Este fin de semana estoy de Rodríguez. Aprovechando mi soledad y, entre otras locuras como limpiar a fondo ciertos rincones, pintar botellas y dormir con mi hermana, he ido al cine con mis amigas Krys y Bea a ver La delicadeza.
Una película bonita que puede llegar a ser, que va subiendo en intensidad a medida que avanza pero que se desinfla de pronto al final. No obstante, tiene 3 ó 4 secuencias memorables capaces de conmover hasta a un ladrillo.
La acción transcurre en París, y mientras la veía pensaba que tenía que volver, que es una ciudad preciosa y que quisiera ir pronto con Nacho. Me pregunté si los parisinos se daban cuenta de dónde vivían. Si eran conscientes de que muchas personas sueñan con visitar su ciudad mientras ellos caminan por ella como si nada. Y entonces me dije " la felicidad es París!".
Sí, así de rotundo. Y en el cine. Palabrita. Una, que es muy intensa.
Nos pasamos la vida buscando la felicidad y resulta que está ahí donde no miramos: dentro de nosotros. Envidiamos a gente que a lo mejor cree, a su vez, que nosotros tenemos más suerte.
Yo también alucino cuando vienen amigos de fuera y quedan admirados con ciertas panorámicas de Madrid porque yo las he visto tanto que ya ni las veo, porque lo que ellos fotografían con tanta ilusión es donde yo estoy atascada a diario con un humor de perros. Y ni me fijo.
Reflexiones aparte, he hecho otras cosas aprovechando que Nacho se había ido de fin de semana con sus amigos y... sin alianza. A cualquiera que se lo diga... Pero lo cierto es que fregó unos platos antes de irse y se lo dejó ahí, al ladito del fregadero. :)
Así que he jugado un poco con nuestros anillos, los más retratados del mundo mundial.