Hace unos días, tras la penúltima amenaza de Sauron (léase Christine Lagarde y los muchachos del FMI) recordé la historia de Mike. Una historia de 1947 que hablaba de nosotros, aquí y ahora. Mike nació en 1945 en un pequeño pueblo de Colorado llamado Fruita y al poco tiempo se convirtió en el ¿fruitero? más famoso de la Historia. Tanto que tiene una estatua y en su honor se celebra una fiesta anual en mayo.
A todo esto, Mike era un pollo.
Concretamente un pollo de la raza Wyandotte que vivía apaciblemente, con sus preocupaciones de pollo, en la granja de los Olsen. Corría el 10 de septiembre de 1945, la Segunda Guerra Mundial había acabado escasos días antes con la rendición de Japón y el grueso del ejército americano volvía a casa en olor de multitudes. Imagino que Lloyd Olsen estaba de celebración, por lo visto venía su suegra a cenar y decidieron matar un pollo para zampárselo. Le tocó a Mike, la vida de un pollo de granja es así, a casi todos nos gusta comernos el pollo previa muerte del animal. A la suegra de Lloyd le gustaba mucho el cuello de pollo y a Lloyd le gustaba estar a buenas con su suegra, o incluso la quería, quién sabe. Así que ajustó mucho el golpe para dejar la mayor parte del cuello lista para cocinar y ¡zas! Mike quedó descabezado, como Luis XVI.
El caso es que a la mañana siguiente el granjero volvió al corral esperando encontrarse un Mike tieso como la mojama y lo que vio es al infortunado animal durmiendo con su cabeza bajo el ala. Mike parecía tranquilo tras una noche cuanto menos agitada. Olsen debió de pensar, “tú ganas” e ingenió una manera de alimentar al pollo con un gotero por el que le introducía directamente por su cuello seccionado comida y agua. Salvando las distancias, hay otra historia parecida en este blog. Pero no solo ganaba Mike, también ganaba él. Por esas cosas del capitalismo un pollo vivo sin cabeza era mucho más rentable que uno cocinado, con lo que Lloyd cogió a Mike, metió su cabeza en un frasco y se fueron a ver mundo. En el caso de Mike es un decir, naturalmente.
Lo que no pudo impedir Mike es ser convertido en una atracción de feria. Primero la noticia corrió por el pueblo y alrededores, todo el mundo quería ver al milagroso animal que correteaba sin cabeza. Olsen era todo un emprendedor, así que vio pronto el negocio y empezó a recorrer el país, de feria en feria, cobrando a todo el que quisiera ver a “The Headless Wonder Chicken”. En Nueva York, Atlantic City, Los Ángeles o San Diego todo aquel que quisiera contemplar el milagro, al “Pollo Maravilla” con su cabeza en un frasco, debía apoquinar 25 centavos.
Hasta que una noche de marzo de 1947, en un motel de carretera camino al siguiente bolo, Olsen se olvidó el cuentagotas en algún sitio y Mike murió.
Mike pudo vivir sin cabeza, con las funciones básicas y sin ver nada de lo que ocurría a su alrededor. Mientras le seguían alimentando gota a gota iba engordando y haciendo rico a su dueño. Pero su dueño falló en lo único que tenía que hacer: alimentarlo e impedir que se asfixiara. Así Mike podría seguir viviendo como si tuviera cabeza. El americano perdió el gotero, en otros lares lo habrían vendido, externalizado o como se diga.
¿No les parece clara parábola de un tiempo y un país? La única diferencia con Mike es que, quizás, nosotros estemos estirando el cuello y descubriendo que todavía tenemos cabeza. Y hasta pico.