En cualquier caso,´la "foto del puro" es un fiel reflejo de la casta política española: insensible, arrogante, ajena al pueblo y a sus sufrimientos, frívola, elitista, desconocedora de la democracia y de sus reglas básicas, capaz siempre de decepcionar al ciudadano, de jugar con fuego y de sembrar tormentas para recoger tempestades.
Mariano Rajoy y la clase política en general deberían tener más cuidado y apuntarse a un curso acelerado e intensivo de democracia. Lo necesitan como el comer porque son, como el resto de la clase política española, incluyendo a la izquierda, gente ajena a la democracia, herederos de sangre de un franquismo que no era del pueblo y que gobernó sin el pueblo. Si lo hicieran, aprenderían cosas que deconocen y que son vitales para la convivencia y la salud política de una nación democrática, como evitar la represión gratuita y arrogante de las manifestaciones de protesta ciudadana y a no estigmatizar y demonizar a los que tienen ideas diferentes y se manifiestan en las calles, muchos de ellos pidiendo "mas democracia", otros acuciados por la necesidad de sobrevivir, sin trabajo y con el estómago encogido por el hambre y el miedo, Aprenderían, también, que ignorar sistemáticamente las demandas del pueblo y, concretamente, el grito masivo de los españoles, que rechazan, desprecian y empiezan a odiar a los políticos, puede ser un error garrafal, sembrador de angustias, desesperaciones y tal vez de futuras violencias. Por muy fuertes que se sientan rodeados de policias, periodistas sometidos y jueces sumisos, los tres grandes blindajes de los falsos demócratas españoles, nadie es invencible ni invulnerable cuando abusa sin prudencia y sin alma de la injusticia y de la arrogancia.
El gobierno, en lugar de llamar "antisistemas" a los que pretestan, debería escuchar a sus ciudadanos. Seguro que con esa política nos iria mejor a todos. Los mismos políticos deberían sentirse antisistemas, porque el actual sistema ni es democrático, ni es decente.
Rajoy está demostrando que vive en un mundo aislado, ajeno a los enhelos de su pueblo, a los sufrimientos y a la vida común de sus administrados. A pesar del clamor que exige reformas que adelgacen el Estado y recorten los injustos e inmerecidos privilegios de los políticos, él se niega a escucharlo. Su arrogancia hace que el nivel de rechazo a la clase política crezca cada día más, acumulando presión en la caldera de los sentimientos y los odios de España, siempre dispuesta a estallar bajo altas presiones. Su peor pecado no es haber mentido hasta la locura o inculplido sus promesas electorales, sino creer que el malestar que inunda España se debe a la crisis económica y que el grito contra los políticos, sus abusos, ineptitudes y arbitrariedades es pasajero y superficial. No es cierto, como él ha dicho desde Nueva York, que la inmensa mayoría de los españoles no están con la protesta, ni con las manifestaciones. No tiene derecho a adjudicarse el silencio de la sociedad como cómplice con su política. La verdad es que la inmensa mayoría de los ciudadanos de España estamos cabreados y si no participamos en las manifestaciones callejeras es porque todavía nos pueden la cobardía y el miedo.
Si el alienado presidente encargara una encuesta veraz sobre los sentimientos auténticos de la sociedad española, quedaría tan aterrado ante sus resultados que recogería sus bártulos y saldría huyendo de España.