La familia Bélier

Publicado el 14 mayo 2015 por Pablito

Gran sorpresa con La familia Bélier (Eric Lartigau, 2014), una película a la que me enfrenté sin ningún tipo de expectativa y me terminó sorprendiendo. Nuevo taquillazo del cine francés -y uno de los más importantes de los últimos años junto con Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? (Philippe de Chauveron, 2014) e Intocable (Olivier Nakache & Eric Toledano, 2011)- estamos ante un trabajo que conquista por su sencillez. No hay en La familia Bélier dobles lecturas ni mensajes ocultos: lo que hay es lo que ves, algo que se agradece en una época en la que los directores se dejan llevar por la pretenciosidad o confunden calidad con ser lo más enrevesados posible. El director de Los infieles (2011) da un golpe en la mesa con su nuevo trabajo, en el que reivindica las películas de mensaje fácil, sin que ello suponga jugar en segunda división. Y es que ya les gustarían a muchas películas condensar toda la verdad que exhala La familia Bélier por cada uno de sus poros o encerrar la mitad de emoción que desprenden algunos momentos, como esa actuación final de la protagonista que pasa a engrosar, ipso facto, la lista de las escenas más bellas de la historia del cine francés.

Nominada a 6 César -de los que conquistó el de Mejor Actriz Revelación para la gran Louane Emera-, esta película que atrajo a más de 7 millones de franceses a las salas gira en torno a un matrimonio de granjeros sordomudos con dos hijos, uno de ellos con la misma diversidad funcional. La vida de la plácida familia cambia cuando el patriarca (François Damiends) empiece a hacer campaña para ser elegido alcalde y la pequeña del clan (Emera), una joven de 16 años, descubra sus habilidades para el canto. A partir de aquí se desarrolla una historia que habla de un asunto poco explorado en cine, como es ese momento en el que los jóvenes sienten la necesidad vital de distanciarse de sus padres, de volar del nido familiar. Lo sorprendente de La familia Bélier es la pulcritud con la que está contada, escrita y dirigida, lo que la convierte en un espectáculo fresco apto para público de todas las edades. Se recomienda tener, eso sí, un mínimo de sensibilidad que permita captar momentos tan intensos como ese padre que le pone la mano en el corazón a su hija para que pueda sentir lo que canta o, insisto, esa audición final en la que toda la emoción contenida hasta ahora explota de un plumazo, y donde ese intercambio de miradas entre padres e hija, reveladoras e implacables, dicen más que mil palabras.

El director acierta en un determinado momento al suprimir el sonido ambiente por unos instantes, haciendo partícipe al espectador de lo que siente realmente una persona sordomuda. Pocas veces nos hemos imaginado lo que significa no poder tener la capacidad de hablar ni oír, y menos veces aún el cine nos ha invitado a reflexionar sobre ello como en esta ocasión. Por lo demás, destacar la habilidad de la película por emocionar sin efectismos ni trucos fáciles, sino a golpe de verdad, con personajes creíbles y situaciones extraídas de la más directa realidad. La película condensa, además, todo lo que más me gusta del cine francés: la honestidad, un irreprochable apartado técnico, unas preciosas localizaciones y una dirección que te permite ver la acción de forma clara y nítida, gracias entre otras cosas a lo bien que Emera maneja la luz natural. Por si fuera poco, La familia Bélier también nos regala una de las frases del año: “¿por qué los ciudadanos no iban a votar a un sordomudo si han votado a un cabrón?”, uno de los cénits de un films en el que algunos de sus intérpretes tuvieron que aprender la lengua de señas, como es el caso de la prestigiosa Karin Viard.

 

A pesar de lo forzadas de algunas situaciones -cuando a la hija le viene el periodo- o su cierta tendencia al subrayado -los chistes sobre discapacidad terminan haciéndose repetitivos-, La familia Bélier es un espectáculo fresco, con la inexorable virtud de arrancarnos una sonrisa pero a la vez removernos las entrañas. Un genuino ejemplo de cine amable y de fácil digestión, con unos más que necesarios brochazos de corte social, apto para cualquier espectador con un mínimo de buen gusto. Un triunfo.