La extraña vida de Iván Osokin

Por Ninyovampiro @ninyovampiro
 
He hecho una maleta con todo lo que sé, toda mi experiencia, todo lo bueno y lo malo que he vivido, todos los errores que he cometido, todos los sueños que, por pereza o cobardía, jamás he realizado, y, lleno de ilusión, he emprendido viaje de retorno a mi adolescencia. En algún momento de nuestra vida, todos hemos soñado con algo parecido, volver a un momento de nuestra infancia o adolescencia conservando todo el conocimiento que tenemos hoy. Damos por supuesto que un regreso al pasado sin ese conocimiento nos condenaría a repetir los mismos errores y no nos permitiría apreciar los dones que la vida, sin nosotros saberlo, nos otorgaba cada día.
Esta es una idea muy atractiva y que, desde luego, da muchísimo juego tanto al cine como a la literatura. En este blog, sin ir mas lejos, hemos hablado de la preciosa Barrio lejano, de Jiro Taniguchi, o de Inolvidable, de Alex Robinson. Ambas tenían en común que partían de la premisa de un adulto que regresa a un momento crucial de su juventud y, consciente de ello, se dispone a ajustar cuentas con el padre o enmendar algún error que marcó su destino. Por otra parte, todos conocéis, desde luego, la película Regreso al futuro, por mencionar sólo la más conocida de las que se ocupan de ese viaje tan anhelado (o no) por todos.  La extraña vida de Iván Osokin os sorprenderá por su originalidad, y por tratar el manido tema del viaje al pasado de una manera totalmente diferente, y con un objetivo, también, por lo menos así se nos antoja, muy alejado de la mera literatura. 
 P. D. Ouspensky con sus prismáticos para mirar en nuestro interior
Antes de pasar a ocuparnos del argumento, hay que decir cuatro palabras de Piotr Demiánovich Ouspensky. Hasta que vi el libro en el Bookbarn de Somerset, servidor jamás había oído hablar de este autor. A estas alturas, no me duelen prendas en confesar mi ignorancia, y hablo de ignorancia porque un breve paseo por google o youtube os dará una idea de la relevancia de este nombre. Si, vosotros, por el contrario, sí lo conocéis, no será desde luego por sus novelas. De hecho, si no me equivoco, Ivan Osokin es la única que escribió. Y nuestro paseo por las redes en busca de información de Ouspensky nos muestra bien a las claras que nos estamos alejando de la literatura y adentrándonos en un territorio que no conocemos, que a priori no nos interesa demasiado, pero que, sin embargo, mueve a legiones de fieles de todo el mundo. Y constatamos tambien que es imposible hablar de Ouspensky sin que surja en seguida el nombre de George Gurdjeff. Es bien posible que éste, como es mi caso, nos resulte un tanto más familiar, aunque si hace un par de días si alguien me hubiera preguntado por su obra, vida y milagros, no habría sabido qué decir.
Ouspensky fue un matemático y filósofo esotérico que se dio a conocer sobre todo por su divulgación de la obra de George Gurdjeff, quien a su vez fue un maestro místico y músico armenio de enorme influencia en el mundo de la filosofía espiritual. (Si no me equivoco, el nombre de Gurdjeff me sonaba como compositor, aunque su obra musical como tal fue recopilada por su discípulo el ucraniano Thomas de Hartmann). Gurdjeff formuló la Doctrina del Cuarto Camino, que lo lanzó a la fama y que, más adelante, difundiría Ouspensky. Si, como a mí, todo esto os suena a Nietzsche, a Eliade y a filosofía oriental, estáis en lo correcto. Y si, como yo, tampoco queréis profundizar mucho en ello, basten cuatro líneas de wikipedia:
  George Gurdjeff
Hay tres caminos: el camino del fakir, el del monje y el del Yogi. Más allá de estos tres caminos, hay un Cuarto Camino. Según Gurdjíeff, esta idea data de tiempo inmemorial y no es una idea original suya. El Cuarto Camino nunca empieza en un nivel inferior al de un buen padre de familia, porque requiere la responsabilidad de una persona que vive en el mundo y se enfrenta a los quehaceres cotidianos sin la necesidad de abandonar el mundo, como sucede en los otros tres caminos. El Cuarto Camino requiere que la persona trabaje sobre el intelecto, las emociones y el cuerpo físico. En el Cuarto Camino, la función sexual es la más importante. Según Gurdjíeff, la energía sexual es la más poderosa que produce el organismo, sin la sublimación de la cual no se puede lograr nada.
En fin, ese tipo de cosas que suenan tan bonitas como obvias. Una especie de Paulo Coelho para gente exigente. El caso es que la del Cuarto Camino fue sólo una de las muchas doctrinas o ideas por las que se interesó nuestro Ouspensky. Otros de sus caminos de investigación fueron la Cuarta dimensión o el concepto del Eterno retorno, que es el que nos interesa hoy. En todo caso, quizá os sorprenda la enorme fama de que gozó nuestro autor en las décadas de los 20 y los 30, y su gran influencia en la literatura de la época. Baste decir que a sus charlas y conferencias en Londres asistían autores como T. S. Eliot or Aldous Huxley.
Eterno retorno, pues. 
Iván Osokin se encuentra en la que parece ser la última encrucijada de su vida. A sus apenas veinte años, no ha hecho sino tirar por la borda todas las oportunidades que se le han dado. Prácticamente se autoexpulsó del instituto, también de la escuela militar, perdió en una noche a la ruleta una herencia que le permitía estudiar en la Sorbona, y en este momento, lo vemos despidiéndose de su amada, que le ruega que la acompañe a Crimea y a la que, dadas sus circunstancias, se cree forzado a rechazar. Desesperado, acude a un mago y le pide un milagro: volver al pasado sin olvidar nada de lo que ha vivido hasta este momento. Su intención es enmendar los errores que lo han conducido a su situación.
"Volverás a cometer los mismos errores", le advierte el mago.
 Yo maté a Adolf Hitler, de Jason
Y ahí radica la gran diferencia entre Iván Osokin y cualquier otra obra sobre viajes al pasado. Aquí no tenemos la consabida Paradoja de la abuela (ya sabéis, si viajas al pasado y matas al abuelo, tú no puedes haber nacido), y el devenir de la humanidad no pende de un acto heroico de Iván (acabo de acordarme de la novela gráfica Yo maté a Adolf Hitler, de Jason). El interés de Ouspensky es, sencillamente, escarbar en las posibilidades que su concepto del eterno retorno brinda a la ficción. (Sin embargo, como veremos más adelante, no hay que descartar que, más bien, su objetivo fuera ver cómo la ficción puede ayudarnos a entender el eterno retorno. Cuestión de prioridades.)
La novela, en todo caso, es apasionante. No voy a entrar en más detalles sobre su argumento, porque creo que con lo que he dicho ya os podéis hacer una idea tanto de la historia como del desenlace, pero sí diré que, evidentemente, trata desde un punto de vista diferente algunos de los grandes temas de siempre: el destino, el recuerdo, la voluntad o la percepción de la realidad. Se trata, pues, de una lectura estupenda para después de Proust, de cuyo concepto del recuerdo podría decirse que Ouspensky ofrece, en cierto sentido, el reverso. En efecto, si en nuestro viaje al pasado conservamos los recuerdos de lo vivido hasta entonces, nuestra memoria se convierte entonces en nuestro futuro, o, en palabras del propio Osokin:
No hay ninguna diferencia esencial entre el pasado y el futuro. (...) Tan sólo nos referimos a ellos con palabras diferentes: fue y será. En realidad, todo esto fue y será.

   Las escasísimas grabaciones de Gurdjeff. Bella música
Dejando de lado esoterismo y metafísica, uno no puede evitar pensar que hay algo muy cierto en lo que nos dice Ouspensky en esta obra. En la advertencia que el mago hace a Osokin, nos encontramos con esta idea que no por obvia es menos poderosa:
Un hombre puede no saber qué sucederá como resultado de las acciones de los demás, o como resultado de causas desconocidas, pero siempre sabrá todos los posibles resultados de sus propias acciones.
La trágica revelación a la que Osokin cree enfrentarse es la de la inevitabilidad. Pero no es así: el eterno retorno de Ouspensky no tiene nada que ver con la predestinación, sino, se me ocurre, con la voluntad. Esto nos conduce a ese dilema tan ruso de la elección entre la resignación y la rebeldía, y resulta irónico y, nunca mejor dicho, trágico, que alguien como Osokin, que es esencialmente rebelde, deba empujar colina arriba la piedra de su propia resignación. 
Por otra parte, al respecto del alma rusa y la resignación, cabe sacar a colación al bueno de Oblomov, pues el entrañable antihéroe de Iván Goncharov guarda unas cruciales similitudes con Osokin: la sensación de eterno e irredimible tedio, la conciencia de que es preciso actuar si no queremos hundirnos, y la terrible certeza de que nunca seremos capaces de hacerlo, o aún peor, de que nos negamos a ser capaces. Ivan Osokin parece verter algo de luz sobre el tedio que siente Oblomov ante la vida. ¿Cabe imaginar mayor tedio que el eterno retorno a una vida tediosa? ¿Mayor tortura que volver una y otra vez a contemplar nuestros fracasos? Olvidad la redención al estilo Atrapado en el tiempo. Si, como nos dice Proust, el recuerdo es la salvación de nuestra alma, para Ouspensky la única forma que el hombre ha hallado de sobrevivir al tedio es el olvido. Como os he dicho antes, hay gran parte de verdad en esto. Con todo nuestro conocimiento y experiencia vital, ¿seríamos capaces de sobrevivir a una conversación con nuestros amigos de diecisiete años? ¿De emocionarnos con ellos? ¿De reírnos de las mismas cosas? ¿Serían ellos capaces de soportar nuestra pedantería, nuestra sabiduría, nuestro modo de ver la vida? ¿No sería el olvido nuestra única arma para sobrevivir? Como veis, el verdadero problema del eterno retorno no es la Paradoja de la abuela, sino la Paradoja del niño resabido.
Naturalmente, no hay por ello que concluir que Ouspensky defienda el olvido. Más bien, considera que en él radica nuestra debilidad, y que nuestra salvación pasa por saber hacer un hueco en él e ir ensanchándolo hasta, por fin, reconocer y aceptar que la verdadera arma en esta lucha no es el olvido sino la fuerza de nuestra voluntad. Y ahora es cuando Ouspensky nos dice:
Y si les ha gustado esta historia, a la salida pueden comprar mi libro.
Decía más arriba que, quizá, Ouspensky no quiso escribir una obra literaria, sino servirse de la novela para hacer llegar a los lectores algunas de sus ideas. Al respecto, el penúltimo capítulo, donde el autor expone toda su filosofía del eterno retorno por boca del mago, es bastante revelador y merma, en mi opinión, las cualidades literarias de una obra que, dejando ese capítulo de lado, es provocadora, fascinante y tan amena como esas películas con Bill Murray o Michael J. Fox.
Como está descatalogadísimo, he creado para esta entrada la presuntuosa etiqueta "Libros que no habéis leído". No obstante, resulta fácil de encontrar en pdf y, con suerte, en librerías esotéricas.