Doy por terminado el vagabundeo informativo, el ir de aquí para allá sin ton ni son, con los ojos como platos, levantando la ceja (no me sale muy bien), lo que que afea el semblante y pronuncia las líneas de expresión (logrado eufemismo de arruga) en la frente. Desde ahora, prometo acabar de leer una información si la he empezado, por muy increíble o anodina que me resulte. No dejaré de leer una columna de opinión, un editorial, un análisis porque tenga otros 20 detrás esperando su turno. Lo hecho hasta ahora, hecho está y pertenece al pasado. Está mentalmente prescrito, una prescripción que nada tiene que ver con el objetivo, inalterable y acompasado paso del tiempo ni con los años que pueda establecer la ley para un delito. La prescripción mental afecta, por ejemplo, a compartir crema protectora y consejos para quedarse moreno sin quemarse a bordo de un yate cerca de la costa y de los bajos fondos en compañía de mafiosos de medio pelo locales (Marcial Dorado está en estos momentos cumpliendo condena por contrabando). El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo lo sabe y eso le tranquiliza. Además, no le viene de nuevo. Conoce las abruptas costas gallegas, pero aún así se aventuró a salir a la mar. El botín debía compensar en aquel entonces, aunque hay que tener cuidado con quién te metes en un yate, que el mar es muy traidor y el yate en cuestión no parece que tenga mucha eslora ni permita espacio para la reflexión. O quizá solo sea mar y la traición la ponen los que navegan por su superficie. Y viendo esas imágenes del presidente gallego con un jefe del narcotráfico local ya se podía intuir el chapapote que iba a enterrar las costas años más tarde.
Pero, ¿Quién era el misterioso tercero en discordia, quién hizo esas fotos de lo que podría confundirse, de no saber los antecedentes (penales de uno, políticos del otro), con un relajante paseo en barco aprovechando el buen tiempo, tan caro de ver por esos lares? “Bah, poneos, que os hago una foto”: cuánta malicia puede esconder un inocente ofrecimiento.
Pero, ¿quién sale ganando con todo esto? ¿Mª Dolores de Cospedal, la tenaz mano (dura) derecha? ¿Soraya, esa gran actriz en busca de autor? ¿Ruiz Gallardón, eterno aspirante? Sea como y quien sea, y como viene siendo habitual, no va a pasar nada. Es lo que ocurre cuando sale a la luz un escándalo, independientemente de su tamaño, recorrido y sujetos involucrados: nada. De ahí que cueste tanto separar lo grave de lo absurdo, la anécdota del fondo de la cuestión, un diálogo de besugos sobre cómo calienta ahora el sol y lo morenos que nos vamos a poner de lo blanqueado que va a quedar nuestro dinero. Hemos dejado de percibir el calibre de la bala por las consecuencias que acarrea: nada salpica, todas parecen de fogueo y, mientras, los delitos objetivos van prescribiendo, inalterables, acompasados como el tiempo, de puro aburrimiento.
Y esa nada se traga la indignación como un agujero negro en expansión cósmica, creando un nuevo universo a base de una nada en la que navegan y se orientan como nadie políticos malversadores, poderosos interesados, banqueros avariciosos, empresarios corruptos y aprovechados, mientras la izquierda (o lo que queda de ella) achica el agua de su patera en plena la tormenta, sin brújula, sin comunicaciones, ni tan solo chalecos salvavidas o remos con los que llegar a la costa. “Poneos, que os hago una foto”.