En sus estudios sobre falsarios, Julio Caro Baroja establece una útil división entre dos tipos de falsificaciones: las más antiguas y simples, que consistirían en crear un documento falso, y las más elaboradas, que implican la reinterpretación de un documento o de una serie de documentos para intentar demostarr una determinada explicación. Acaso sea oportuno pensar, asimismo, en un tercer tipo de falsificación, que es precisamente la que aúna uno y otro procedimiento, a saber, el meramente factual con el interpretativo.
La clave de mi argumentarción es esta: el texto “MANIOS MED FHEFHAKED NUMASIOI” que aparece en la fíbula de Preneste, datada en el siglo VII a.C., es un documento interesantísimo, sobre todo para los estudiosos de la lengua latina y no tanto para los de la historia de la literatura. Estos dos paradigmas, el de la lingüística latina y el de la literatura romana, se separaron, precisamente, a finales del siglo XIX. Prueba de ello es la marginación de los textos arcaicos llevada a cabo por Sigmund Teuffel en el un importante manual publicados inicialmente en 1862, y que dejó oficialmente al margen los documentos más antiguos del discurso propio de la historia de la literatura romana para centarse sobre todo en la literatura clásica. Los documentos arcaicos pasaron, por tanto, a ser objeto de la lingüística latina, nuevo paradigma que tanto debe a los estudios indoeuropeos y que probablemente arranca con la gramática comparada de la lengua latina compuesta por el danés Madvig. De ahí la oportunidad de este documento que precisamente fue dado a conocer durante estos años: la lingüística latina, es decir, el nuevo discurso historiográfico independiente del de la historia de la literatura, lo convirtió en un documento fundamental. En resumen, quiero sugerir que la Fíbula de Preneste, al margen de su valor implícito, se benefició de un nuevo paradigma científico para alcanzar la relevancia de que ha gozado hasta los años ochenta del siglo XX. Puede que a los especialistas en historia de la lengua latina este paradigma les parezca hoy algo natural, casi invisible, pero el caso es que en la primera mitad del siglo XIX no existía como tal. FRANCISCO GARCÍA JURADO