Entre los griegos se denominaba andreía (de andros - varón), y se definía como la cualidad que expresaba fundamentalmente la fuerza intrínseca masculina, comúnmente referida a la milicia, siendo así referida a la capacidad para resistir los rigores del combate, entendida como requisito del valor.
En la filosofía, se explica como la entereza ante las adversidades de la vida, particularmente aquellas que acontecen al obrar correctamente. Íntimamente asociada a o dominio de sí mismo, la primera enfocada hacia el exterior y la segunda hacia el interior.
Podemos decir que la fortaleza "es la virtud moral que asegura la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien". La más elevada de las capacidades que otorga la fortaleza, es la de vencer el temor a las pruebas, las persecuciones e incluso la propia muerte, por la defensa de una causa justa y buena. La fortaleza exige necesariamente la superación de los miedos y ansiedades propias, por ello su falta es causa del vicio de la cobardía o la vileza, que fácilmente se encubre tras la virtud de la prudencia, en un intento humano por justificar el silencio y la evasión del mal, vale decir, " evitar el combate ".
Un hombre valiente es aquel que se atreve a hacer lo correcto y asume las consecuencias de sus actos. Su accionar es de carácter noble y desinteresado, orientado al orden o su restablecimiento. El hombre valiente, en conciencia de sus limitaciones y sus capacidades, actúa siempre, bajo la condición de un riesgo medido que le garantiza el éxito y el logro de sus objetivos.
En la Física o ciencia natural, la fuerza es la capacidad de realizar o resistirse a la acción de un trabajo. Así la fuerza obra y la fortaleza resiste. La fuerza es un vigor, capacidad o esfuerzo para vencer una resistencia; es entonces una característica de cambio de estado, que produce o influye sobre el entorno y genera cambios sobre este. Por su formulación, es una capacidad de cambiar de un estado estático a dinámico o viceversa, lo que necesariamente implica un cambio en el escenario donde es aplicada. Está directamente relacionada con el cambio de energía potencial a energía cin ética y viceversa que se produce sobre el mundo manifestado y todo lo contenido en él.
En el simbolismo, y los arquetipos mitológicos, invariablemente se asocia, la fuerza, al ejercicio de la voluntad, porque esta última es necesaria para sostener su aplicación hasta el momento en que el cambio se genera. De nada sirve una explosión de fuerza que intenta impulsar un cambio, si esta no es capaz de sostenerse, al menos, hasta tanto el cambio comience a generarse. El hombre común, aplica la fuerza constantemente en su tránsito por la vida, sin embargo, esta puede ser considerada una fuerza bruta, poco afinada, que no tiene ningún efecto y se desperdicia o tiene un efecto devastador que convierte entonces su accionar en fuerza destructiva. El hombre virtuoso, en cambio, aplicara siempre la cantidad de fuerza necesaria, en la comprensión de que ella es una herramienta que le ayuda a conseguir el objetivo. No se excederá, pues sabe que tiene que guardarse para el objetivo ulterior y no tiene sentido intentar el uso de la fuerza si esta causa daños colaterales. Así entonces, la fuerza virtuosa aplicada conscientemente, es justa y por tanto estimuladora de la práctica de otras de las virtudes.
Toda fuerza, en el hombre, es adquirida como un poder, ya sea por su desarrollo propio o por delegación u otorgamiento dado por otro, que ya posea la fuerza en cuestión. Son ejemplo claro de ello, la fuerza que se otorga a los reyes, delegada de la divinidad, otorgada por los sacerdotes que son los guardianes de ese poder y ungida por el rito y la ceremonia que traen hasta el hombre que la recibe, la tradición. La fuerza de la herencia transmitida por la sangre. La fuerza de la legitimidad, entregada al hombre mediante el nombramiento y la delegación, de quien la posee por vía de las leyes, que los hombres han convenido en cumplir y hacer cumplir. Pero más allá de todas estas fuerzas otorgadas, el hombre puede acceder de manera especial a la fuerza del conocimiento, por la vía del estudio y la práctica, bajo la guía o tutela de un maestro, al ir poco a poco haciendo parte de sí, el conocimiento que se adquiere. Afianzándose así por estos medios a la coherencia, que más allá de la definición que encontramos en cualquier diccionario; es, ni más ni menos, que el uso adecuado y combinado de todo el cumulo de fuerzas disponibles.
Otra particularidad que conviene observar en el estudio de la fuerza como virtud cardinal en el hombre, es el poder que da más allá, de la práctica; la transmisión. Ninguna fuerza tiene sentido si no es transmitida, de nada sirve acumular fuerzas desmedidamente para no usarla. La absurda y ególatra idea de acumular fuerzas y poderes, sólo por la satisfacción personal de poseerlas, no es más que un malsano vicio, que como todo vicio, debe ser combatido. Sí el hombre reconoce su paso por el mundo manifestado, como un estado temporal, comprende que nada posee realmente, que sea de este mundo y que por tanto, todo lo acumulado en él, debe ser transmitido a otros, evitando así su desperdicio y su inutilidad. Lo anterior se ejemplifica perfectamente, si pensamos en una batería, que estando con toda su carga, no es conectada a ningún aparato que utilice su energía para funcionar. Claramente, en el ejemplo; la batería solo es un objeto sin sentido alguno, en cuanto que no posee utilidad, hasta no brindar la energía contenida en ella.
En el orden moral natural, hay dos virtudes constitutivas del bien, que son la prudencia y la justicia y dos virtudes conservantes del bien, pues liberan al hombre de todo aquello que puede apartarlo de él, que son la fortaleza y la templanza. La prudencia y la justicia, tienen como sujeto al que perfeccionan y sus dos facultades más nobles y humanas, es decir, la razón práctica y la voluntad. Por otro lado, la templanza y la fortaleza, tienen por sujeto a las pasiones que radican en los apetitos sensibles. Es mucho más difícil y arduo vencer el temor intenso que apartarse de un placer sensible, por lo que, de las dos últimas, la fortaleza es principal, ya que el temor tiende a apartar al hombre del bien y solo aquella es capaz de mantenerlo en la búsqueda de este.
De lo antes expuesto vemos que la función de la fortaleza consiste en no ceder al temor y moderar la agresividad de la audacia, lo que peritará, sin dudas, seguir fielmente los dictados de la recta razón, como el criterio, norma y medida del bien obrar.
José Nicolás Quiles Pérez
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Fuente: Masonería y Simbolismo