La decisión que adoptó el ministro José Ignacio Wert de hacer desaparecer la asignatura de las aulas, cuando elaboró la ley orgánica para la Mejorade la Calidad Educativa(Lomce), tenía ese objetivo: no interesa potenciar al máximo las facultades cognitivas e intelectuales del ser humano puesto que es muy peligroso que las personas adquieran la costumbre de pensar por sí mismas, a razonar, argumentar y rebatir, y cuestionen todo lo que les incumbe. Se desoye, así, el consejo que Aristóteles ofreció a la Humanidad hace veinticinco siglos cuando proclamó aquello de que la filosofía es imprescindible para ayudarnos a explicar el mundo y explicarnos a nosotros mismos.
La degradación de la educación, a la que contribuye la desaparición de las Humanidades, amansa las sociedades, las vuelve dóciles o apáticas (anomia social) y fácilmente manipulables por los poderes políticos, económicos y religiosos. Tampoco, desde el punto de vista de la representación política, interesa, por tanto, que la gente piense, que cuestione iniciativas y exija explicaciones convincentes y racionales a sus gobernantes, a quienes podría reclamar responsabilidades. Eliminar la filosofía en la educación es obstaculizar la formación de una conciencia crítica en el seno de cada época, como denunciaba el profesor Lledó en su discurso. Marginar la ética, la filosofía, la literatura, la lengua y demás contenidos de Humanidades es orillar, por obsoleto, los saberes clásicos y ocultar las raíces de nuestra civilización y cultura. Desconocer el pasado, “lo que otros hicieron o pensaron”, como advierte el también filósofo Manuel Cruz, es propio del adanismo, que considera todo lo “antiguo” carente de interés. Y se pregunta este profesor: “¿Podemos renunciar a siglos de reflexión humana?”.
Emilio Lledó, pensador y ensayista, no sólo “piensa” la filosofía, sino también la lengua y la moral. Entre sus obras destacan La filosofía, hoy, Filosofía y lenguaje, Lenguaje e historia, Memoria de la ética, entre otras. Además, ha publicado artículos y ensayos de carácter más general como: El silencio de la escritura, Imágenes y palabras, Elogio de la infelicidad y otros. Como se destaca en el último libro citado, la diversidad en Lledó puede deberse a que “ha preferido, finalmente, hablar más sobre la vida y los caracteres –la ética, por tanto-, que sobre las oscuridades de la realidad o sobre las sutilezas de la discusión” (filosofía). Para un filósofo, como él, el mejor homenaje que puede hacérsele es que se enseñe filosofía, que se enseñe a pensar. Concedámoslo.