Como hemos mencionado antes, la desconfianza empieza en el terreno personal. Los individuos, en esa relación cara a cara con su semejante, han perdido la cordialidad y se han embarcado en una carrera a ciegas por descubrir los defectos ajenos en lugar de identificar sus propios valores. Es decir, la lucha por defender lo de uno mismo ha propiciado que, en lugar de disminuir, la desconfianza crezca en cada nueva relación que se intenta empezar en el terreno personal.
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Actualmente las personas no se fían de las empresas que hablan mucho y no cumplen nada o que se valen de su poder en el mercado para cometer injusticias que los consumidores no pueden impedir.
Sin embargo, donde la indecencia ha consumido todo rastro de confianza es en el ámbito político. Las personas que nos representan, en muchos casos, han perdido el rumbo, llevadas por la tentación del poder, cegadas por la posibilidad de llegar a todo y creer que nunca nadie descubrirá nada o al menos nadie dirá nada. Este deterioro de la imagen política se ha traslado a lo personal, como decíamos, donde muchos ciudadanos creen que están legitimados a sumarse a la pequeña delincuencia social por el simple hecho que de los gobernantes campan libremente.
Por todo esto, es crucial recuperar lo antes posible la confianza. Si las personas se dan cuenta de que confiar no significa entregarse en cuerpo y alma a nadie, sino transigir para que la relación fluya y se pueda descubrir, en el futuro, un escenario de convivencia sana y próspera, se habrá vuelto al camino adecuado. De la misma forma, si los consumidores entienden que no todas las empresas tienen el propósito de perjudicar a sus clientes, y que la mayoría son iniciativas de personas honestas que buscan sobrevivir en el mercado, entenderán que consumir no es arriesgarse a ser engañados. Por otro lado, si las empresas, como los bancos, comprenden que nadie elude sus responsabilidades, sino que ellos mismos favorecieron a que se asumiera más de lo que se podía asumir, sabrán que quienes les piden ahora no lo hacen para luego negarse a cumplir con las obligaciones.
Por último, y aquí cabe más que nunca la incredulidad, si los políticos comprendieran que están donde están porque los ciudadanos les han puesto allí, entenderán que sus compromisos personales no valen de nada, porque se deben a sus votantes. Pero, como he dicho antes, esto último es un cambio difícil, aunque no imposible, y de muy largo recorrido.
imagen: @morguefile Si te ha gustado este artículo, compártelo. Gracias.
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