"Forza", destino y suspense
Los cines han acogido en sus programaciones y con cierto éxito a la ópera. En esta ocasión, es el cine el que ha servido de inspiración y apoyo a Davide Livermore, para plasmar su visión de la ópera "La forza del destino" de Verdi, que ayer sábado inauguró el Festival del Mediterráneo 2014 en el Palau de les Arts de Valencia.
Curiosa es la coincidencia del nombre de "Calatrava" en el texto, la palabra "destino" en el titulo y la aportación de Hitchcock, el mago del "suspense", en las sugerencias cinematográficas del montaje. Quizás sea porque el destino de la ópera en Valencia está sometido a un continuo suspense y Calatrava tiene mucho que ver en esto.
De éxito se puede calificar la función del estreno de la ópera verdiana de ayer sábado, consiguiendo en su conjunto y de manera especial en el apartado vocal, una versión de indiscutible nivel de excelencia.
Zubin Mehta, recibido con muestras de aceptación y agradecimiento a sus reivindicaciones de soporte al Palau de les Arts y a todo lo que engloba, hizo una versión musicalmente esplendida. Comenzando por la obertura, matizada, cargada de pathos y muy bien expuesta teatralmente para lo que venía después. Acompañó de manera magistral el aria de Leonora "Pace, pace mio Dio", más lenta y contrastada de lo habitual y consiguiendo, junto con la soprano, uno de los momentos memorables de la noche. No fue el único.
Liudmila Monastirska fue una Leonora con mucha superioridad. En el primer acto estuvo algo estridente, pero en el resto consiguió dominar su chorro de voz y regulando su caudal con maestría dio muestras de ser la soprano verdiana del momento. Triunfó.
Gregory Kunde tardó un poco en calentar la voz y una vez templada cantó espléndidamente su parte como Don Alvaro. Su aria del tercer acto fue otro de los momentos álgidos de la noche. Repitió su éxito como "Otello" del año anterior.
El tercero en discordia de este drama es Don Carlo di Vargas, y Simone Piazzola, con voz algo más lírica de la requerida, lo cantó muy bien y volvió a dar muestras de divismo, como ya lo hiciera en su intervención en "La Traviata" del año pasado. Un poco más de humildad no le vendría mal.
Ekaterina Semenchuk, en el ingrato papel (para mi) de Preziosilla, demostró con su voz de timbre eslavo que ella también contaba para el triunfo de la velada.
Stephen Milling como Padre Guardiano, impuso voz y autoridad, aunque tal vez se quedó un tanto fuera del estilo verdiano requerido.
Roberto de Candia se hizo cargo de Fra Melitone. Lo resolvió con mucho oficio pero quizás con cierta falta de gracia, cosa que yo agradecí, porque las partes ligeras me descolocan un poco de la trama y me resultan de lo más pasajeras. Me va el drama, lo asumo.
In-Sung sim en el corto papel de Il Marchese di Calatrava, sólo canta en el primer acto, y su muerte accidental ya se sabe que es la causa del consiguiente desaguisado destino del resto de protagonistas. No desentonó y dejó para el resto la labor de continuar con la "forza" necesaria.
Bien el resto: Cristina Alunno (alumna aventajada del Centre de perfeccionament Plácido Domingo) como Curra, Mario Cerdá como Maestro Trabuco, Ventseslav Anastisov como Alcalde y Aldo heo en el papel del cirujano.
Orquesta y coro volvieron a brillar, y no está de más recalcarlo, dadas las penurias laborales y económicas por las que están atravesando, junto con el resto de integrantes del... ¿emblemático? Palau de les Arts.
La puesta en escena ha sido una grata sorpresa. Difícil era imaginarse la traslación de la trama a los años cuarenta, y Davide Livermore lo ha conseguido, cambiando caballos de cuatro patas por caballos de potencia del motor del coche, y espadas por fusiles, el resto permanece y lo subraya. Está el fatal destino, la angustia, el vértigo, el desasosiego, la guerra, la miseria, el sufrimiento, las connotaciones sociales y la venganza. Pero sobre todo están los hábitos de los monjes, el sentido religioso del texto y el anticlerical de Verdi.
La escenografía es visualmente estética, y con pocos medios y jugando con las luces se consigue transmitir toda la esencia de la trama. La pantalla, con sus cortinas que se abren y se cierran y las proyecciones de imágenes, nos remiten a viejos recuerdos cinematográficos, consiguiendo una simbiosis muy atractiva de cine y ópera, y que le viene muy bien a este libreto tan decimonónico, para hacerlo mucho más creíble a nuestra mentalidad actual. Lievermore siempre acaba convenciéndome.
Justo es citar la labor de la responsable del vestuario, Mariana Fracasso, que esta vez no hace honor a su apellido si le quitamos una ese. Al responsable de la iluminación, Antonio Castro, todo un acierto. Y a D-Wok S.R.L., que se ha hecho cargo de la videocreación.
Otra noche de gloria para nuestro recinto operístico, a pesar de algunos de los presentes en el palco principal...