Sin embargo, los juzgados no son ni mucho menos la única vía. La mediación se presenta como una de las más eficaces alternativas para resolver un buen número de desacuerdos y confrontaciones. En aquellas ocasiones en las que ambas partes están de acuerdo en evitar los tribunales, la mediación puede ofrecer rapidez y flexibilidad sin todos los contratiempos que conlleva iniciar un litigio.
La figura del mediador es fundamental para lograr que ambas partes queden conformes con la validez del proceso. Suele estar encarnado por un abogado que actúa como eje de la negociación entre las partes enfrentadas, siendo el encargado de canalizar la comunicación y establecer claramente los asuntos que han de dirimirse. Es por ello que entre las cualidades del buen mediador destaca en lugar predominante su imparcialidad.
Un mediador no puede estar involucrado y debe mantener una posición ecuánime con respecto a ambos protagonistas del conflicto, presentándose como una figura de entendimiento. No se trata de que el mediador no pueda prestar su ayuda a las partes, pero su tarea debe realizarse siempre desde la distancia, analizando objetivamente el conflicto y buscando soluciones imaginativas para su resolución.
La mediación supone un proceso más ágil que el seguido habitualmente en los juzgados, pero no por ello deben adelantarse los acontecimientos. El mediador ha de poner sus servicios a disposición de ambas partes, dedicando el tiempo necesario a escuchar sus argumentos, comprenderlos y ser capaz de adquirir una perspectiva general del conflicto de tal forma que pueda aportar su experiencia cara a adoptar las medidas que lleven a una resolución satisfactoria.
Por todo ello la mediación es una magnífica herramienta para encontrar soluciones a conflictos que parecen enquistados. Siempre que la figura del mediador se desenvuelva desde la distancia y la imparcialidad, las posibilidades de que ambas partes queden satisfechas con la resolución del problema, son muy elevadas.