Revista Cultura y Ocio

La familia addams en el teatro calderón de madrid

Por Orlando Tunnermann

LA FAMILIA ADDAMSTEATRO CALDERÓN. MADRIDWWW.EL-HOTEL-DE-LAS-ALMAS-PERDIDAS.BLOGSPOT.COM
(BROADWAY EN MADRID, ESCENARIOS GÓTICOS, BAILES FRENÉTICOS, INTERPRETACIONES MAYÚSCULAS, VOCES MAGISTRALES)LA FAMILIA ADDAMS EN EL TEATRO CALDERÓN DE MADRID
Ya desde que era yo un púber, e incluso antes de esa tierna edad, portaba yo en mi interior un halo entre gótico y siniestro que hallaba más fruición entre vampiros y seres inclasificables que con aquellas historias clásicas y manidas (muy habituales) de corte familiar; las típicas recetas de Disney para mantener a los críos entretenidos: “que si unos animalitos cantarines y parlanchines, el oso huérfano que se hace amigo del ciervo tontorrón, cuatro ardillas muy cotillas y un tigre sin valor que van en busca de aventuras…”
La hipnótica atracción por “el lado oscuro” fue acelerando a velocidad progresiva a medida que yo iba creciendo como una espiga silvestre. Llegaba el año 1991 y mi romance con la familia Addams fue como un “flechazo de amor de ultratumba”. El clan de cadavéricos tarugos de museo de los horrores, conminados a morar en mansiones espectrales, me divertía tanto como me fascinaba. La idea original de Charles Addams, llevada al celuloide en el año 1991 por el cineasta Barry Sonnenfeld, contaba en el reparto con actores inconmensurables de la talla de Anjelica Houston, Raúl Juliá y Christina Ricci entre otros. Definir a la familia Addams como “peculiar” sería quedarse corto y pecar de excesivamente modoso y diplomático. Compuesta por personajes caricaturescos, divertidos y adorables; un club de adefesios y rarezas de catálogo profesional, eran azuzados sin descanso por un abogado codicioso que les quería expropiar y dejarles en la calle para hacerse con la fortuna familiar. Aquello acaecía en los años 90. La versión que nos llega ahora al Teatro Calderón se centra en uno de sus retoños, más concretamente en la hija de los Addams, Miércoles (Lydia Fairen), que como relataré más adelante es poco menos que una criatura dotada con un don celestial.
La función bajo la techumbre lúgubre del teatro juega sobre seguro; todos los detalles pormenorizados que analizan al detalle los críticos más inclementes y acerbos (rigurosos) han sido abrillantados, cincelados, esculpidos y bruñidos con primor con el objetivo de epatar (fascinar) y doblegar las voluntades más pétreas (de piedra), incluso las de los esqueletos fraudulentos que decoran el teatro a modo de espectadores que fenecieron en sus butacas en una época olvidada ya por ancestral. Broadway en Madrid, me ha dado por “canonizar” a este espectáculo de la “NBA” de las artes escénicas. Teatro musical pergeñado (diseñado) para abrirse paso a codazos entre las fatuas élites norteamericanas que tanto gustan del engolamiento acostumbrado de sus titánicas producciones.
El equipo artístico de Let’s Go ha apostado por la excelencia. Debo decir que tamaño desafío se verá sin lugar a dudas recompensado con creces gracias a un trabajo global inmaculado. El teatro Calderón, transfigurado por completo, parece la antesala de un cementerio gótico: luces lóbregas, esqueletos retorcidos que penden de los palcos, ornamentos terroríficos con intencionado objetivo de atrapar el corazón del espectador en una telaraña de horrores inimaginables…
Creada la ambientación adecuada para sobrecoger, el musical es un torrente de fragoroso caudal que discurre desde el inicio a ritmo trepidante, jalonado con canciones magníficas que interpretan con maestría los actores nucleares. Interpretaciones excelsas que se adaptan como un guante al fantasmagórico esquema de los registros de frenopatología (locura) que demandan unos personajes tan siniestros.
Una cohorte de “ascuas, pavesas y cenizas”, me encanta esta definición, me refiero a los escalofriantes bailarines ataviados de anacrónico gris plomizo, se arremolina en torno a los actores principales como en un fenómeno de pura prosopopeya o personificación de esos elementos combustibles. La ilusión pretende hacernos creer, y lo logra, que la maníaca brigada gris espectral acaba de erigirse de de sus tumbas, túmulos, sarcófagos y nichos para proteger a la inquietante Miércoles, una viajera itinerante en un amor que se debate entre el deseo puro y sincero de su pretendiente, Lucas, y la adicción genética, vernácula e intrínseca de su propia naturaleza endógena, maléfica y repugnantemente atraída por la perversidad y el dolor. Sucumbir a las artes de taumaturgia (magia) de consagrados actores inefables como Xavi Mira o Carmen Conesa, (Gómez y Morticia) respectivamente, es algo que das por hecho, del mismo modo que sabes de antemano que la lluvia encharca y el sol broncea. Cantan, bailan, interpretan, irradian luz propia, destilan energía, “sangre y fuego” sobre el escenario como soberanos zares a quienes admiras, respetas y rindes pleitesía. Son ambos el talismán que gobierna al resto del elenco, adláteres (compañeros) que a la zaga resplandecen igualmente reclamando su lugar en este mundo. Nadie queda atrás, nadie queda desdibujado ni menoscabado entalento y relevancia. Cada actor, cada bailarín, desempeña una función y lo hace con destreza y fogueado (experimentado) conocimiento. El musical tiene efectos absorbentes y como en una telaraña o la rueca hechizada de una bruja, quedas atrapado. Meritxell Duro (Abuela Addams) pone las notas humorísticas mástronchantes y a Fétido (Fernando Samper) le encuentro soberbio y enorme en su interpretación de Romeo enamorado de La Luna. Ese número musical es de una belleza incontestable, romántica y emotiva; un número circense, sensual y artístico, gimnástico y elástico, dúctil, onírico como los sueños son…
Pero esto es algo que el espectador debe saborear en su justa medida subjetiva. No es mi intención narrar y desbrozar cada página como si fuese yo su creador. Otro número musical inigualable, cargado de matices de variada naturaleza, es el que nos regala la bella, rotunda y maravillosa actriz Julia Móller (Alice Beineke) sobre una mesa de “banquete nupcial”. Pizpireta, un tanto casquivana en ocasiones, canta como los ángeles esta mujer. Me sorprende gratamente, aunque me cuesta más de lo debido atracar en los muelles de este razonamiento, Alejandro Mesa (Pugsley). Tiene aspecto de polizón en un elenco que a primera vista parece venirle grande, como cuando tratas de pasar al mayordomo por vizconde y al monarca por lacayo. Pero la ilusión óptica dura tan sólo unos minutos. Alejandro interpreta, emociona, convence, canta y se ha ganado a pulso su sitio en ese escenario estelar. Adicto al afecto depravado de su hermana Miércoles, tiene su gracia verle electrocutado una y otra vez para su propia fruición. Una familia peculiar, ya lo decía yo…
Andrés Navarro (Malcolm) le coge el punto justo al “padre del novio” un tanto snob y “sobrado” que flota sobre nubes de algodón y que jamás se sentaría a comer en la misma mesa que ocupase la plebe. Engolado y algo fatuo, le veo coherente como esposo de la flamante Alice. Es verosímil y risible el descubrimiento del “cruce” entre las dispares familias: una de clase social alta acomodada, la otra, inclasificable por cuestiones que tienen más que ver con la nigromancia y el espiritismo que con el mundo de los vivos.
En definitiva un engranaje aquilatado (calculado) con precisión científica y cuyos artífices sueñan ya con ovaciones ecuménicas (universales), merecidas, veamos si me equivoco.
Es una grata sorpresa descubrir las notables cualidades de canto del horrendo Lurch (Javier Canales), quien se expresa durante toda la función en el lenguaje de los orcos a primera hora del alba, cuando se destilan los bostezos. Para concluir, en este terreno que acabo de colonizar llamado “sorpresa inesperada” mención honorífica para Lydia Fairen (Miércoles), todo un tempranero prodigio embutido en un cuerpo magro adolescente de figura menuda y subalterna. Lydia es el ejemplo perfecto de la actriz cuyo futuro se escribirá con tinta dorada y cuyo presente viene ya asfaltado en lingotes de oro. Llena el escenario con su presencia, rebosa energía y magnetismo y es en definitiva un “animalescénico”; pero tengo la sensación de que ni ella misma aún lo ha descubierto. Tiempo al tiempo…
Iñigo Etayo (Lucas) está perfecto en el rol de pretendiente de buena familia que se enamora de un “experimento” al más puro estilo Frankenstein. Una muchachita inquietante espeluznante entre gótica, muerta viviente e híbrido de todo ello. No se puede concluir una crónica que pretenda hacer justicia al fabuloso musical de “Lafamilia Addams” sin encomiar a todos los artesanos de este producto nacido para la gloria. Para todos ellos una ovación. Pese a que la titánica función descarga todo el peso de la obra en sus aclamados protagonistas principales, no puedo obviar, ni me apetece tampoco, a ese grupo magistral de bailarines “cenicientos” (por el tono de los atuendos) y la impagable labor de maquillaje, vestuario, peluquería y caracterización. Hay grandiosas voces en ese coro de piel plomiza. Un batallón invocado como comparsa que viene a convertirse en revulsivo y elemento imprescindible de la función, para que el espectador acabe sufriendo el mismo embeleso que el encantador Fétido y regrese a su hogar con la mirada enamorada de La Luna.

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