Este fin de semana, mediada la FLM19 (78ª edición de la Feria del Libro de Madrid), acudí a la misma para ver a mi buen amigo Ezequías que firmaba sus libros en la caseta de la editorial Huerga&Fierro. Además de verle y charlar un poco con él como otros años que ha firmado, me movió a hacerlo esta vez el que Ezequías me hubiese distinguido con el honor de escribirle el prólogo de su último libro de relatos que lleva por título “Sólo hay una clase de monos que estornudan”.
Además había quedado citado en la caseta que lo albergaba con Paloma (Kirke Buscapina en la blogosfera) administradora del blog “Leer, el remedio del alma”, uno de mis preferidos. Ella deseaba conocer a Ezequías y que le firmase un ejemplar de esta última colección de relatos. Paloma acudió con su marido y unos amigos; yo por mi parte lo hice con otros amigos, aunque en el momento de nuestro encuentro sólo estaba con Ángel pues los otros dos estaban intentando aparcar el coche en el que habían venido hasta Madrid (¡oh, atrevidos!).
Del encuentro que Paloma y yo tuvimos con Ezequías Blanco, el autor, da testimonio la foto que acompaña estas palabras. La Feria, ya se sabe, casi siempre, y más un sábado
Tras el intercambio de palabras con el escritor, la firma dedicada que nos regaló y las fotos que nos hicimos con él solo, con él y los amigos, con él estando nosotros fuera de la caseta, con él y nosotros dentro de la caseta, etc., Paloma y acompañantes, y yo junto a mi amigo Ángel caminamos un poco antes de despedirnos. Durante el trayecto y al comentarles que la amistad con Ezequías se remontaba a nuestros años de estudiantes en la Universidad de Salamanca, Paloma comentó que su hija les había traído de una visita a la ciudad un hornazo. ¡Alimento contundente donde los haya!, exclamaron ella y su marido. Fue entonces cuando sucintamente les conté el origen de este producto típico de Salamanca.
El Hornazo y el Lunes de Aguas
Existía un cargo, una autoridad, conocida como Padre Putas (hay que darse cuenta de que los estudiantes eran en su mayoría seminaristas y/o eclesiáticos), que controlaba en cierto modo la actividad de la prostitutución que se ejercía a espaldas -quiero decir, inmediatamente a la vuelta- de la zona conocida como la Clerecía donde se desarrollaba la actividad escolar. Todo funcionaba correctamente, pero la Iglesia, el Obispado, exigía que durante la Cuaresma la abstinencia de carne fuese total: tanto la comestible animal como la delectable femenina. Era por esto que durante este período todas las prostitutas eran sacadas de la ciudad y llevadas al otro lado del rio Tormes donde debían de aguardar hasta que finalizada la Semana Santa y la octava de la misma, o sea, ocho días más tarde, el lunes, el Padre Putas pasaba en barcaza el río trayendo a todas las mujeres que habían estado fuera de la ciudad para evitar el pecado. Un gentío de jóvenes estudiantes las esperaban a la orilla del rìo donde con grandes empanadas rellenas de jamón, chorizo, lomo y otros ingredientes chacineros (los hornazos) y dedicaban la tarde de ese lunes llamado de Aguas por el paso del Tormes a merendar en el campo con las prostitutas que allí regresaban. En alegre francachela con los estudiantes ellas volvían a la ciudad dando por finalizado el período de abstinencia en las dos vertientes de carne antes señaladas.
Antaño, cuando yo era pequeño, los hornazos sólo se hacían para esta fecha, para el Lunes de Aguas que desde siempre por la tarde era y es festivo, saliendo los salmantinoes a merendar al campo en recuerdo de esta tradición. Pero el turismo todo lo confunde, todo lo mezcla, todo lo mercantiliza, y el hornazo salmantino hoy ha quedado convertido en producto típico de la gastronomía local. Un producto que todo hay que decirlo a mí me encanta y que os recomiendo lo degustéis cuando acudáis a la ciudad.