Se celebra estos días la Feria del Libro de Londres, cuyo país invitado es México. Acudo hoy a la charla entre Tedi López Mills y Pedro Serrano -al que conozco desde hace tiempo, del que he reseñado varios libros y con el que he colaborado en el Periódico de Poesía de la UNAM-, pero, al cruzar la entrada del edificio Olympia, en Kensington, donde se desarrolla la Feria, me doy cuenta de que he cometido un error de principiante: la entrada no es gratis; por lo menos, el vestíbulo no tiene pinta de que la entrada sea gratis: mostradores infranqueables, controles de acceso, tarjetas identificativas al cuello, azafatas muy compuestas. Con cara de no saber muy bien de qué va la cosa, le pregunto a una de ellas si la entrada es gratis. Me responde que no: cuesta 50 libras, pero sirve para todos los días de la Feria, que son dos. No puedo reprimir una carcajada. La azafata me mira con una expresión reprobatoria, mientras yo aplaco, a duras penas, las convulsiones de la risotada. Le doy las gracias y me voy. Como me sobra tiempo hasta el próximo acto -una lectura de poetas mexicanos en un local en el que me consta que no cobran por entrar-, me tomo una pinta de sidra -la sida de barril es excelente en Inglaterra- en el "Tres reyes famosos", junto a la estación de West Kensington, y leo El País. A la hora prevista, Ángeles y yo ocupamos nuestros asientos (salvando un reguero de whisky que corre por el suelo desde el asiento de delante; sabemos que es whisky porque, cuando le hago notar a Ángeles la presencia de aquel sospechoso liquidillo, la señora del asiento de delante nos lo especifica en español de Querétaro: está claro que aquí no podemos confiar, como hacemos a menudo, en que no nos entiendan) en el Rich Mix Arts Centre, en Bethnal Green. Nada más llegar, nos hemos dado cuenta de que ya habíamos estado aquí, para asistir a otra lectura de poesía, pero yo me había equivocado de día. Esta vez no ha habido error, y enseguida reconocemos a algunos amigos. Pedro Serrano, por ejemplo, que me ve a mí antes que yo a él: "¡Eduardo!", grita, y yo me siento conmocionado por que alguien, en una sala apartada de Londres, me conozca y me llame por mi nombre. Charlamos un rato, antes de que yo salude a Adriana Díaz Enciso, mi amiga londinense-mexicana, que es la que nos ha hecho llegar la invitación al acto. Le pregunto por Rocío Cerón, otra de las poetas participantes, a la que conocí en casa de Ana Franco Ortuño, en mi última visita a México. La saludo también, y me dice que ha sabido de mí últimamente por José María Cumbreño. Yo le cuento que acabo de ver Chema en Cáceres en Semana Santa, y que me ha regalado, junto con otros muchos títulos -las ediciones liliputienses serán liliputienses, pero son muchas-, un ejemplar de su poemario Borealis, con unas espléndidas cubiertas azules. "Moradas", me corrige. Cuando empieza la lectura, cuyo título es Enemigos, como el de la antología en la que se reúnen estos y otros poetas mexicanos, traductores y, al mismo tiempo, traducidos por poetas ingleses (aunque la portada del libro no parece representar a ningún enemigo: un hombre y una mujer se chupan la lengua el uno al otro), constatamos que será también una suerte de happening o representación. Aquí esto se estila mucho: nada de meras recitaciones, tan a menudo eucarísticas -y, por lo tanto, soporíferas-, sino actuación, interpretación, teatro. La primera poeta convocada, que atiende por el aliterativo nombre de Amanda de la Garza, y que es una mujer muy hermosa, no ha podido asistir al acto, pero ha enviado un vídeo en el que lee sus poemas, de vivaz textura social. Lo hace con la voz y la imagen deliberadamente desajustadas, y mezclando el español y el inglés. Su contraparte británica, S. J. Fowler -que funge asimismo de presentador, aunque su pronunciación de los nombres de los invitados no esté a la altura de las circunstancias: Cerón es "Cherón" y Boullosa es "Bulosa"- acaba su intervención arrancando a mordiscos las hojas del libro que ha leído, haciendo una pelota con las páginas rotas y metiéndosela en la tripa, debajo de la camisa: será que la poesía es deseable como un manjar, y preña a la gente. (Es curiosa esta querencia por la destrucción metafórica de la poesía: en otra velada literaria, en Caracas, hace algunos años, también asistimos a un acto parecido, aunque entonces la palabra "poesía", dibujada con arena en el escenario, era borrada con un aspirador, que, por cierto, se estropeó en plena escena). Adriana Díaz Enciso lee con Fabian Peake, y ambos lo hacen solo en inglés. Una parte de su actuación consiste en recitar cada uno un poema distinto, simultáneamente: los versos se entrecruzan en una estimulante urdimbre verbal, en la que destaca el espíritu clásico de la poesía de Adriana, su imaginería densa y, a la vez, depurada. Carmen Boullosa actúa a continuación, con Nell Leyshon. Su intervención es la más tradicional de todas: leen alternadamente, sin entrelazamientos ni histrionismos. Por fin, Rocío Cerón y Holly Pester cierran la velada con una intervención netamente fonética o, como se le llama en España, polipoética. Ambas leen sus poemas (aunque no estoy seguro de que lo que hagan sea leer) como piezas dodecafónicas, pura descomposición rítmica del lenguaje, mero sonido, arenoso, brincante, renqueante. El efecto es, a veces, saludablemente cómico. El idioma se revela en sus labios como la materia constructiva que es: advertimos la argamasa de las sílabas, las poderosas inflexiones de los acentos y las pausas, la naturaleza arquitectónica de las letras y hasta del silencio. Esta poesía resulta especialmente impactante en inglés, monosilábico y oclusivo: Pester -una inglesa chiquita, de copuda cabellera rubia, que viste unos tenis fucsias- declama los versos como si golpeara: su garganta parece un mallo. Concluido todo, Adriana nos invita a acompañarlos a un local donde hay "más mexicanos". "¿Todavía más?", pregunto yo. Declinamos la invitación, pero no por la abundancia de mexicanos, sino porque es tarde, estamos lejos de casa y mañana los dos tenemos que trabajar.