En Febrero de 1973, Eduardo Arroyo se encuentra en Milán y realiza la exposición personal Opere e Operette en la galería de Arte Borgogna y Castaldelli Arte Contemporáneo. La muestra trata sobre el tema del melodrama en el Arte lírico italiano.
Realiza doce series en las que se aprecian temas predilectos del pintor, en la que me ocupa, “La forza del destino”, nos encontramos con siete óleos sobre lienzo de 195 x 130 cm , cada uno de un boxeador (efectuados un año antes, en 1972). Curioso acercamiento a esa ópera de Giuseppe Verdi.
Verdi estrena dicha ópera en San Petersburgo en 1862 y se basó para el libreto, que realizó junto a Piave, en el Don Álvaro o la fuerza del sino del duque de Rivas. La ópera de Verdi, al igual que el libro de Rivas, cuenta la historia de Don Álvaro, un personaje perseguido por un implacable y maligno destino.
Para representar la vida marcada por el destino fatal, elige a siete púgiles. Cada uno de ellos da su nombre y retrato a un cuadro. Por tanto, la serie se compone de “Panama Al Brown”, “Eugene Criqui”, “Odonne Piazza”, “Young Perez”, “Kid Chocolate”, “Ray Famechon” y “Willie Pep”.
Los siete boxeadores por los que optó pertenecen a categorías de peso “bajas” (cuatro pesos Pluma, un Gallo, un Mosca y un Medio), no representa a los “colosos” pesos pesados. “Los boxeadores de los que hablo son hombres pequeños (...). Frágiles y endebles. Creo que lo que más me ha interesado es lo trágico de esa hecatombe, el destino que se ceba en un ejército de hombres endebles”2.
En dicho escrito también manifiesta que sumergirse dentro del boxeo es para él una necesidad y que la idea generalizada que tiene la gente de un boxeador es la de un coloso3. Arroyo quiere eliminar esa idea.
El artista trata de desmitificar la figura del boxeador como un forzudo sin cerebro y llega a decir que “se aprende mucho alternando con los boxeadores. Están mucho menos “sonados” de lo que la gente cree. (...) Hay muchos intelectuales en todo el mundo (...), empeñados en considerar que las personas que practican los deportes de competición, o se interesan por ellos, son subnormales o analfabetos. Están muy equivocados”4.
Se centra en la parte amarga de su vida. Les quita todo signo de violencia que pueda despertar el morbo del espectador (no los pinta combatiendo, aparecen posando, incluso en el de Panama Al Brown, éste, aparece con traje, asomando su cabeza por la ventanilla del vagón de un tren) y nos los presenta como seres humanos, como personas, aunque estén marcados por su destino.
Por tanto queda la parte humana de siete boxeadores (todos ellos vivieron la gloria y fama de ser campeones del mundo) con destinos no muy halagüeños (eligió a éstos, pero pudo elegir entre muchos otros). Por ejemplo, Al Brown muere tuberculoso y en la más absoluta miseria, Ray Famechon tras superar un intento de suicidio y una condena por robo estuvo de vigilante nocturno en un pequeño albergue de París (a día de la exposición) o Willie Pep, que dilapidó toda su fortuna en el juego y sobrevivía (también a fecha en la que se realizó el catálogo de la exposición) como instructor de boxeo por 125 dólares a la semana5.
Las fuentes a las que debió acceder para retratar a los púgiles, sobre todo viendo el ejemplo que aporto en el apéndice, pudieron ser carteles de veladas, fotos promocionales de boxeadores y las imágenes de revistas de boxeo (fuera de España existían más publicaciones y llegaban con más facilidad las norteamericanas) como The French Ring o The Ring (considerada La Biblia del pugilismo).
Es muy probable que de dichos lugares sacara las poses e imágenes de los boxeadores, por lo menos en el caso de Willie Pep lo hizo, ya que elige la misma posición e indumentaria (con el cinturón de campeón,...) que en la fotografía que muestro al lado del cuadro en dicho apéndice (expuesto aquí a continuación).
2. ARROYO, E. Sardinas en aceite; Madrid, Mondadori, 1990. Pág. 63.
3. Ibidem. Pág. 63.
4. Ibidem. Pág. 102.
5. FAGONE, V. Opere e operette; Firenze, Centro Di, 1973.