La filosofía detrás de Black Mirror (I)

Publicado el 10 noviembre 2016 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

¡Ojo! El artículo contiene un porrón (y medio) de spoilers, aunque los eventos y cuestiones más importantes del episodio están marcadas con un [SPOILER].

Black Mirror es, probablemente, el mejor producto televisivo de los últimos años. Por eso, se la ha agenciado Netflix, y lo ha hecho con mucha mano, cuidando los detalles, dando un salto entre algodones para su traslado de la televisión inglesa hacia la americana.

La serie de la cadena británica Channel 4 muestra seis escenarios distintos (dos temporadas de tres episodios cada una) donde lo único que une a los personajes es el uso (y abuso) de las nuevas tecnologías: ordenadores, tablets, redes sociales, smartphones… son la clave. Los personajes no son los culpables de todo aquello que se genera alrededor, pero siempre se convierten en cómplices; a veces, por acción, otras por omisión.

Sobre ella hablé un poco —muy poco— hace más de dos años, cuando ya era uno de esos seguidores con demasiado hype en el cuerpo que lloriquean por más capítulos, por temporadas más largas, para que empezase de una maldita vez la siguiente; cuando nadie conocía Black Mirror, y yo la recomendaba entre conocidos que me ignoraban, porque no era mainstream; como ocurre con lo que se aleja de Juego de Tronos, Breaking Bad o American Horror Story.

Así que, cuando hace un par de semanas aterrizaron ni más ni menos que seis episodios, me faltó tiempo para sentarme frente al portátil y devorar uno tras otro las más de siete horas de pura heroína en vena. ¿Por qué tanta prisa? Supongo que porque Black Mirror es más filosofía que entretenimiento, más crítica social que ciencia ficción, y está más cerca de lo que ninguno nos imaginamos. En cierto modo, le ocurre lo mismo que a Westworld de HBO; pero lo que ya percibimos claramente con la tecnología, todavía no vemos tan claro en sus próximos resultados…

En definitiva, que me he dicho: ¿por qué no empezar por recopilar en unas cuantas entradas los seis primeros episodios de esta tercera temporada y analizar sus pormenores? Como siempre, y al igual que otras entradas que he publicado aquí (Vivir sin Tony SopranoCinco claves que explican el éxito de ‘The Walking Dead’¿En qué cree Tyler Durden? (I) La filosofía de la imagen) se centrará en buscar paralelismos con otros medios, en retrotraernos hacia referencias literarias y audiovisuales, y en crear algo medianamente digno de leer y sobre lo que discutir.

Si lo consigo o no, ya no es cosa mía, que conste.

Caída en picado (3×01 Nosedive)

El episodio más digerible con diferencia. Un aperitivo para despertar la curiosidad de ese target mucho más amplio que se sienta frente a Netflix para descubrir una serie que ya era una pasada antes del 21 de octubre de 2016.

Nosedive no es más que Facebook o Instagram elevado al cubo; un futuro distópico en el que todo lo que los demás piensen de ti, de tu vida social, de la gente por la que te rodeas, de tu familia, de tu existencia entera, está puntuado.

Tu vida tiene nota, y para el mundo vales lo que ese número muestra. Eres importante en la medida en la que el resto de mortales te puntúan. Según tu media, vale la pena invitarte a un evento, puedes trabajar en cierta empresa, puedes permitirte un determinado alquiler o un tratamiento médico.

Si el cartesianismo dudaba de todo más allá del  propio yo, Paul Ricoeur (1923-2005) —y Habermas, y Luhmann— había superado este estadio para afirmar que uno no podía desconocer las instituciones, los derechos ni los principios de la modernidad; la propia conciencia del yo estaba obligada a pensar en ellos para decidir y actuar; es decir, para vivir.

¡Imagina, pues, lo que significa un mundo donde las redes sociales han convertido la evidencia de tu propia existencia en lo que el resto piensa de ti! Y tampoco está tan lejos de nuestro día a día; ¿no te lo crees? ¡échale un ojo a Peeple!, como recomiendan en Verne (Sonríe, te están puntuando: lo último de ‘Black Mirror’ ya está ocurriendo).

Nosedive ya está sucediendo: apps para ligar que nos permiten puntuar públicamente a nuestras citas, y que, probablemente, son el primer paso de mucho más. No es distinto al “sígueme y te sigo” o a los ratings internos de los que hablan en el artículo de El País y que muchos plataformas ya tienen: Tinder, OK Cupid, y otras tantas que utilizan esa puntuación para facilitar o poner barreras a la entrada de usuarios o clientes, como Uber, MyTaxi o BlablaCar.

¿Acaso esto es malo? Bueno, como ocurre en todos y cada uno de los capítulos de Black Mirror, lo es a partir del momento en el que la tecnología afecta e incluso cambia el mundo que nos rodea. Cuando se convierte en el rasero por el que dividir, en la normativa, escrita o no, en la única opción.

[SPOILERS] Lacie (Bryce Dallas Howard) no ha hecho nada malo. Ha seguido las reglas del juego; se ha adaptado en todo momento. Ha buscado, desesperadamente, la forma de crecer en su vida personal, olvidando que aquí, en este mundo, las acciones individuales no tienen demasiado peso frente a las colectivas.

Se porta maravillosamente bien en su trabajo, hace fotos con filtros y comparte al señor Trapito para ser todavía más vomitivamente mona; se prepara un discurso estupendo para la boda de aquella amiga que la vejaba continuamente en la escuela y pretende rescatarla por puro interés… ¡Incluso se avergüenza y oculta a su hermano: un 3,8 (o algo así)!

Siempre ha habido esclavos de las apariencias: en las zonas altas de las ciudades, con sus locales chic, sus fronteras físicas trazadas entre dos calles del imaginario colectivo, y un largo etcétera; ahora, en Nosedive, está élite social se mueve en el sector de la tecnología: veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año. ¿Y quién no lo hace? Bueno, Rashida Jones no lo hace; pero Jones no existe en ese mundo; ya sea como una camionera con una puntuación de mierda, o una lesbiana que avergonzaba a las figuras canónicas de Hollywood, su figura se ignora de forma sistemática.

¿Hasta dónde se puede leer? Bueno, algunos críticos han visto en esa caída en picado nuestra obsesión por las apariencias, nuestra dependencia por la valoración externa o el principio de estabilidad hedónica (o adaptación hedónica, donde nunca estamos contentos con lo que tenemos, porque cuando conseguimos algo, aspiramos a otra cosa, o a mayor cantidad de la misma).

A lo largo del capítulo, esa caída demuestra las fallas de buscar la felicidad fuera de uno mismo; de anteponer las necesidades del otro a las propias, pero por encima de todos estos puntos, quizá el más interesante es el modo en el que nos limitamos como seres, nos reducimos, para mostrar una imagen más afable,  más dócil, más adaptable al propio contexto social.

Para Lacie, parece no terminar bien. Pero… ¿cómo es posible que uno pueda sentirse más libre en una cárcel que fuera de ella?

(¡Ah, por cierto! Hipertextual pone a disposición los tonos que se escuchan con el puntuaje por estrellas. Seguro que han cosechado unos cuantos me gusta en Facebook con esta iniciativa. Ilusos…)

Playtest (3×02)

Playtest es bueno. Verdaderamente bueno. Con Playtest no tienes que seguir dudando, Black Mirror sigue siendo Black Mirror, también en Netflix, y respiras aliviado mientras te sumerges en un episodio muy distinto a lo que habíamos visto hasta la fecha en Channel 4.

Nosedive (3×01) funciona muy bien como nexo de unión: una buena historia a la que, probablemente, le sobran cinco o diez minutos de capítulo y que nos habla de los peligros de la tecnología; donde podríamos estar si nos descuidamos, como decía Charlie Brooker en los inicios; pega bien con 15 millones de méritoscon Tu historia completa o con Vuelvo enseguida. Y, una vez enganchados, aceleramos.

Playtest (3×02) nos habla de los conceptos realidad virtual y realidad aumentada aplicada a los videojuegos: ¿quién no se siente tentado por eso? Entre las Google Glass, las Oculus Rift y las múltiples VR o lentillas de nueva generación que anuncian todo tipo de nuevas experiencias (y, ¿por qué no?, nuevas formas de vida). Si nadie se sorprende ya de que el videojuego Deus Ex trabaje junto a empresas como Open Bionics para la creación de prótesis de última generación, tampoco nos resultará extraño jugar en narrativas donde nosotros seamos realmente los protagonistas.

El episodio propone exactamente esto a través de una prueba piloto: ¿qué ocurriría si utilizamos la realidad aumentada para conseguir historias y escenarios cada vez más y más inmersivos? ¿Podemos poner un límite al realismo? ¿Y por qué deberíamos hacerlo?

Espero que mi madre no esté arriba convertida en un monstruo.

Cooper (Wyatt Russell)

En la revista Yorokobu, aparecía un artículo muy curioso que vinculaba PsicosisPlaytest, a Cooper con Norman Bates, y a su madre, con la señora Bates. ¿Se trata de un problema familiar sin resolver? ¿O solo es una historia de terror donde el escenario virtual pretende resolver los conflictos que arrastra su protagonista y que ni la vida real ni su viaje de crecimiento o autodescubrimiento han conseguido dejar atrás?

Hay en la madre de Cooper algo hitchcockiano: la madre opresora, la madre que frustra los intentos del hijo para volar solo. Es la madre de Extraños en un tren, Encadenados y Psicosis. Una madre que siempre está, aunque no esté.

Puede que Cooper no sea más que un niño con miedos atrapado en el cuerpo de un treintañero que no sabe cómo lidiar con la muerte de su padre, con la enfermedad y el olvido, y con lo que todo apunta que es una madre castradora; un monstruo incluso, si tenemos que fiarnos de lo que brota del subconsciente, pero Black Mirror no trata de eso.

[SPOILERS] Desde el inicio del viaje, Cooper está atrapado. Así nos lo demuestra con su actitud: agazapándose a primera hora hasta un coche sin despedirse, escapando de su madre en lo que a todas luces resulta un sinsentido; una madre que le llama, y le llama; le llama cuando conoce a Sonja en un bar; a la mañana, siguiente, y seguirá llamando y llamando hasta el final.

Todo nos lleva hacia el papel de Cooper como betatester: hacia una engañosa presentación de realidad aumentada, y a una doble mentira que despista magistralmente al espectador: la primera, nada podrá hacerle daño; la segunda, estamos viendo un espacio real en el que se sobrepone otra realidad (realidad aumentada).

Desde aquí, la trama no se detiene hasta alcanzar esa mansión neogótica tan parecida a la de la serie Hammer House of Horror, ¡y es que el imaginario colectivo es duro de pelar: ¡nadie duda de eso!, pero no tardaremos en comprobar, tarde, que hay algo más ahí detrás: ¡esas son imágenes de los ochenta grabadas a fuego en la psique de Cooper!

A lo largo del episodio, se superponen las capas, y perdemos de vista cuándo termina una y comienza otra; no importa en realidad, porque aquí es donde hallamos esa crítica a la tecnología: ¿es necesario jugar con un realismo tal como la vida misma? Y quizá algo todavía más importante, y que también se trata en San Junipero (3×04) más adelante: ¿si no puedo distinguir realidad y ficción? ¿No es real? ¿O sí es real? ¿O depende de dónde esté yo situado?

Hay otros puntos a tener presentes en Playtest: los implantes, la metahumanidad, el uso de la biotecnología en el ocio y la aceptación de ese porcentaje de error que nos permite seguir avanzando. Pero ninguno es tan importante como el primero: ¿esos 0,04 segundos entre la madre que interrumpe por última vez a su hijo treintañero jugando a la consola y la muerte de Cooper son 0,04 segundos o son horas y horas de sufrimiento, de vida, y de tragedia personal?

Yo, apuesto por la segunda opción. Y eso convierte el episodio en un thriller de terror maravilloso.


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