La Feria donde a veces venden libros

Publicado el 15 febrero 2018 por Javier Montenegro Naranjo @nobodyhaveit

Punto y coma, un grupo humorístico cubano bastante popular en los noventa, tenía un especie de sketch donde entrevistaban al director del zoológico de La Habana. En un momento le preguntaban por qué se había perdido la tradición de vender africanas y bombones en el recinto, y el director respondía que la tradición no se había perdido, sino que se habían perdido los bombones y las africanas. Con la Feria del Libro (y los libros) ocurre algo parecido, aunque nadie lo mencione.

Y sí, estoy cayendo en la trampa de la memoria, donde todo tiempo pasado es mejor. Tal vez no era tan maravillosa, pero sí recuerdo que habían muchos más libros. Hoy la Feria es eso, una Feria, necesaria para los niños, madres y adolescentes, un lugar donde comprar mochilas y lápices, plumones y gomas, libretas y agendas adornadas con nuestros ídolos de turno. Hoy la Feria es un nuevo punto de encuentro donde los adolescentes asisten religiosamente con bocinas y celulares para escuchar la banda sonora de sus vidas (y de una buena parte de la sociedad cubana): El palón divino y sus respectivas variaciones, secuelas y remix. Es más fácil juzgarlos y pensar en ellos como una generación que se degrada, como mismo lo fue la generación que movía las caderas con Elvis, que marchaba en el mayo francés, que se marchaba de Cuba, que se sigue marchando de Cuba. Siempre será más fácil juzgar. Lo de buscar lo motivos se lo dejamos a los historiadores del futuro.

Demasiada reflexión para las once de la mañana de un sábado, más cuando se tiene una ligera resaca. Ahí estoy, montado en una guagua, rodeado de adolescentes. Me siento ajeno a todo, a la música, a los temas que se repiten una y otra vez. Me cuesta entender que vayan a la Feria del Libro sin dinero, a dar una vuelta, a pasear. Y estos son los chicos buenos, porque los hay que van a robar, porque como nunca dijera Martí, “robar un libro no es robar”. Por estos días, ir a la Feria es como ir de safari sin un rifle, es decir, una visita al zoológico, donde compras comida, miras a los animales en las jaulas pero no te llevas ninguno a tu casa. A menos que te lo robes.

Como siempre, prefiero acceder por la entrada del parqueo: mucha menos cola, no tengo que desfilar por el improvisado parque de diversiones y sus tarimas de comida, ni escuchar los gritos de vendedores. Y el problema no es la presencia de ellos, que deberían estar ahí cada fin de semana, sino la ausencia de Grijalbo, de Océano, la ausencia de editoriales especializadas en esos géneros menores donde Isaac Asimov, Ursula K. Le Guin o Stephen King han marcado una pauta, la ausencia de editoriales hispanas de  gran peso en el mundo editorial, sin importar a qué precio sean capaces de vendernos los libros.

Me siento viejo. El complejo Morro-Cabaña está lleno de adolescentes o de padres con hijos pequeños. Están sentados en los contenes o bajo la sombra de un árbol. Están de fiesta, sonríen, hablan, tienen un espacio alternativo donde moverse, donde no venden alcohol, donde la familia se siente segura. Comen. Comen helados hechos para que puedan combatir el calor en la Feria del Libro. Comen panes con jamón para recuperas las energías y pedir el último para la próxima cola. Beben refrescos nacionales para evitar la deshidratación y continuar la marcha bajo el asqueroso y despreciable sol de Cuba (por favor, nadie caiga en la provocación, pocas cosas más absurdas pueden defenderse en un ataque de patrioterismo que el clima, la posición geográfica o la flora y fauna de un país). Pero no compran libros impresos específicamente para la Feria del Libro. O al menos esa es la impresión que me llevo (nótese que dicha impresión tampoco es una de las realizadas para la Feria).

Pocos tienen libros en las manos. Más bien cargan con mapas de la anatomía humana, cuadernos con imágenes y clasificaciones de dinosaurios, figuras de acción de velocirraptores, tiranosaurios, estegosaurios, triceratops; entre tanta criatura extinta temo por el futuro jurásico de Cuba. Este año, después de una controversia absurda a nivel de Estado, no he visto ni un solo póster de Lionel Messi o Cristiano Ronaldo. Si alguien se tomó el trabajo de prohibir la entrada y venta en el país de este tipo de merchandising, de dos hombres con pantalones cortos que corren detrás de un balón de cuero, ¿quién dice que mañana alguien no decida eliminar del imaginario cubano la existencia de unos reptiles gigantescos famosos gracias a una película de los noventa donde ni siquiera se les representa como fueron en realidad? Es un miedo absurdo, tan absurdo como pensar que si en el 2017 no compraste un póster de Cristiano o Messi, ya no podrás hacerlo al año siguiente.

Me encuentro con mi hermana, el único motivo por el que estoy ahí. Ya el martes había visitado el complejo Morro-Cabaña para comprar lo que me interesaba: mangas (dibujos japoneses en blanco y negro publicados de manera serial y a precios exorbitados); y comprobar la escasa presencia de textos ciencia ficción o terror. Por suerte, cuando llego, ella sale de la carpa principal. Una cola menos. La llevo a dos o tres editoras donde vi algunos libros de fantasía, al stand donde se encuentra la embajada de Japón, y al Pabellón Tesoro de Papel, donde comparten espacio los niños y la Freak Zone (movimiento cubano de difusión del manga y anime en Cuba). Esto me provoca un sabor agridulce. ¿Han ganado la batalla los freaks (como yo)  de gustos diferentes a lo considerado normal, o la literatura infantil y un Pabellón que siempre destacó por su trabajo y actividades con los niños han sido ligeramente marginados?  Espero sea lo primero. El sábado durante la mañana el local estuvo cerrado por una actividad con los niños.

Después de dos días de caminar por la Feria, hay dos elementos que me llaman mucho la atención. Uno es la existencia de un pabellón donde venden libros a menos de cuatro pesos cubanos, todos impresos en editoriales nacionales. Es una clara liquidación, lo más normal en cualquier lugar del mundo, pero si consideramos que en Cuba la única manera de publicar un libro es a través de las editoriales estatales, entonces algo no está funcionando bien. Si solo hay una forma de publicar, los libros deberían agotarse, porque el Estado selecciona lo mejor, lo que más le interesa al público, porque es lo lógico, publicar acorde a lo más vendido. El otro elemento que me llamó la atención fue la gran cantidad de libros sobre o escritos por Fidel Castro. ¿Qué tiene Fidel que las editoriales lo prefieren a él? En fin, la Feria no estaba dedicada solo a Eusebio Leal. También es curioso que ningún libro de Fidel estuviera en liquidación.

Antes de irnos vuelvo a pasar por el local donde estaban los mangas a ver si hay alguna rebaja y puedo comprar algo más. Nada. Los freaks han barrido y apenas dejaron algunos tomos de temática rosa.  Ya al marcharme de ahí, veo a una mulata de trece años (más menos) comentar con una amiga sobre un ejemplar de “Secretos sobre el Necronomicón”, o algo parecido. Me le quedé mirando mientras escuchaba la conversación que tenían. Costaba un dólar y decidió comprarlo, “es que a mí me gusta Lovecraft”, dijo sin la más mínima pena. Eso me chocó; me sentí feliz por ver a alguien tan joven con gustos parecidos a los míos, y sentí vergüenza por estereotipar a una adolescente, más al ser mestiza, como alguien a quien no podía gustar Lovecraft (paradójicamente poco publicado en Cuba por su racismo) sino solo El Chocolate. Algo parecido le ocurre a la Feria del Libro al creer que por ser visitadas por decenas de miles de personas, ya es un éxito, sin importar qué se vende, qué se imprime o qué quieren comprar los lectores. Y nótese que cuando digo Feria del Libro, me refiero a los organizadores y (por qué no) al Estado cubano.

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