por Javier Guillén.
Sé que soy muy pesado con el jazz y la música clásica pero a cada uno le gusta lo que le gusta y por eso empiezo esta pequeña subsección de recomendaciones de películas total o parcialmente musicales con una de mis favoritas: Cotton Club del gran Francis Ford Coppola.
Aunque no conozco a mucha gente que la haya visto creo que Cotton Club es una de las películas musicales más interesantes de la década de 1980 -téngase en cuenta que no fue un género muy prolífico en aquella época- si realmente se puede considerar que pertenece al género musical.
El comienzo de la trama recuerda a muchas películas de gángsters clásicas: un músico blanco callejero recién llegado al barrio de Harlem y que nadie conoce le salva la vida a un jefe de la mafia casi sin querer y como éste tiene que devolverle el favor lo convierte en su recadero y títere personal porque le ha caído en gracia.
A partir de este punto se descubre que Dutch “el holandés” (pues así se llama el capo) es el dueño del famoso Cotton Club con lo que empieza una gran historia con dos tramas paralelas: la del trompetista que se enamora de la amante del gángster y que se ve involucrado en una guerra de mafias (en la que está implicado su hermano también) de la que se consigue librar cuando consigue un papel de actor en Hollywood haciendo en la ficción aquello que le enseñaron sus nuevos “jefes” y la de los músicos negros del barrio que trabajan en el club y más tarde consiguen organizarse con otros para defender sus intereses también con los métodos del crimen organizado.
Al ver esta película uno puede pensar inmediatamente en El padrino o Érase una vez en América sobre todo porque esta última fue filmada también en 1984 pero en este caso Coppola pretende, además de hacer una película de mafiosos con un guión metódico y muy estudiado, fusionar la trama con escenas musicales que se van disolviendo a lo largo de la historia y que forman parte de lo que se cuenta intentando pensar en el género del musical de una manera no tan diferente (aunque lo parezca) a la de un Gene Kelly o un Vincente Minelli.
Las coreografías y las canciones forman parte de la acción de una manera forzada, los propios personajes y actores intervienen en ellos -los solos de trompeta los toca el propio Richard Gere- como si el espectáculo y la historia se fundiesen para crear un lenguaje mixto, un lenguaje meramente espectacular (pienso en Chaplin o en las primeras películas musicales de Walt Disney al barajar esta idea, en realidad bebe más de estos clásicos más “primitivos”, casi de vanguardia) irreal, ideal y por esto puramente cinematográfico y al mismo tiempo teatral e impostado.
Y ciertamente en ese sentido este es un guión muy de Coppola: como siempre la hipocresía gana la partida y todos los personajes se aprovechan de ella aunque los más débiles caigan y los más poderosos sean los que se salgan con la suya mientras los testigos que están al margen también se llevan su parte.
De nuevo es un pequeño mal por un gran bien, pensemos que gracias a estos gángsters el mundo ha conocido a una de las mejores generaciones de músicos de jazz (en la película aparecen Cab Calloway y Duke Ellington y en la realidad también actuaron allí otras leyendas como Lena Horne o Ethel Waters) así que en realidad también se hace un homenaje a lo mejor que ha dado una mala época.
Cotton Club no es El padrino ni Uno de los nuestros ni mucho menos Los violentos años 20 pero sí que es una película muy recomendable, casi al nivel de estas que acabo de mencionar y una puerta para comenzar a aficionarse al jazz y al buen cine y para disfrutar de una gran historia con aroma de cine clásico, algo que hoy en día se echa mucho de menos.