La filosofía de Descartes

Publicado el 01 enero 2020 por Carlosgu82

Todo filósofo tiende una escala. Para entenderlo, hay que conocer los peldaños de esa escala. El primero es la época en que escribe el pensador. El segundo es el problema que pretende resolver. El tercero, los principios de que parte. Vamos a tratar de entender al padre del racionalismo moderno, René Descartes (1596-1650). Descartes declara que podemos dudar de todo, de nuestros sentidos, de lo dicho por otros pensadores… y que es preciso empezar todo de nuevo. La época en que nació el filósofo se prestaba para ello. Se derrumbaba la autoridad de la física de Aristóteles ante los embates de Copérnico y Galileo. Los sentidos nos dicen que la Luna está muy cerca y, sin embargo, por la razón sabemos que está muy lejos. Los mismos sentidos nos aseguran que la Tierra está fija, pero se está moviendo sobre su eje y en torno al Sol. No obstante, Descartes declara, para congraciarse con la Iglesia, que su propósito al escribir es reforzar la creencia en Dios porque nada mueve más al ateísmo que pensar que los animales tienen alma. Imaginar que una mosca posee un principio vital que la anima, y que ese principio muere con el insecto, genera la duda de si el principio que nos anima también morirá con nosotros. Él pretende demostrar que solo el ser humano posee alma, que no hay nada más seguro que la existencia de esta y, por consiguiente, de su inmortalidad

La gente suele sorprenderse de esa aseveración cartesiana. Creemos que nadie ha atribuido alma a los animales. El término alma proviene del griego psijé y el latín anima. Significa principio de vida, lo que anima a un ser. Para los antiguos griegos y los medievales, la materia era inerte, incapaz de movimiento y actividad propia. La materia viva debía ser animada por principios vitales. Para Aristóteles, las plantas poseen un alma vegetativa que les permite crecer, nutrirse y reproducirse. Los animales cuentan con un alma sensitiva que los dota de sensibilidad y movimiento. El ser humano cuenta con un alma racional que engloba las facultades vegetativas y sensitivas, a las que agrega pensamiento y voluntad. De dónde provienen esos principios y cómo están constituidos era un misterio. Eran fuerzas que organizaban la materia, le daban una forma característica y, cuando la abandonaban, la materia se convertía en un cadáver que se disuelve.  Aristóteles creyó que todos esos principios de vida morían con el cuerpo, así que negó la inmortalidad del ser humano.

Santo Tomás de Aquino aceptó la biología de Aristóteles pero no podía aceptar la muerte del alma humana. Hizo malabares para convertir en invulnerable y susceptible de vida eterna a esa alma. Principió diciendo que si algo tiene una función propia, que no está ligada al cuerpo, es una forma sustancial, o sea, una forma que subsiste por sí misma, que no necesita al cuerpo para vivir. La función propia del alma racional es pensar y no está ligada al cuerpo. De hecho, la materia no puede producir algo superior a ella, por lo que Dios tiene que infundir un alma racional e inmaterial a cada embrión humano, cosa que no haría con cada ser viviente de otra especie. Obviamente, el Aquinate ignoraba las funciones propias del cerebro. Pero aunque no las conociera, un poco de análisis de las almas de animales y plantas le habría servido para darse cuenta de la pobreza de su aseveración. Estas almas, ¿son materiales o inmateriales? No pueden ser materiales porque la materia es inerte. No son inmateriales porque serían tan inmortales como el alma humana. El argumento de que esta última, por tener una función propia, es independiente del cuerpo y puede vivir sin él no vale. La sensibilidad y el movimiento son funciones propias del alma de los animales, no están ligadas a ningún órgano sino que están en todo el cuerpo. Pero eso no las hace inmortales. Es tan nimia la diferencia entre el alma de un simio y un humano, en cuanto a sus funciones, que no hay razón para suponer que la racionalidad que adquirimos a duras penas en sociedad nos dé inmortalidad y a ellos no. La diferencia no puede residir en una función que se pierde en ocasiones, como pensar. Sería necesario postular una diferencia constitucional entre el principio de vida humano y el animal, pero es imposible conocer la constitución de lo espiritual, porque por definición, carece de ella.

Así que para Descartes lo mejor era zanjar las diferencias de una vez. Solo el ser humano tiene alma; animales y plantas son máquinas carentes de sentimientos. Esa idea, en una época de naciente industrialización, justificó la explotación de los bosques. El cuerpo humano también es una máquina, según Descartes. Esta idea influyó en el progreso de la anatomía. Si creo que un humano vive porque un principio de vida inmaterial lo anima, algo que da forma y organización a su cuerpo, deduzco que muere cuando ese principio o forma ha desaparecido. No hago más estudios. En cambio, si considero que el cuerpo es un mecanismo, veo cuáles piezas fallan para reemplazarlas o curarlas.

Descartes pretendió probar la existencia del alma mediante el recurso de dudar de todo, excepto del hecho de que estaba dudando. Esto le daba la certeza de su existencia. Pero tan pronto llegó a esa certeza dio un salto injustificable. Dijo que se concebía como una sustancia simple, sin partes, inmaterial… Volvió a la vieja idea platónica y tomista de hacer de la subjetividad humana, de nuestros sentimientos e ideas, una cosa. Vistió con una objetividad inmaterial –lo que implica una contradicción en los términos- nuestra subjetividad. Como somos una sustancia inmaterial, carente de masa, no podemos dar movimiento ni vida al cuerpo, que es material. Alma y cuerpo son dos cosas separadas porque de ellos hay dos ideas claras y distintas. El alma es inextensa, activa, pensante e inmaterial… El cuerpo es extenso y material, carece de pensamiento. Lo que es claro y distinto para la mente también es claro y distinto en la realidad, según el arbitrario principio cartesiano, que él mismo dijo haber postulado por un acto de voluntad, no de razón. En otras palabras, porque le dio la gana.

Descartes consideró que el alma residía en la glándula pineal o al menos se comunicaba con el cuerpo a través de esa glándula. Para él, era el lugar en que las imágenes que venían por ambos ojos, o los sonidos que afectaban ambos oídos se unían para transmitirse como uno solo al alma. El médico inglés Wilkins demostró que los animales también tienen esa glándula, por lo que no estaba hecha para las funciones del alma humana. Ante eso, los cartesianos optaron por postular el paralelismo psicofísico: alma y cuerpo caminaban como dos relojes que daban la misma hora, sin acción entre ellos. La idea era tan absurda que los filósofos optaron por quedarse solo con el cuerpo (materialistas) o solo con el alma (idealistas).

El primer peldaño de la filosofía cartesiana fue demostrar la indudable existencia del alma, sustancia de la que estaban desprovistos los animales y las plantas. Pero en el camino la materia se liberó, se hizo inteligible, capaz de movimiento y crecimiento. Al final, el último peldaño culminó en un materialismo que se tragó al alma, pues esta carece de las viejas potencias que le había asignado santo Tomás: dar vida, crecimiento, nutrición, sensibilidad y movimiento al cuerpo. Todas esas funciones las ejerce la materia orgánica sin necesidad de recurrir a extraños principios que vengan de fuera, puestos por una divinidad, principios que ni siquiera se sabe cómo están constituidos, si son materiales o inmateriales, si son inmortales o no. Principios que no pueden ser sustancias, cosas, pues si lo fueran no podrían comunicarse con la materia, ya que estarían revestidos de una imposible objetividad inmaterial. La crisis de la creencia en la inmortalidad del alma arrancó con el hombre que pretendía salvarla.