La fidelidad impuesta

Publicado el 12 mayo 2016 por Javier Jiménez @JavierJimenz

Es curioso como funciona la atracción entre los seres humanos. Una vez superado el impacto visual del primer momento no es siempre el más guapo el que más éxito tiene. Cuántas veces nos habremos sorprendido de ver como ese tipo feo y desgarbado, al que nunca le imaginaríamos con alguien de la mano, se convierte en el triunfador de la noche. Sabe que sólo a fuerza de tirar la caña acabará pescando en río revuelto y como buen pescador, resta importancia a la captura si consigue pasear el trofeo.

Bien pensado los pactos políticos tienen mucho que ver con la atracción y esa forma casi desesperada de buscar pareja de nuestro amigo el feo. Un claro ejemplo de picaflor es Pablo Iglesias. Dentro de ese perfil de gente con aspecto de no comerse un colín se esconde un verdadero don Juan que en pocos meses ha hablado a tres muchachos. En mangas de camisa hizo que el Albert Rivera cayera en esos brazos remangados mientras se tomaban un café con leche,  televisado y en vaso de caña, con el que Pablo le habló de socialdemocracia, de gobiernos nórdicos y de nueva política. ¡Que labia tienes, bribón!, debió de pensar Albert mientras dejaban entrever cuánto les unía ser de la misma quinta.

Lo cierto es que a Pablo siempre le gustaron con más posibles y en esa cosa tan de izquierdas como es el amor libre roneó en brazos de Pedro Sánchez mientras Albert seguía en casa, esperando. El nuevo mejor amigo de Iglesias estaba necesitado de alguien que le quisiera y allí estaba el hombre para sacarle a pasear y demostrar que unidos por sus aficiones estaban mucho más cerca de emparejarse. Eso sí, sin llegar al matrimonio porque la idea del trío siempre estuvo muy presente. Lo malo es que los cuernos nunca son plato de buen gusto y Albert le dejó.

En su particular afán por conocer las bondades del menage a trois, buscó otro jovenzuelo con el que compartir a su nuevo amigo. De vuelta la burra al trigo encontró a alguien con sus mismas ideas y proclive al enamoramiento. Ya se sabe que en las cosas del amor la juventud es sinónimo de ingenuidad y Alberto Garzón aceptó sin remilgos que su formación pasase a ser solo un logotipo más en la ya larga colección de marcas de Podemos.

A diferencia de los otros intentos de Iglesias por emparejarse, con Garzón la cosa va a ser distinta. Sabe que lo suyo durará, que a pesar de que seguirá buscando otros brazos en los que arrojarse para conseguir sus objetivos, Alberto no se marchará. Da igual si el acuerdo no sale bien, no tiene donde ir. Le ha impuesto la fidelidad por decreto que es como se hace en los regímenes en los que se mira. No hay vuelta atrás, o se deja arrastrar por Pablo y sus mareas o se ahoga en el mar de migajas electorales que han servido de caramelo para el achuchón de Pablo en plena Puerta del Sol y tuiteado, muy en la estética de esa juventud que maneja con igual aplomo las nuevas tecnologías con las ideas más trasnochadas.