Revista Cine

La feliz inconsciencia: El hombre del traje blanco. Alexander Mackendrick, cartoonista

Publicado el 11 mayo 2013 por Esbilla

Publicada originalmente en Cinearchivo: 

http://www.cinearchivo.com/site/Fichas/Ficha/FichaFilm.asp?IdPelicula=1140

Alexander Mackendrick en La Esbilla:

http://esbilla.wordpress.com/category/alexander-mackendrick/

58. The Man in the White Suit (1951)

Adaptando una pieza teatral de Roger MacDougall (un trabajo realizado mano a mano con el propio dramaturgo y por el que fueron nominados al Oscar en 1952), Alexander Mackendrick cambia en su segundo trabajo como director el pintoresquismo festivo de la pequeña islita azotada por el peor de los males en plena Segunda Guerra Mundial (esto es, la falta de existencias de agua de fuego), de su memorable debut Whisky Galore! (1949), por los peligros de la gran ciudad y la recuperación económica de la posguerra en este El hombre vestido de blanco. Un nuevo maquinismo que permite al director un acercamiento social que casi se diría revisión del Tiempos modernos (1936) de Sir Charles Chaplin con arreglo al humor humanista y profundamente británico con el que la Ealing triunfaba en los 50.

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Así el Mackendrick presenta la versión, tierna y amable (lo que no se traduce en falta de acidez sino en querencia por la ternura), cercana al cartoon  del cual Mackendrick provenía y que eclosionaría en ese film de animación real que es El quinteto de la muerte, de ese personaje de ambicioso individualista derrotado por las circunstancias (su reverso despiadados será el protagonista de Chantaje en Broadway o No hagan olas, en ambos casos encarnado no casualmente por Tony Curtis, perfecta imagen del triunfador), en esta ocasión un atontolinado genio de buen corazón, ideas fijas y nulas habilidades sociales, especia de mad doctor a escala micro al cual encarna con su sempiterna brillantez Alec Guinness.

Éste se convierte en inventor del inmanchable e indesgastable tejido blanco nuclear que lo colocará como inopinado eslabón en la lucha de clases: por un lado, sus antiguos compañeros de talleres y almacenes, quienes ven peligrar sus trabajos ante semejante hallazgo, y por el otro, la patronal, que teme un desplome de precios. Un grupo siniestro presentado presidida en escala gerontocrática durante una antológica secuencia de reunión en la cumbre presidida por un Ernest Thesiger genial, caracterizado como si fuera un buitre y visualmente anunciado mediante la combinación de sombra amenazadora más música ominosa.

En cualquier caso el invento de Straton supondría una quiebra socioeconómica de tal nivel que nadie puede permitir semejante patente, por lo cual quedará escindido entre la pura teoría científica, que es lo que en realidad le interesa, y las nefastas consecuencias de su aplicación.

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Para lograr la cesión del invento, el director de la fábrica, Birnley (el fiable característico Cecil Parker), no tendrá inconveniente en ofrecer incluso, en un detalle sardónico y cruel típicamente de Mackendrick, a su propia hija como soborno, a su vez novia de otro empresario al que interpreta el recurrente malvado Michael Gough, ignorando además que está enamorada del atribulado inventor. Este personaje femenino, para el que se retoma a la encantadora Joan Greenwood de la previa película del director, incorpora una nueva referencia humorística: la screwball-comedy hollywoodiense de casi dos décadas antes mediante ese torpe «cerebrito» seduciendo inconscientemente a la acelerada heredera. Una referencia estilística que permite que los gags se balanceen ágilmente entre el diálogo malintencionado y la trompada, sin el menor chirrido.

Por su parte, los obreros recurrirán a sus propias capacidades disuasorias tratando de encerrar a Straton en su piso (los espectadores atentos podrán ver a la pequeña Mandy Miller, un año después protagonista de la emocionante Mandy) y finalmente persiguiéndole en plena noche. Una secuencia estupendamente rodada e iluminada bajo los parámetros del expresionismo, en la cual el humor dimana de la propia concepción estética, con el impoluto traje de metafórica pureza reflectando la poca luz de las calles y deshilachándose poco a poco. Porque eso es lo que les pasa a los sueños al contacto con la realidad: se deshacen.•

White Suit 1


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