado en el mundo muchos quisieron negar su existencia y no retenerlo en su conocimiento. Ahora vamos a notar algunos de los argumentos para la existencia de Dios, no usando la Biblia sino tratando únicamente de la materia en lo exterior y de la naturaleza humana en lo interior. Hay muchos argumentos, pero para más brevedad vamos a resumirlos en los cuatro más importantes:(1)El argumento ontológico. Este fue formulado primeramente por el obispo Anselmo, quien decía: “Credo ut inteligam” (Yo creo para que yo entienda). Demuestra que tenemos una idea de un Ser perfecto y supremo, y no nos es posible imaginar nada más grande que él. La idea de Dios no podía entrar a la mente del hombre si esa mente no tuviera su origen en él. La mera idea de Dios se nos hace posible porque él mismo está detrás de esa idea. La naturaleza responde a nuestros pensamientos de ella, y nuestros pensamientos responden a ella, por lo tanto ambos deben haber sido hechos por una mente infinita. Es lógico y creíble que este Ser supremo exista.(2)El argumento cosmológico. Santo Tomás de Aquino fue el originador de este pensamiento entre los cristianos; antes de su tiempo había sido empleado por el filósofo griego Aristóteles. Se basa en el hecho del universo —todo lo que vemos en nuestro derredor. Este universo no se hizo a sí mismo, porque cada efecto requiere una causa. Lo relativo demanda lo absoluto. Estamos conscientes de todas nuestras acciones, y sabemos que somos responsables de ellas. En otras palabras, nuestro libre albedrío es la causa de ellas. Debe existir, entonces, una causa de todo lo que vemos en el universo, incluyendo los seres inteligentes y libres, y aquella primera causa debe ser libre y superior a ellos.“La electricidad es generada por el calor; el calor viene del carbón; el carbón de las antiguas selvas; éstas obtuvieron sus propiedades de los rayos del sol; el calor solar es alimentado de alguna manera misteriosa, probablemente por meteoros, y así, sucesivamente hasta el principio. Ahora, el calor, el carbón, las selvas, y la luz solar —todos los términos mencionados en la serie anterior— son parcialmente causas y parcialmente efectos. De manera que de cada uno debe darse cuenta por alguna cosa anterior. En ninguna parte en el reino ilimitado de la naturaleza material se ha descubierto todavía alguna cosa que sea totalmente causa. Los átomos o fuerzas fundamentales no han sido descubiertos sino supuestos. Sin embargo, aun ellos necesitan una causa anterior para ponerlos en movimiento” (Mullins). No es posible imaginar este universo iniciándose sin la primera gran causa, es decir, Dios.(3)El argumento teleológico. Se basa éste en el orden y designio que se manifiestan en todo el universo. Hemos visto que necesitamos un principio causante, y ahora pasamos adelante a notar que el orden de todas las cosas demanda una causa inteligente que lo diseñó todo. El filósofo Sócrates lo ilustraba por una estatua. Al verla sabemos que tuvo un hacedor y que una mente inteligente la diseñó antes de esculpirla.Si aceptamos el orden y el diseño en las obras humanas como pruebas de que hubo una mente inteligente detrás de ellas, ¡cuánto más debemos hacerlo con respecto a las obras de Dios! El salmista dice: “El que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?” (Salmo 94:9). Cuando vemos el rayo de una rueda, no pensamos en él como un fin en sí mismo, sino en relación con la rueda entera. Ese rayo fue hecho para llenar un determinado lugar, y fue adaptado para ello exclusivamente. No tiene valor en sí mismo sino como una parte necesaria de la rueda.El orden perfecto que observamos en toda la naturaleza nos habla del designio del Creador, y sin ese orden y designio el universo sería un caos. Todas las cosas fueron designadas para algún fin especial, y cada una llena su propia esfera o círculo de acción sin chocar con otras ni perjudicarlas a ellas. Podemos resumir este argumento diciendo que notamos en todo el universo el orden, el designio, la intención, y el ajuste perfecto de toda la creación, revelando la mente diseñadora del Arquitecto. Testificamos con Pablo que “las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Romanos 1:20).(4)El argumento moral. Este se basa en la conciencia del hombre y su conocimiento de la ley moral, o la distinción entre lo bueno y lo malo. Con este argumento incluimos los que se han llamado argumentos humanos, y también los de la experiencia —en fin, todos los argumentos que podemos sacar del ser humano y sus experiencias. Este argumento moral es irrefragable, porque cada hombre sabe lo que tiene adentro de su ser, reconoce la supremacía de la conciencia entre sus facultades, y siente la responsabilidad moral de todas sus acciones.Este sentido del deber implica una relación personal a un gobernador o legislador. Si su conciencia le remuerde al hombre por haber hecho mal o quebrantado alguna ley, es claro que alguien hizo esa ley, algún ser supremo que tenga autoridad sobre toda la raza humana. Cuando hace bien, el hombre siente una paz y tranquilidad en su alma; y cuando hace mal todo es confusión, vergüenza y temor en su ser. “Mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Romanos 2:15).“Por medio de las operaciones de la conciencia discernimos que estamos sujetos a un Legislador justo que premia y castiga. Somos así puestos en contacto con la actitud moral del Ser en quien vivimos y nos movemos. Hay adentro de nosotros un testimonio inmediato e innegable a su santidad y justicia” (Fisher).Para resumir lo que nos pueden probar estos cuatro argumentos, podemos afirmar que el argumento ontológico nos prueba que la existencia de Dios es cosa creíble; el argumento cosmológico nos asegura que de todo lo que existe hubo una causa primera, un Ser Supremo; el argumento teleológico prueba que en todo el universo hay orden, designio, intención, y ajuste, que hacen preciso un Ser inteligente y racional que lo diseñó todo; y el argumento moral demuestra que de nuestro propio ser y de las experiencias humanas sabemos que hay un Gobernador y Legislador que es santo, justo, y absoluto en su gobierno.
“El principio causante es fundamental a cada uno de los argumentos. La prueba de la evidencia de la voluntad en la naturaleza indica una causa eficiente; que el diseño es una causa de propósito, y que la conciencia es una causa moral. Obsérvese además, el contraste entre los teístas (los que creemos en Dios) y los que niegan su existencia. Estos últimos buscan las formas más bajas posibles de existencia —materia, fuerza, o algo más— y explican todo lo más alto en conceptos de lo más bajo. El teísta invierte el proceso: explica lo inferior en la naturaleza en conceptos de lo más elevado. Los unos están por debajo del nivel personal, mientras que los otros están en ese nivel” (Mullins).