Todo movimiento religioso tiene unos orígenes y, contrariamente a lo que nos quieren hacer los distintos textos dogmáticos de estos sistemas de creencias, estos suelen ser bastante imprecisos.
Continuemos la historia donde la dejamos. Ya vimos como el rey Josías, en un inteligente intento de centralizar la política en Judea, había pretendido instaurar un sistema monoteísta, tendencia que hasta su llegada había sido minoritaria. Tras el fracaso y la muerte del rey este movimiento religioso quedó, nuevamente, en una posición marginal. Efectivamente, incluso la propia Biblia nos muestra a los reyes que siguieron a Josías como malos monarcas que, en numerosas ocasiones, se dejaron arrastrar por “cultos extranjeros”, cultos que, como ya mostramos en el artículo anterior, no eran realmente extranjeros sino que eran movimientos propios de una zona con fuertes influencias cananeas, como es el caso del territorio del que estamos hablando.
Tal vez esta tendencia hacia el monoteísmo hubiese desaparecido de no ser por las circunstancias políticas tan dramáticas que aún tendría que sufrir Judá. En el complicado juego político que experimenta el Próximo Oriente una potencia como Babilonia comienza a interferir en el pequeño reino de Judá. Nabucodonosor acabará tomando la ciudad en el 598 a.C. produciéndose la primera deportación. Años después, en el 586 a.C., tras una sublevación del reino contra sus nuevos amos, se producirá una segunda deportación y un hecho que consternará al pueblo de Israel: la destrucción del templo de Salomón (templo en modo alguno dedicado a un culto monoteísta, tal y como se ha querido transmitir).
La deportación hará que las fuerzas vivas del país (artesanos, élites dirigentes, sacerdotes...) transplanten su lugar de residencia a la misma Babilonia. El golpe moral es tremendo, los israelitas no saben explicarse como han llegado a esta situación y dentro de un ambiente culturalmente diferenciado corren el riesgo de ser absorbidos. Y justo en este momento es cuando resurge con fuerza la tendencia monoteísta, fomentada en un primer momento por pequeños grupos minoritarios y, posteriormente, asumida por la casta de los levitas. Este monoteísmo no solo sirve para justificar la situación actual de los hijo de Israel, como consecuencia de haber traicionado a su Dios, sino que es un sistema de creación de identidad que permite a los judíos (a partir de aquí si podemos hablar de judaísmo) mantener un carácter peculiar y diferenciado de la cultura que les rodea.
De esta forma surge una religión que si bien asume numerosos elementos exteriores, como es el caso, por ejemplo, de la angeología o la idea de retribución, tomadas ambas del mazdeísmo; no dejará de mantener un carácter particular a lo largo de su historia, permitiendo que, pese a las persecuciones y el carácter minoritario de los judíos a lo largo de la Historia estos nunca acaben de diluirse dentro de ninguna de las culturas mayoritarias que les han rodeado.