Yace herida en el aire una idea abstracta. La muerte menos pensada se abre paso entre las formas de las nubes. Desde aquí observo, indagando en los canarios del habla. Un piolin me mantiene erguido, es el nexo entre mi alma y la herida, quien amortigua la brisa escandalosa y teje con baba de diablo un abrigo por si las dudas. Pero muy en el fondo sabemos, que por más libertad que se sienta en el vértigo, la muerte va a darnos su caricia de madre que no abandona. Peyorativa e incisiva. Un ramo de nubes para jugar al amor y una dulzura distante de los últimos brotes de la primavera. La vanguardia guarda vaivenes viscerales en la cicatriz que jamás debimos lamer, para anesteciar un sentido de calamidad adulterada en los albeolos del verosímil relato que alguien, alguna vez y por esos azares que se les escapa al tiempo, nos susurró al pido, sin más indicaciones válidas que la improvisación misma. Desde la placenta, hasta el ataúd, somos simios semánticos sometidos a sarcásticas sátiras taciturnas.
La tragicomedia estalla en los periódicos del lunes. Mientras el domingo descansa con la conciencia borracha, y en un sueño etílico remonta una nuve cual cometa buscándole todas las formas posibles, porque le recuerda a su infancia, porque es gratis, porque la vida es la antesala de la muerte, muerte que pretende que vivamos como si ella no nos estuviera viendo, sentada, paciente, en los tapiales de nuestra niñez.