Se cuenta que hace muchos años, hubo una ciudad situada al Norte del Sur de una península, donde había tantos ladrones como mentirosos. Y tantos de estos como moscas. Y estas, las moscas, en ocasiones ocultaban la luz del sol. La ciudad, quizás por un oculto destino, había estado gobernada por esa infusión con chorreras a la que llaman “la izquierda”.
La última regidora de aquella ruina de ciudad perdió la estima de su pueblo en conciliábulo permanente con orondos curas, con pasteleos populistas en procesiones, peroles y manos pasadas por el lomo al conservadurismo trincón y rancio, de aquella urbe de los mil y un cuentos.
Y entonces aparecieron ellos. Con gomina y corbatas azules los donceles, y con ropita de Barbi y bronceados rayos UVA las doncellas. Su discurso en las plazas, probablemente “dopados” tras beber en la fuente de algún gürtel cercano, hablaba de austeridad y eficacia.
Dicen los juglares que la “eficacia” quedó al descubierto al poco. Eran más inútiles que el pene del Sumo Pontífice.
Y la austeridad se puso, también al poco, en la fresquera. El alfaquí que los mandaba, con un aire entre lívido, como sacado de una película gay de Visconti, y de trincón a secas, comenzó subiéndole el sueldo a cinco de sus lanceros. Por encima de la media y de lo que había dicho-prometido. Continuó- en forma encubierta de subírselo a casi todos- haciendo “tenientes de alcalde” (de sobaquillo) a una novena de ellos, rodeándose de “asesores” y “expertos” al cheque-mensual-vivo, entre los que estaba una extraña “asesora de políticas transversales”. Que nadie sabía para que servía, excepto para cobrar la tela marinera.
En estas que se descubrió el pastel y se supo que el alfaquí de la corbata azul, el del cuento de la eficacia y la austeridad, cobraba de las arcas del reino entre 74.000 y 76.000 dinares anuales, más que la vice-muñequita-linda del reino y la mayoría de los visires o ministros de aquel estraperlo, que se lo zampaba en crudo y que era como una ninfa masculina del engaño general.
El alfaquí, en pelea con su gomina, había declarado que no se presentaría a la reelección si al término de su mandato había “un solo parado más que cuando (dopado) se presentó”.
A la mitad de su hégira no había “un solo parado más”. Había seis mil.
Y luego vinieron las perdices y unas extrañas aves blancas sobre fondo azul, como las corbatas, y la ciudad del Norte del Sur se sumió en una profunda, profunda siesta.
Y colorín colorado, esta historia no ha acabado.
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