"Albacea literario, expresión que se utiliza para evocar a la persona a la que el autor le confía la protección de su patrimonio intelectual, esencialmente literario, manifestación del arte en el que de manera más común se emplea, con expresa legitimación para la defensa de la paternidad e integridad de la obra e incluso la divulgación de alguna obra inédita por el autor, si así este lo ha dispuesto."
Obras inéditas, anónimas, seudónimas, póstumas y huérfanas.
Comentaba hace apenas unos días, que cada vez es más común que aparezcan libros póstumos de autores ya consagrados. Y eso es normalmente una fuente de controversia, ya que hay dos posiciones bien diferenciadas.
En mi caso, prefiero distinguir entre quienes como John Kenndy Toole quisieron publicar un libro, y lo intentaron durante años, llegando incluso a deprimirse y finalizando trágicamente su vida dice la leyenda urbana que provocado por la frustración al no publicar, y cuyo relevo fue tomado por su madre, dejándonos hoy a todos una gran novela, titulada "La conjura de los necios". Estos van por un lado bien diferenciado de aquellos cuya obra se publica por decisión de herederos que, contraviniendo el criterio del escritor que decidió en un acto romántico no destruir el manuscrito y guardarlo en un cajón, pero no presentarlo tampoco a su editorial, optan por aparecer con letras inéditas y bolsillos sedientos ante las editoriales. Y a mi me surgen dudas. Porque si un escritor decide en vida no publicar un manuscrito, bien sea porque le ha resultado privado o porque, quizás, tiene una capacidad de producción muy alta y luego selecciona por calidad o apetencia aquello que quiere que vea la luz... ¿quién faculta al que decide tras su muerte, levantar esa veda, con el único derecho de compartir el apellido? Hay libros que han sido retocados, completados (Tolkien es un caso directo), mutilados o ampliados por unos herederos que se han visto igual de facultados que puede estarlo el hijo de un cirujano para operarme de una apendicitis, sin haber pisado la universidad de medicina. Supongo que alguien tendría que explicarme la diferencia entre la propiedad física y la intelectual en estos casos, por no hablar del derecho a la intimidad. Porque en muchos de estos casos, se llenan las páginas buscando la curiosidad, el cotilleo, el morbo, y se anuncia sin pudor alguno que estamos ante una autobiografía o relato desnudo, descubriendo la parte más personal de quien, tal vez, no quiso mostrarla en vida. Y por supuesto, nuestra parte de culpa, la del lector, la del comprador que luego puede encontrarse con una obra sin terminar que ahora llamamos inconclusa como si de este modo se otorgara un valor adicional al manuscrito entregado, como si eso la hiciera merecedora de un trato especial. Y leemos ávidos por tener un título más antes de que se seque ese oasis de letras del que hemos disfrutado, y salimos muchas veces trasquilados y ni así nos preguntamos si es lícito provocar que se publiquen estos libros.
La polémica está servida y, como siempre, nadie es sincero del todo o al menos coherente en su opinión. O que tire la primera piedra aquel que no haya comprado o leído jamás un libro de este tipo. aunque tengo que decir que todos tenemos un límite y el mío está bastante claro: las cartas. El género epistolar me gusta, lo puedo leer y construir una historia sin problema alguno. Muchos hemos caído presa de las letras de obras como 84 Charing Cross Road. Eso son libros. Ahora, que me coloquen las cartas de correspondencia privada entre dos personas y me lo encuadernen con una cubierta y me lo vendan, no. Eso no es un libro. Eso es una invasión de la privacidad que se aprovecha del morbo y la curiosidad, como lo hacen los famosos para salir en los programas de cotilleo. Recuerdo que hace años, escuchaba un programa estupendo de radio cuyo presentador decía: "si la voz te enamora, no te pases por la emisora". Bien, con esto es un poco lo mismo, si un escritor me gusta por sus letras, quizás no quiera conocer sus intimidades. Tal vez, y recurriendo a otra cita, "se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas" y el conocer lo que desayuna y cómo se expresa ante el tedio de su vida diaria, eclipsen esa imagen que tenía formada por los libros que sí editó. Tal vez no haga falta tanto, y sea mejor quedarse en sus obras, sin necesitar meternos en sus intimidades, en sus diarios, en su vida, y juzgar que no tienen el mismo léxico o que no nos caen bien. ¿Porque ese juzgar nos puede afectar a la hora de volver a leerlos? Indudablemente. Pero sobre todo porque todo el mundo tiene derecho a la intimidad. Y muchas veces parece que conocer los secretos nos importa por encima de todo sin tener en cuenta que si se llaman "secretos" será por algo. A fin de cuentas, ¿hasta qué punto nuestra vida es nuestra?, ¿nos gustaría verla expuesta en una novela, como una historia más y que apareciera en las listas de ventas, acaso incluso entre los más vendidos que terminan por estar en la gran pantalla? Pensemos...
No me gusta este tema, me parece que roza peligrosamente la falta de respeto, incluso se la salta a la torera en muchos casos. Y doy la responsabilidad a todo el mundo en la medida que le corresponde. A quien los vende, a quien los edita y a quien los publicita diciendo que son sus secretos más privados como si eso hiciera que la obra fuera más valiosa cuando todos sabemos que el motivo final es el mismo. Si un buen escritor fallece, su obra se revaloriza. Y es una moda. Porque ahí entra nuestra parte de culpa: los que lo compramos.
Y vosotros, ¿diferenciáis entre las obras póstumas a la hora de elegir lectura?
Gracias