Iba en busca del Friedhof Sihlfeld, uno de los varios cementerios de Zúrich, para visitar la tumba de la escritora Johanna Spyri —la autora de la archiconocida historia de Heidi, la niña de los Alpes— allí enterrada desde el 7 de julio de 1901 cuando, al pasar por delante de una gran zona verde, me llamó la atención un grupo de personas que jugaba al ajedrez con un tablero gigante.
Ya veía la imponente puerta de entrada al camposanto al fondo; sin embargo, no pude vencer mi curiosidad y me acerqué a los ajedrecistas. Debo decir que su primera reacción no fue demasiado buena. A excepción de una mujer, el resto eran todo hombres procedentes de Ucrania que, a esas horas de la mañana, ya estaban algo perjudicados por el consumo de vodka y cervezas. Su actitud fue poco amigable y, sobre todo, desconfiada. ¿Qué querría de ellos esa tía con la cámara en ristre?
Me quedé allí, quieta, sin tomar fotos, fingiendo una naturalidad que no sentía en absoluto. Unos me miraban de reojo, otros con cara de pocos amigos, los menos con hastío y la mujer, directamente, con mala leche. Poco a poco, fueron acostumbrándose a mi presencia y, por fin, pude captar unas cuantas imágenes del juego, procurando que ninguno de aquellos encantadores personajes apareciera en ellas.
De hecho, era lo que quería
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