Si algo aprecio últimamente es lo que le pasa al lenguaje después de la corrosión de todas las ironías posibles (quizás su postrera ironía). No una vuelta a la aspiración de autenticidad, no un nuevo drama, un nuevo sentimentalismo neo-con, un confesionalismo. Nunca una llamada al orden. Sino una instancia ulterior de apertura del lenguaje, algo irreversible que imposibilita cualquier idea banal de restauración y que, en cambio, muestra la experiencia de la poesía como un vaivén entre el bisbiseo de la memoria sedimentada y el verso quebradizo que irrumpe como violencia del presente. Algo así me ha pasado en estos días leyendo y releyendo y volviendo a releer FOLK, el estupendo libro de Fruela Fernández (Pre-textos). Un libro que, como decía Shklovski, te entrega el objeto como visión y no como reconocimiento. Un libro que aumenta la duración de la percepción por la extraña vía de la interrupción constante e inesperada (un ritmo prosaico transgredido, decía Shklovski).
Juan Cárdenas